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Sobrevivientes de trata de personas se reúnen en Cali

Este miércoles se celebra por primera vez el Día Contra la Trata de Personas.

El ataque va dirigido a la mente. Amenazas, maltratos, mentiras. Un juego psicológico que somete a las víctimas. Un lavado de cerebro.
Las historias son similares. Falsas promesas de trabajo con jugosas ofertas de dinero en distintas latitudes. ¿A cambio de qué? No siempre es sexo –representa el 58 por ciento de casos globales-, aunque al hablar de trata de personas es lo primero que se cruza por la mente. Bautizado como la esclavitud del siglo XXI, este delito tiene diversas ramas.
Trabajo forzado -36 por ciento-, matrimonio servil, extracción de órganos -0,2 por ciento-, mendicidad ajena. Se trata de un fenómeno global, como lo reconoció el director ejecutivo de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), Yuri Fedotov. Se estima que los beneficios criminales que deja llegan a los 32.000 millones de dólares anuales.
La necesidad es la luz roja que se pone sobre la frente de las víctimas para que el tirador apriete del gatillo. Desempleo, deudas, tratamientos médicos. Incluso, el sueño de un futuro mejor. De esto se aprovechan los traficantes.
Este miércoles, cuando se celebra por primera vez el Día Mundial contra la Trata de Personas, nueve sobrevivientes de este flagelo cuentan en Cali sus historias y comparten estrategias para combatirlo, en el encuentro 'Rompiendo el Silencio'.
El más reciente informe global de tráfico de personas (2012), elaborado por la Oficina contra la Droga y el Delito de Naciones Unidas muestra que entre el 2007 y el 2010 se detectaron víctimas de 136 nacionalidades distintas, en 118 países de todo el mundo. El informe recopila información de unas 43.000 mil víctimas, 12.000 de ellas menores de edad.
Solo en América Latina, los menores de 18 años representan el 27 por ciento del total de víctimas de trata de personas. El informe revela también que las mujeres siguen siendo las mayores afectadas: corresponden al 59 por ciento de las víctimas, seguidas de niñas, con el 17 por ciento; hombres, con el 14 por ciento, y niños, con el 10 por ciento.
A la vez, evidencia que la mayoría de redes de trata operan de manera intrarregional, (es decir, se circunscriben a una sola región). Una cuarta parte de las víctimas fueron trasladas de una región a otra y el 27 por ciento permaneció en el mismo país. Esto, porque a las redes les resulta más fácil y menos riesgoso.
El documento señala además que en Colombia se evidenciaron casos de modalidades de trata como pornografía, matrimonios forzados, adopción ilegal y venta de bebés.
Cifras del Ministerio del Interior indican que a través del Centro Operativo Antitrata de Personas – COAT se ha coordinado la respuesta para asistencia e investigación de 41 casos de trata de personas en lo que va del 2014. De estos, 31 víctimas son mujeres y 10 hombres. El mayor número, 26, corresponde a trabajos forzados, 12 a explotación sexual y 3 a matrimonio servil.
Argentina, México, Ecuador, Paraguay, Perú, Costa Rica, Indonesia, China, Trinidad y Tobago y Brasil aparecen como los países donde ocurrieron los 38 casos externos, mientras que los departamentos de Huila, Cundinamarca y Nariño figuran como los escenarios de explotación interna.
De acuerdo con la legislación colombiana, la trata de personas se castiga por penas en prisión que van desde los 13 a los 23 años. Registros del Mininterior, con base en datos suministrados por la Dijín, indican que entre el primero de enero y el 19 de julio se habían presentado 16 denuncias por este delito. En el mismo periodo, 23 personas fueron capturadas.
Sobreviviente de un infierno
No hubo día sin golpes, insultos o amenazas. Una humillación que nunca antes vivió pese a las necesidades que enfrentó en crecía día a día. Ima Matul viajó de Indonesia, el país donde nació, rumbo a Estados Unidos con el sueño americano: oportunidades, trabajo mejor remunerado y calidad de vida.
Le asustaba no hablar una palabra de inglés. Acudió a una agencia de empleo y allí conoció a una persona que le dijo que se fuera a Los Ángeles a trabajar con unos familiares. Le pagaban todo: tiquete, visa y los gastos de bolsillo que implica cruzar al otro lado del mundo. Una ganga.
Confió, en la ingenuidad de sus 17 años, y desembarcó, junto con una prima, en la casa de Hollywood. De entrada, las separaron. En un principio, todo pintaba de película. Viviendas de millonarios en las colinas y ningún gasto por asumir. Alimentación y hospedaje hacían parte del trato. Debía mantener la casa en orden y cuidar a los niños.
Los maltratos no se hicieron esperar. Verbales y luego golpes. Todo terminaba con amenazas de muerte. Ima fue esclavizada durante más de tres años. Sacó lo mejor del poco inglés que había aprendido para escribir una carta. Era la confesión de un drama que no la dejaba respirar. Y lo dudó. No se sentía segura de enviar ese escrito a su colega de la casa vecina. No sabía si podía confiar. ¿Qué hubiera pasado si quienes la esclavizaban se enteraban?
