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El Rojas de Miguel Ángel

Una superestrella del arte latino que ha insistido en los temas que el país ha querido esconder.

Es una superestrella del arte en Latinoamérica. Ha expuesto en las bienales más reconocidas del mundo. Salió ileso de la hecatombe de la rumba ochentera para dedicarse a retratar, con lujo de detalles, lo más doloroso de la guerra en Colombia. Desde su tribuna ha insistido en los temas que el país siempre ha querido esconder: la droga, el homosexualismo, las fumigaciones con glifosato, el desplazamiento y las atrocidades de la violencia. Excelente cocinero y mejor bailarín –de la salsa y del rock–, Rojas es un artista genial que, para completar el paquete de la provocación, está abiertamente a favor de la legalización de la droga. Un maestro.
Por: Alejandra López González / Fotos: Sebastián Jaramillo
Miguel Ángel Rojas [67 años] no tiene nada en particular que haga suponer que es una superestrella del mundo del arte. Salvo su sombrero gris, quizás. Por el contrario, es dueño de un carácter dulce que contagia y que lo hace ver como un parroquiano cualquiera. Como un “chapineruno” más.
Salió ileso de la hecatombe de la rumba ochentera para dedicarse a retratar lo más doloroso de la guerra en Colombia. Y quizás en ese afán suyo por contar este país, se fijó en aquel muchacho caldense a quien le propuso posar como el David de Miguel Ángel. Era un soldado campesino al que una mina quiebrapatas le voló una pierna. Cuando Miguel Ángel Rojas le dijo: “¿Me posa como el David?”, el muchacho respondió: “¿Cuál David?”. Hoy en día el retrato de ese soldado mutilado es una de las obras insignes de Rojas y, quizás, una de las obras más importantes de la historia reciente del arte colombiano.
Rojas ha tocado temas que van desde el homosexualismo hasta la droga, las fumigaciones con glifosato, el desplazamiento y las atrocidades de la guerra en Colombia. Series de dibujos y fotografías, videos, pinturas e instalaciones hacen parte de su trabajo. Ha usado hoja de coca, mambe, billetes de dólar y hasta semen; y es quizás por eso que sus exposiciones siempre logran sacarles alaridos a los mojigatos y a los “godos”.
Fanático de la naturaleza, su casa en pleno corazón de Chapinero –que heredó de su padre y que hoy día está convertida en su taller– es el refugio en donde crecen árboles y orquídeas salvajes. Excelente cocinero y bailarín; rockero y salsero en la misma medida; abiertamente homosexual y abiertamente a favor de la legalización de la droga.
Su obra fue censurada en Cuba a mediados de los años setenta. Ha expuesto en las bienales más reconocidas del mundo y su obra, que a muchos incomoda, se expone hoy en galerías y museos de renombre internacional. Fue además maestro de la famosa Doris Salcedo. Este es el señor del sombrero gris.
¿Cómo empezó su historia?
Soy de origen campesino. Mi padre, Alcidiades Rojas nació en el Guamo y muy pequeño se fue a Girardot, se empleó y la familia que lo acogió, lo educó. Ellos tenían un almacén de telas y una trilladora de café. Su primer negocio fue de granos y a los cuarenta y pico de años se casó con mi madre y ya tenía cimentado su futuro. Luego se trasladó a Bogotá y se hizo amigo de un grupo de gente de Girardot, compró esta casa en el año 42, compró una fábrica de ropa para niños que era de los padres de Hernán Díaz, el fotógrafo. Mi madre fue íntima amiga de la mamá de Hernán. Luego hizo importaciones de radios Philips y puso un almacén en la calle 19 con carrera 7. Ese almacén lo perdió el 9 de abril durante “el Bogotazo”.
Sus abuelos fueron definitivos en su vida, ¿qué recuerda de ellos?
Cuando yo tenía seis años nos trasladamos a la casa de mis abuelos maternos en Girardot. Las primeras fotos que me tomó mi viejo son en el patio de esa casa. Del piso de esa casa –que era de baldosines– salió Grano, una obra en la cual me refiero al desplazamiento del campo a la ciudad.
