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El centro de Medellín es uno de día y otro de noche

Mientras para algunos es un lugar fantástico, para otros simplemente es caótico e inseguro.

Me gusta caminar por el Centro, observar su arquitectura, la movilidad y la gente. Incluso, lo hago después de las ocho de la noche. A esa hora siento miedo, pero me arriesgo porque es diferente de día y de noche. Y es lindo ver ese contraste.
Mis amigos me preguntan ¿Por qué te gusta ir tanto allá? Les respondo, es el único lugar que muestra la verdadera cara de Medellín. Lo bonito, lo feo, lo legal, lo ilegal, lo tranquilo y caótico.
Allí, de día hay mucho movimiento, nadie está quieto. Bueno excepto algunos habitantes de calle que hay dormidos en aceras. Las personas van y vienen. Eso me agrada.
Escucho voces, se mezclan con pitos de carros, gritos de vendedores, el ruego de indigentes que preguntan por comida e instrumentos musicales de artistas que se rebuscan la vida en las esquinas y en los buses.
Igualmente, observo a los comerciantes que buscan clientes en las calles y a hombres que atraen romerías con experimentos o trucos.
Mientras eso ocurre, los ladrones están tras sus potenciales víctimas, las bandas cobrando el botín de las extorsiones, la mayoría de los transeúntes de afán y los conductores en un trancón.
En los semáforos hay mimos, bailarines o niños haciendo maromas a cambio de monedas.
El Centro, como cualquier centro del mundo, es la zona más concurrida. A diario recibe 1.300.000 personas, pero para muchos es un lugar de tránsito.
De noche ese lado de Medellín cambia. Hay pocos peatones, las calles son oscuras. A las 7.30 p. m. los almacenes, farmacias, peluquerías y restaurantes están cerrados. Quedan prostíbulos, licoreras, casinos, plazas de vicio, discotecas y bares.
También hay oferta cultural: teatros, salas de cine y librerías. Pero basta con ir al Colombo Americano, donde presentan películas independientes, para darse cuenta de que no hay mucho interés por el arte. Casi siempre, las sillas están vacías.
Estoy en El Palo con La Playa, camino rápido, quedan pocos carros, no respetan los semáforos. Eso hace que acelere más mi paso. Estoy sola, pero sé cuáles son las zonas rojas. Por ejemplo, la Oriental, Villa Nueva y Los Puentes son inseguros para caminar. En cambio, La Playa, El Palo, Maracaibo y Girardot no. Sin embargo, no sobra tener cuidado.
A diferencia de los parques Berrío, San Antonio y Bolívar, el Parque de El Periodista tiene vida nocturna. Allí los jóvenes fuman marihuana, se visten como quieran y se besan con personas de su mismo sexo. No hay tabúes, críticas ni problemas si no los buscas.
¿Y la memoria?
Para saber cómo los medellinenses perciben el ‘Corazón de la ciudad’ recorrí algunos barrios de estratos altos y bajos.
Tras varias entrevistas, concluí que para muchos jóvenes esa zona escasamente existe. Relacionan el Centro con contrabando, drogas, prostitución y delincuencia.
Ignoran que el Museo de Antioquia tiene seis salas fascinantes y que cerca de este hay otro museo al aire libre que reune 23 figuras del maestro Botero. Desconocen que hay más de 30 teatros, y cafés que a la vez son librerías o galerías.
Para quienes visitan esos sitios, el Centro es fantástico, un espacio para las tertulias, para vivir y caminar.
Sin embargo, con el paso del tiempo esa visión, así como la historia, la memoria y la identidad quedan atrás. Para encontrar respuestas sobre ese olvido quise ir más allá y buscar en el pasado.
Hablé con Fernando González, escritor e investigador de la Universidad Nacional. Me contó que Medellín cumplirá 338 años y que el Centro tiene casi lo mismo.
Lo extraño es que siempre luce joven. Según él, se debe a que la fachada urbana cambia cada 25 años. Con el desarrollo, demolieron referentes históricos, urbanos y arquitectónicos.
Entre las pérdidas más lamentables está el Teatro Junín que desapareció a finales de los 70 para construir el edificio Coltejer.
