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La historia inédita del carpintero que casi termina extraditado

Ariel Josué Martínez, quien estuvo más de 5 meses preso, también es víctima del conflicto.

LEO MEDINA JIMÉNEZ
Se podría decir que a Ariel Josué Martínez, el carpintero de San Vicente del Caguán (Caquetá) que estuvo a punto de ser extraditado a Estados Unidos por un error judicial, y quien recobró su libertad tras permanecer 5 meses y 22 días en La Picota, lo perseguía el infortunio.
Ha sufrido las penurias de la pobreza y de la violencia, y le tocó además soportar la carga de la injusticia. Pero casi de milagro se salvó de una orden de extradición que parecía no tener reversa. Su historia es de novela. (Lea también: Casos de inocentes que acabaron en EE. UU.).
Cuando terminaba quinto de primaria apareció la enfermedad que lo ha hostigado durante 28 años; la epilepsia. Una mañana de 1999, en el salón de clases, Martínez convulsionó. Los ataques también lo sorprendían en el sendero que recorría para llegar a la finca en donde vivía, a 4 kilómetros de camino, en San Eduardo (Boyacá). Por eso dejó de estudiar. (En imágenes, la llegada de Ariel Josué Martínez a San Vicente del Caguán).
Ocho años antes, en 1991, recibió la primera noticia de la violencia: en Bogotá mataron a Hernando Martínez, su primo más querido. Aún no sabe cómo ni por qué. “Fue un golpe muy duro porque nos queríamos mucho”, dice.
Un mes después, un grupo de paramilitares se llevó, de la finca en donde vivían, a don Manuel Martínez, su padre, a su tío Cenón y a un primo. Al día siguiente, en una finca lejana de la misma región, fueron hallados dos cuerpos sin vida. Héctor Martínez, el primo, se salvó de milagro. Su padre y su tío no corrieron la misma suerte. Los dos cuerpos, con múltiples heridas de fusil, quedaron uno sobre el otro. (Ariel Martínez, el carpintero que se salvó de la extradición).
Para sepultar a Manuel y a Cenón, la madre de Ariel y sus 9 hermanos vendieron lo poco que tenían: cinco becerros y dos mulas. El día de las exequias el pueblo se llenó de soldados y tanques de guerra. “Hubo militares por todos lados. Regaron una mentira espantosa, que habían matado dos comandantes guerrilleros. Nadie investigó nada”, recuerda Ariel.
Los Martínez recogieron sus corotos y se fueron para Bogotá, a una casa en arriendo. Pablo, el mayor de los hermanos, afrontó la difícil tarea de cumplir las funciones del papá del hogar.
El poco presupuesto les alcanzó para un año. De allí, doña Roselina se llevó a su hijo Ariel para Puerto Tolima (Tolima). Fue cuando se supo de la reaparición de los paramilitares en San Eduardo (Boyacá). Esta vez la víctima de los fusiles resultó ser otro tío, Jesús Martínez.
Ariel y doña Roselina, su madre, se enfermaron. Al carpintero lo afiliaron a la Liga contra la Epilepsia, y entonces fue cuando un médico le formuló una pasta diaria para evitar los ataques, y unas vitaminas.
El destino lo llevó a San Vicente del Caguán (Caquetá), junto con dos hermanos. Empezó trabajando en una finca con la guadaña, labor que resultó ser de peligro por las convulsiones. Fue entonces cuando se hizo carpintero, como ayudante de un hermano que montó un pequeño aserradero o ‘machimbradora’, como les llaman en esa región. Con el poco capital que reunió, se independizó junto con quien hoy es su socio, Ferney, quien aportó la mayor parte del dinero para comprar la primera sierra.
Fue allí en donde conoció a su esposa, Betty Pérez, quien ya tenía dos hijos. Dos niñas más nacieron de su unión.
El pasado 18 marzo, a las 11 de la mañana, la vida le volvió a dar un duro golpe cuando 30 soldados y agentes del CTI de la Fiscalía se lo llevaron de su taller. La razón: Estados Unidos lo acusaba de ser el jefe de una red dedicada al lavado de activos. Pasó varios días en el búnker de la Fiscalía en Bogotá. De allí lo trasladaron a la cárcel La Picota, en donde, dice, pasó los días más duros de su vida.
En prisión
“Madrugaba porque es lo que uno aprende en el campo. Me daba mi baño y hacía una oración que tenía en una estampita, que decía “todo se lo dejo a Dios”. Recibía el desayuno, que la mayoría de las veces era un café y un pan. Al almuerzo, un poco de arroz y una papa”, dijo.
En La Picota, el carpintero aprendió a tejer manillas. Otro interno del mismo patio 15, el de los extraditables, le enseñó a hacer artesanías para que con su venta ganara algunos pesos.
A media mañana caminaba por entre las mesas de cemento usadas como comedor. “Lo hacía para no tullirme. Le daba la vuelta por lo menos unas ochenta veces por día”, afirma.
Durante esos cinco meses, supo que en San Vicente sus vecinos y amigos, entre ellos el sacerdote vicentino José García, clamaban para que se hiciera justicia. La Iglesia católica le buscó un abogado, que ofreció sus servicios sin cobrar.
La suerte de Ariel cambió el pasado domingo, cuando El TIEMPO publicó su historia, que le dio la vuelta al mundo. En medio del debate sobre la extradición de un carpintero al que su comunidad y la Iglesia reclamaban como inocente, la Fiscalía le pidió al Departamento de Justicia de EE. UU. corroborar si de verdad Martínez era el hombre que requerían. El gobierno colombiano, que ya había autorizado la extradición, quedó pendiente de la respuesta de Washington para la entrega.
El 9 de septiembre, en una situación pocas veces vista, Estados Unidos revirtió la orden de extradición. Y desde el pasado miércoles, Martínez volvió a ser un hombre libre.
Este sábado, cientos de personas portando banderas blancas y con camisetas con su fotografía recibieron al carpintero en San Vicente del Caguán. El reencuentro más emocionante fue con su esposa, su madre y sus cuatro hijos que lo abrazaron apenas bajó del bus que lo trasladó desde Florencia. Lloraron varios minutos mientras que la multitud aplaudía.
Hacia el mediodía, el carpintero subió al carro de bomberos que lo llevó hasta el parque Los Fundadores, allí se ubicó en el balcón de la Alcaldía y agradeció a la multitud por su solidaridad y apoyo que hicieron posible su libertad.
LEO MEDINA JIMÉNEZ
Redacción Justicia
LEO MEDINA JIMÉNEZ
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