Sus primeros retratos datan de cuando tenía siete años. Son retratos de su hermana…
En mi primera comunión, que fue a los siete años, me regalaron muchas cámaras, de esas todavía conservo una. Yo creo que mi viejo quería que yo fuera artista, ya el hecho de que me haya puesto Miguel Ángel es diciente. Él nos metió a clases de danza, de pintura, de piano. Había una monja que me enseñó pintura, con ella empecé a pintar con pasteles haciendo reproducciones de láminas. Luego un amigo de mi padre me trajo una caja de óleos de Nueva York; era una cajita con una cantidad de tubos, aceites, pinceles, un lienzo, era un tesoro y no me lo dejaron tocar hasta que tuve como nueve años.
Esa relación con su padre fue muy fuerte…
En el patio de ropa de mis abuelos había una pared de cemento que era un telón precioso. Hay una foto que tomó mi padre con un baúl de madera cuadrado que puso en ese patio con esa pared de fondo. Las composiciones de esas fotos que él tomaba son impecables.
Ya que hablamos de fotografía, una de sus obras más recordadas es la serie del Faenza, las famosas fotografías que usted hizo de los asistentes al teatro y las cosas que pasaban ahí adentro. ¿Cómo logró hacer esa obra?
Fui al teatro durante muchos años porque eran sitios de encuentros gais y yo era un asistente más, miraba la situación y pensaba “con esto tengo que hacer algo”. Antes de las fotos del Faenza hice unos bodegones que quedaron tan realistas que parecían fotografías.
¿Qué era lo que pasaba en esos teatros que a usted le llamó tanto la atención?
El Mogador, el Faenza y el Imperio eran salas donde proyectaban películas de segunda, no eran películas porno, pero esos lugares eran muy permisivos para encuentros, la misma arquitectura era permisiva, entonces uno iba en las tardes o en la tarde-noche y veía gente que tenía sus contactos. Eso fue lo que fotografié. Yo me conocía muy bien los sitios y empecé a llevar la cámara oculta. Estuve en eso desde 1973, pero realmente el trabajo ya bien pulido lo hice en el 78 y el 79.
¿Qué visión tiene hoy en día de sus obras pasadas?
Me sorprendo de lo que logré con esas fotos del Faenza, sobre todo porque eran fotos ciegas. En el 75 hice una obra que expuse en el Museo de Arte Moderno que era inspirada en las fotos que hice en el Imperio en el 73 y ahí me pareció que tenía que reforzar el tema con materia real, entonces coloqué semen en una instalación y eso fue un escándalo.
Ya habló de su relación con su padre y la influencia de él en su obra. Cuénteme ahora sobre su madre…
Ella fue secretaria de mi viejo en el almacén en Girardot. Mi padre tuvo otra señora antes, con la que se casó y tuvo una hija, o sea, mi media hermana, que ya tiene 85 años y es una mujer muy chévere. Mi madre era muy sensible, ella me hizo amar la naturaleza, la casa estaba llena de árboles y mi madre tenía muchos pájaros. De ahí viene mi amor por los jardines.
¿Y sus hermanas?
Yo soy el del medio. Mi hermana mayor estudió arte en los Andes y mi hermana menor, que fue quien vivió más tiempo en Girardot, se volvió la niña consentida de la familia y ese consentimiento le hizo mucho daño.
Usted sale de Girardot y llega a Bogotá como interno en el San Bartolomé, ¿qué recuerdos tiene de ese tiempo que pasó con los curas?
Fueron los años más difíciles de mi vida. Lo peor era la comida que era muy mala.
¿Lo pusieron a rezar mucho?
Todos los días tenía que ir a misa. Yo era muy crédulo, era muy cristiano, creía, me confesaba y comulgaba.
¿Y eso se perdió con los años?
No se perdió con los años, ¡se perdió con la razón!
¿Cree en Dios?
No. Creo que Dios es un invento y un concepto favorable para la tranquilidad de la mente humana.
¿En qué cree?
En el universo y en la vida. Para mí la vida es importantísima.
Su obra Santa , que hizo parte de la exposición “El camino corto” es una fotografía de un bosque de niebla sobre la cual hay una inscripción de la novena de aguinaldos: “Caiga de lo alto bienhechor rocío”, ¿esa obra está influenciada de alguna manera por su paso por el San Bartolomé?