También la torre del Palacio de Justicia, derribada en 1933, para darle paso al Palacio Nacional, en El Hueco, donde venden ropa y zapatos. Y la capilla San Juan de Dios, demolida en los 50 para formar la zona bancaria.
Según el escritor, el cambio más dramático que tuvo el ‘Corazón de Medellín’ fue cubrir la quebrada Santa Elena y convertirla en la avenida La Playa, proceso que duró 30 años (1925 - 1955).
En los 20, La Playa era un paseo urbano. La construcción de esta avenida, junto con la Oriental, implicó la demolición de 500 casas antiguas y la reducción de espacios públicos.
“Ese desarrollo, que tanto daño le hizo a la zona, arrasó con un patrimonio que a nadie le importó. Eso implicó que fuera cada vez más comercial y menos residencial”, detalla.
A la vez dice que la desmemoria se debe a que los habitantes no conocen referentes representativos que permanezcan en el tiempo.
Eso explica por qué los jóvenes no lo ven como un sitio histórico, pues no conocieron los íconos que desaparecieron ni ese lugar que claman. Más tranquilo, seguro y residencial.
Yo tampoco lo conocí pero soy más romántica, aún lo veo como un sitio de encuentro, lleno de magia, historia y contrastes.
¿Cómo lo soñamos?
El Centro que me imagino es seguro, con mejores espacios públicos, zonas verdes y lugares que definan la agenda urbana. Con menos carros y vendedores, pero con más bicicletas y peatones.
Precisamente, ese es el que planea el Plan de Ordenamiento Territorial, (POT) con redes peatonales y ciclorrutas que se conecten con el patrimonio y la cultura.
Con un transporte integrado: metro, metroplús y tranvía. Este último que estará listo el próximo año, no solo tendrá vagones también estará rodeado de transformación, como la peatonalización de la carrera Bolívar.
Esa zona tiene muchos atributos que quizá la inseguridad invisibiliza. Me gustaría que los jóvenes los descubrieran y que cada vez que piensen en teatros, museos y tranquilidad, piensen en el ‘Corazón de Medellín’.
Las transformaciones de este corazón
El Centro de la ciudad nació hace más de 330 años en el parque Berrío, exactamente en Colombia con Palacé. Allí, alrededor de la iglesia de La Candelaria, las familias más prestantes construyeron las primeras casas.
En esa época, la vivienda, la industria y el comercio se expandieron hasta Guayaquil, donde en 1894, comerciantes inauguraron la Plaza de Cisneros (hoy Plaza de las Luces) que por décadas fue el eje central de la economía del departamento.
Sin embargo, dos incendios, registrados en 1968 y en 1977, acabaron con este lugar, lo que obligó a los venteros a trasladarse para la Minorista y Mayorista.
Según Jorge Iván Giraldo, gerente del Centro, ese fue uno de los momentos más cruciales que marcaron la transformación de la zona.
Otro hito que marcó el cambio fue el metro y su sistema integrado de transporte. Eso no solo benefició la movilidad sino que también comunicó el corazón de la ciudad con otros barrios y municipios del valle del Aburrá.
Las transformaciones han sido para bien o para mal, según la óptica en que se mire. Un claro ejemplo es la ampliación de la avenida Oriental que para algunos fue negativo y para otros no tanto.
El investigador de la Universidad Nacional, Fernando González, explicó que la ampliación de esa vía hizo mucho daño porque implicó la desaparición de casas antiguas y representó una ruptura, un aislamiento con otros sectores. “Se creó un centro en el Centro”, dice.
Mientras tanto para Johan Acosta, habitante de La Playa, esa vía era necesaria para comunicar la comuna con el resto de la ciudad y para que Medellín estuviera a la altura de otras ciudades del mundo.
La renovación ha sido tanto en el sur como en el norte, donde hay íconos urbanos que definen una ciudad positiva. En el primero, lo más importante fue la construcción de La Alpujarra, Plaza Mayor, la Plaza de las Luces, la biblioteca EPM, la remodelación del edificio Carré y Vásquez y la peatonalización de Carabobo.
En la zona norte está ubicada la Medellín innovadora. Ruta N, el Parque Explora, el Planetario, el Jardín Botánico y la Universidad de Antioquia.
DEICY JOHANA PAREJA M.
Redactora de EL TIEMPO
MEDELLÍN
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