Pero era un riesgo que debía asumir. Ima logró escapar. Este miércoles en Cali revela su historia. Con palabras suaves que guardan miedo. Su voz tiembla aun. Es un drama que ha venido extirpando con los años. Hoy, Ima está a cargo del programa de liderazgo para sobrevivientes de CAST (Coalition To Abolish of Traffick) y la Red Nacional de Sobrevivientes, en Estados Unidos. Con su testimonio, busca liberar a otras víctimas de la explotación laboral.
Víctima, juzgada como victimaria
Shamere Mckenzie es la 'loca' del grupo, dicen con cariño algunas compañeras sobrevivientes con las que comparte en Cali. Es la 'loca' de la sonrisa alegre y contagiosa. La de la voz firme. La que dejó atrás el miedo de contar lo que vivió y hoy lo hace sin sonrojarse. Sin avergonzarse.
Su padre murió en un accidente de tránsito antes de que ella naciera en Jamaica. Su madre migró a Estados Unidos cuando ella tenía tres años, pero solo se reencontraron tres años después en Nueva York.
Su infancia estuvo marcada por burlas de sus compañeros a causa de su acento. Nunca tuvo complejos. En la universidad tuvo una beca completa por sus habilidades atléticas, pero una lesión la tuvo a punto de perder esa ayuda.
Tenía que pagar 3.000 dólares como parte de su semestre y no contaba con ese dinero. En su afán, conoció a una persona que se ofreció a ayudarla. Un día cruzando la calle se topó con un carro que parecía el de un amigo suyo. Ahí se le aceró un sujeto, entablaron conversación, intercambiaron números y luego de varias conversaciones él dijo que la apoyaría. "La ayuda que recibí me forzó a convertirme en víctima de trata de personas", recuerda.
Shamere tenía 21 años. Él se veía mayor. La condición que le puso era bailar. Hacer 'striptease'. En un principio ella no lo vio mal –confiesa- porque en Estados Unidos esto no es ilegal. "La primera vez que me puso en un lugar a hacer 'striptease' hice 300 dólares en dos horas. Las cuentas eran simples: si seguía a ese ritmo podía tener rápido los 3.000 dólares que necesitaba y acababa con eso", cuenta.
No resultó tan rápido como pensó. Tampoco en la forma que lo visualizó. Shamere fue esclava sexual durante un año y medio. Viajó por varios estados. Cinco en total. Pasó de un sitio de 'striptease' a otro.
Amenazas de muerte a ella y a su familia la presionaron a seguir. "Un día me pidió que hiciera una cosa que no quería y me dijo que eligiera entre eso o morir. Le dije que morir. Me puso un arma en la boca y haló del gatillo. Por suerte no tenía balas", relata.
La tortura psicológica se transformó en física. Las golpizas –dice Shamere- eran tan fuertes que la mandaban al hospital. Luego, del 'striptease' pasó a obligarla a prostituirse. Shamere recuerda que había más mujeres jóvenes víctimas. Algunas veces eran tres, con ella. Otras veces, hasta 12.
Trató de escapar corriendo, pero no lo logró. Y ahí, el castigo fue peor. Pensó en ponerle veneno a la comida de su traficante, pero ¿si no hacía efecto? Las consecuencias iban a ser aún más fuertes, eso la detuvo.
Llegó al punto de meterse en un gueto para que lo robaran y lo asesinaran. El plan falló también. Incluso, pagó tres semanas en prisión por inducir a más personas a vender sus cuerpos. Pasó de ser víctima a ser juzgada como victimaria.
"Pensé que si no llegaba con dinero ya no me iba a necesitar", recuerda. Un día en casa, él subió al segundo piso. Shamere dice que escuchó que alistaba el arma y esta vez seguro tendría balas.
"Habían pasado 18 meses en los que pensé muchas veces que era mejor morir. Pero ese día sentí que mi vida no debía acabar ahí así que corrí y me encontré un ángel. Un hombre estaba abriendo el garaje de su casa y solo le dije que mi 'novio' me iba a golpear. Lo que hizo fue esconderme", señala.
Después de año y medio, Shamere pudo hablar libremente con su familia. Su captor le permitía llamar, pero controlaba las conversaciones y la obligaba a decir que estaba feliz con su novio. También le hacía pensar que ir a la Policía era una detención segura. "Personas que me pagaron por sexo eran policías. Se burlaban de mí cuando estaba en las calles y eso me hacía desconfiar de acudir a las autoridades", dice.
Pese al trauma que le dejó esta situación, Shamere no se siente culpable. Asegura que el haber conocido a un extraño y que todo haya desencadenado su drama son cosas de la vida. "Así se hacen las relaciones, hablando con gente que no conocemos", afirma.
Sin embargo, reconoce que debió tener mayor precaución porque él sabía su intención de explota de ella y obtener un beneficio. "Pasé por psicólogos y hasta pensé en suicidarme porque fue muy fuerte lo que viví", reconoce Shamere. Pero su carácter la empujó a salir adelante y a rehacer su vida.
Pronto se graduará en leyes y asegura que enfocará sus esfuerzos en ayudar a que jóvenes como ella no sean presas de los traficantes. Hoy, trabaja en el Programa de Shared Hope International, una organización cuya misión es prevenir, rescate y restauración de mujeres y niños en crisis.
 NICOLÁS CONGOTE GUTIÉRREZ
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