No, no tuvo nada que ver con el San Bartolomé. Esa obra tiene una relación con el espíritu cristiano del colombiano. Quise decir: “Ustedes que tienen ese espíritu bondadoso del cristiano, ¿por qué permiten que les caiga veneno del cielo?”. Era una alusión al glifosato. Y se llama Santa porque la hice con ira santa.
¿Cómo surgió esa obra?
A través de los medios veía que se estaba regando glifosato, hablaba con personas que tenían nexos con el alto gobierno y les comentaba: “Me parece horrible que estén regando glifosato en los campos, me parece una política completamente equivocada para acabar con el consumo de drogas en el mundo”.
¿Qué otra cosa en Colombia le produce “ira santa”?
Me mueven las fibras las profundas diferencias que existen.
¿Cómo es su proceso creativo? ¿Pasa por ver los noticieros o leer los periódicos?
Sí, mucha gente trabaja así. Beatriz González tiene imágenes de ese cadáver que llevan cargado como una cacería de un animal. Doris Salcedo recorta las noticias. Muchas cosas vienen del contacto con la realidad. Yo tengo una obra que se llama Borde de pánico, un video en donde relacioné un hecho violento que produjo un rastro de sangre que me impresionó porque era muy largo y muy intenso y lo seguí haciendo un dibujo. Era un rastro de sangre que estaba escrito en los andenes de Chapinero. Una idea puede crear la imagen, pero también una imagen te puede llevar a la idea.
¿Su obra es política?
¿El arte es político?, sí. ¿Mi arte es político?, sí. Y todo arte es político. El artista es una persona que no se inscribe dentro de las normas de una sociedad y no ocupa un lugar para vivir encajado en el medio. El arte es la única posibilidad de estar dentro del medio de una manera distinta. Por ejemplo, el Cuadrado negro de Malevich es superpolítico y es político también en relación con el arte porque es como negar la imagen. Soy una esponja de lo que está pasando, de lo que ha pasado y de lo que sigue pasando. Y soy una voz.
Usted ganó el Salón Nacional de Artistas en 1989 con la obra Cupido equivocado. En una entrevista anterior dijo que esa fue su obra más expresionista, convulsionada, alterada. Era la época de Pablo Escobar, los extraditables, las bombas… ¿Qué de esto hay en esa obra?
Fue una obra producto de un momento convulso, no solamente en el país, sino en mi vida personal.
Era la época de la rumba fuerte de los ochenta, la cocaína, el trago, la bohemia… ¿Usted cómo vivió todo eso?
Nunca había tenido contacto con la cocaína y en alguna reunión a la que fui me ofrecieron. Esto era la lucidez, se le pasaba la borrachera a uno, era un bienestar en el cuerpo delicioso. Todo el mundo era igual, y unas señoras, no te voy a dar nombres, pero gente de la sociedad bogotana, gente que le gustaba el arte, galeristas, coleccionistas, quedaron amarrados ahí y nunca salieron. Los ochenta fueron todos así.
¿Cuánto duró en eso?
Todos los ochenta.
¿En qué momento se dio cuenta de que estaba metido en un lío?
Cuando empieza uno a hacerlo con más frecuencia y a perder la mitad de la semana. Si la rumba era un sábado, entonces el domingo estaba uno como dopado, al día siguiente empezaba un cansancio terrible y al tercer día era una depresión tremenda y esto era así todas las semanas. ¡Tremendo, tremendo, tremendo!
¿Cómo logró salir?
Tuve que salirme de un grupo de gente para poder dejar la cosa. Lo que me salvó fue trabajar y darme cuenta de que me expuse a cosas horribles. Soy un sobreviviente de la droga porque era absolutamente suicida la situación.
¿Todavía habla con esa gente de la que se alejó?
Me dolió alejarme, hay gente de ese grupo que todavía hace apariciones en el arte, son amigos, voy a sus exposiciones y veo que están exactamente en la misma situación.
¿De esa experiencia nace su interés en trabajar con el tema de la coca?
Empezó primero como una confesión del consumo. Hay una obra que se llama Mirando el noticiero desde las torres que refleja esa atmósfera de la droga en una noche en el centro de Bogotá. Hay otra que se llama Coca y Cola. Cuando rompí con el consumo hice una exposición en el Museo de Arte Moderno y coloqué un cultivo de coca y en el centro un poporo que era como un símbolo. La primera obra específica con hojas de coca, Caminito de hormigas, es del 96. Cuando empecé a trabajar este problema decidí ponerle los ojos a la situación de la droga en el país, la economía y todo lo que implica.
¿Cómo fue la consecución de la hoja de coca?
Para la exposición El camino corto en el Museo de Arte de la Universidad Nacional, conseguimos la coca en un resguardo del Tolima. Nos trajeron seis bultos de coca, que era una cantidad impresionante. También he trabajado con mambe que es la hoja de coca seca y pulverizada. Cuando estamos haciendo una gran exposición tenemos como seis hornos microondas para secar las hojas verdes, luego se muelen en una maquinita de café y luego se tamizan y queda un polvito delgaditico. Con ese polvo hice las piedras de la exposición El camino corto. He hecho unas obras que son una especie de serigrafías en donde el pigmento no es tinta serigráfica sino mambe.
Usted ha hablado abiertamente a favor de la legalización de la droga…
¡Claro que sí! Es que es la única manera. Como estoy trabajando desde un punto ético, me tomo la libertad de proponer soluciones. Hay una serigrafía que se llama Sueños raspachines que son unas frases escritas sobre papel de coca hecho a mano con orificios. Ahí hay unos términos que yo considero fundamentales para el desarrollo del país, del campo y para solucionar el tráfico de drogas, que es darle al campesino la posibilidad de tener una vida digna: tierra, paz, alimento, salud, educación. Yo hice traducir estas palabras a un señor, filólogo de la comunidad nasa, que me dijo: “Mire no existe una palabra en nasa para paz, eso es más un concepto y la traducción sería más o menos como ‘todos unidos en armonía continuamente’”. Esa serie tiene esas frases en nasa y la traducción en español abajo.
A usted lo censuraron en Cuba hace años. ¿Eso ha vuelto a suceder?
Eso fue como en el 75 o 76 en la Casa de las Américas cuando la dirigía Haydée Santamaría que fue una de las guerrilleras que se fue a la Sierra con Fidel y Raúl. Cuba decía que el homosexualismo era una tara del capitalismo. Después de ese episodio nunca jamás he sufrido censura.
Su obra es muy minuciosa, muy elaborada, muy bella... ¿Cómo aborda ese tema de la belleza?
Es la armonía, el balance, el orden y la relación entre las cosas y eso se podría decir en últimas que es el buen gusto. Es el don que tiene el artista, así como la voz en el cantante o el oído en el músico o el pensamiento puro en el filósofo. En el artista el don es el manejo de la belleza a través del buen gusto. Pero eso tiene que venir acompañado con intelecto que lo saque a otro nivel y un conocimiento también de la historia del arte.
¿Qué artistas le mueven el piso? ¿Por cuál artista cogería un avión para ver una exposición?
A mí me formó muchísimo Wolfgang Laib, el del polen, en ese momento cuando hizo esos cuadrados de polen me pareció maravilloso.
Hablemos de El David, quizás su obra más emblemática y reconocida. ¿Qué pasó con ese muchacho, todavía habla con él?
Este es un muchacho campesino de Caldas, blanco de origen europeo casi puro, de esos paisas montañeros que fue carne de cañón porque le tocó ser soldado, un muchacho al que la guerra le voló la pierna, la perdió con una mina quiebrapatas cerca de Marquetalia. Cuando lo conocimos –digo lo conocimos porque lo encontramos gracias a Juan Gallo–, él todavía tenía la costura y ni siquiera había hecho conciencia de que había perdido un miembro y de que era discapacitado. Eso inspiró El David. Él no tenía cultura, no conocía la obra de Miguel Ángel, cuando yo le dije: “¿Me posa como el David?”, él me respondió: “¿Cuál David?”. Hoy día vive en Marquetalia, está casado con una profesora de escuela y tienen un niño. Cuando viene a Bogotá me visita.
¿Tiene relación con los coleccionistas y la gente que compra su obra? ¿Sabe quiénes son?
Es gente maravillosa, de mucho poder adquisitivo, industriales, ejecutivos que están despegando, gente divina que tiene muchas ganas de vivir rodeada de arte, le interesa mucho el pensamiento y las formas que el artista crea, el artista en sí y los espacios del artista; gente de mucha humanidad, bellas personas. Por ejemplo, Carlos Hurtado, que cuando estaba estudiando en los Andes me compró una obrita, me pagaba 50.000 pesos al mes, eran como 300.000 pesos por toda la obra, y mira cómo va de bien con su galería Nueveochenta.
¿Cuál es el top cinco de sus obras? Mejor dicho, las obras que cuando usted se acuesta a dormir piensa “qué orgullo haberlas hecho”.
1. La serie del Faenza y en general toda la serie de los teatros. 2. El camino de las hormigas, que es la obra clave de toda esta serie de coca. 3. Caquetá y El David, que son obras sobre soldados mutilados. 4. Mirando la flor, y 5. El camino corto, que es la conclusión de ese tema de la coca.
¿Cómo es el mantenimiento de sus obras?
Yo me cuido mucho de que las obras sean trascendentes, que no sean efímeras ni que se vayan a dañar. Por ejemplo las hojas de El camino de las hormigas son hojas postizas hechas con el mambe, tienen unos papeles antiácidos y están montadas sobre unas agujas de acero de acupuntura que no se oxidan. Están en una caja que tiene unas gavetas en donde se guardan las hojitas. La sola caja es una obra de arte en sí, ¡es espectacular!
Usted fue profesor durante más de treinta años. ¿Quiénes han sido sus alumnos más queridos?
Doris Salcedo es mi exalumna más exitosa. Pero a todos los recuerdo con un cariño especial y ellos me quieren mucho a mí.
¿Por qué dejó la docencia?
Ya no tengo tiempo. No quiero hacer más esfuerzo que el de mi obra.
¿Se cuida?
Trato de tener buen aire, estoy en una zona muy polucionada de Bogotá, pero acá adentro en esta casa vivo como en un microclima con mis plantitas y mis tres comidas las cocino yo.
Me contaron que ir a comer con usted es un plan espectacular…
Es que tengo buen sentido, entonces uno llega a un restaurante y dice “¿y aquí qué pido, cómo será esto?” y yo lo que creo es que primero hay que escoger una carne, un marisco, un ave o un pescado y luego otra cosa, un postrecito y el vino apropiado. Soy buen cocinero, me arriesgo y funciona. Lo último que preparé fue un cuscús con calamares en su tinta y arándanos y un chorrito de aceite de oliva trufado.
¿Qué pasó con la natación?
Ya no nado tanto porque me tocaba levantarme a las 5.30 a. m. para hacerlo. Pero tengo una resistencia increíble, te puedo bailar dos horas seguidas. Ahora estuve en Brasil y quedé frustradísimo porque dos veces he tratado de cogerle el paso a la samba y no he podido. Bailo rock y salsa muy bien. Fui rockero, desde Elvis hasta los Beatles, Pink Floyd, Nirvana, pero ya no soy muy especialista. Luego más maduro empecé a sacarle el gusto al bolero, a la música colombiana y a los tangos, que era la música de mis padres.
Ha declarado ser abiertamente homosexual. ¿Tiene pareja en este momento?
Tengo una relación estable, pero no puedo decir que sea pareja porque no vivimos juntos, es un novio con el que llevamos un tiempo y estamos muy bien. No me quejo.
Usted era un artista de culto, lo conocía la gente del medio, pero no era muy conocido por el público general. Hoy en día es una superestrella, está en el top de los artistas colombianos vivos. ¿Cómo cambió su vida al pasar de ser ese artista underground al fenómeno que es hoy?
Mis procesos son siempre iguales: termino una serie y quedo en cero. No estoy acumulando ego. He aprendido a ser muy disciplinado. Trato de buscarme unos espacios en donde nuevamente me vuelvo un niño, un principiante, un hipersensible que busca la manera de no perder la voz, porque respondiendo a todas las exigencias del medio, de las exposiciones, de las galerías, uno se puede olvidar de lo que es realmente la función del artista que es ser esa esponja que transforma y comunica.
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