Se crió en un edificio en Barranquilla donde todos sus habitantes eran de apellido Tcherassi. De niña, con las camisas de su papá, dio sus primeros pasos como diseñadora. En la adolescencia aconsejó a sus compañeras sobre qué ponerse. Fue una de las reinas más celebradas del carnaval de Barranquilla. En 1990 creó la empresa Altamoda y, desde entonces, su carrera no ha tenido techo. Sus colecciones han estado en la Semana de la Moda de Milán y sus diseños los han lucido Claudia Schiffer, Valeria Mazza e Izabel Goulart, entre otras modelos élite. Su nombre se convirtió en una sólida marca que hoy reúne diseño, tiendas y hoteles. Es Silvia Tcherassi, una mujer que encarna en sí misma un concepto rotundo: la importancia de estar siempre bien vestido.
Por Marta Orrantia - Fotos Pablo García
Entra en el vestíbulo del hotel cuando estoy por el segundo café. Aún me pregunto qué he debido ponerme para venir a verla en una mañana lluviosa como esta. ¿Estará bien una falda? ¿Pensará que la camisa está pasada de moda? ¿Le molestará el color de mi chaqueta? Tal vez es inevitable preguntarse eso frente a una diseñadora de modas como Silvia Tcherassi. Sé que tiene un ojo entrenado, que cualquier cosa fuera de lugar la mortifica, que es perfeccionista al extremo.
También sé otras cosas de ella. Sé, por ejemplo, que comenzó su carrera en 1990, con su empresa Altamoda. Que tiene una línea de productos para el hogar. Que escribió un libro llamado Elegancia sin esfuerzo y que su hotel en Cartagena es considerado uno de los mejores del mundo por la revista Condé Nast Traveler.
Sé que su empresa genera unos 150 empleos directos y que las costureras con las que trabaja son madres cabeza de familia. Sé que las mochilas wayúu que ella interviene con cristales Swarovsky, y que han sido un éxito en Italia, se han convertido en el sustento de 300 familias guajiras.
Sé que ya está posicionada como una de las diseñadoras latinoamericanas más importantes del momento, y que su nombre es famoso en las pasarelas de París y Milán, en los círculos más altos del modelaje y entre los expertos de la moda mundial.
Aun así, cuando la veo, olvido todo eso, y siento que saludo a una amiga que hace rato dejé de ver. Es cálida, tierna, delicada.
Tiene el acento suave de su ciudad natal (Barranquilla, 1965) y la sonrisa dulce. Es menuda y femenina. Lleva un pantalón y una camisa negros y, encima, fiel a su estilo, una blusa blanca medio transparente, etérea y amplia.
Me presenta a su esposo Mauricio, un hombre alto, atractivo, de ojos claros, que me cuenta que la conoció en un bar en Barranquilla y que desde que la vio supo que se iba a casar con ella. “Le propuse matrimonio al mes”, dice con un marcado acento antioqueño, y agrega que él dejó su empresa de jugos para dedicarse de lleno a convertir a Silvia Tcherassi en una marca. Los acompaña su hija Sofía (Mauricio, el mayor, estudia negocios y hace la música de las tiendas y los desfiles), que ya se perfila como la continuadora de la empresa familiar. Nos sentamos a desayunar, y todos quieren participar un poco de la conversación. Mauricio pide pandeyucas, Sofía pide huevos, todos tomamos café (Silvia un espresso pequeño con un toque de leche) y empezamos a hablar.
¿Cómo fue su infancia?
Fui una niña muy feliz. En el edificio donde me crié solo vivía la familia Tcherassi. Mis primos, mis tíos, mis abuelos y nosotros. Mi papá estaba muy metido en el mundo de la política (fue gobernador del Atlántico), y con mi mamá viajaban muchísimo, pero nosotros, mi hermano Samuel y mis hermanas María Lucía y Vera, siempre estuvimos acompañados de la familia. En realidad, la nuestra fue una infancia muy sana y muy feliz.
¿Cuál fue su primera aproximación a la moda?
Siempre fui vanidosa, a pesar de que, cuando chiquita, no era delgada. Era una niña más o menos gordita, porque era muy comelona. Sin embargo, desde niña tenía un sentido de la estética increíble. No solo de la moda, sino de las cosas bellas. Me gustaba mover muebles, correr sillas de un lado para otro. Pero en el campo de la moda, ya propiamente dicho, me encantaba entrar al clóset no solo de mi mamá sino de mi papá, y ponerme sus camisas y hacerles nudos. Siempre me gustaron las cosas grandes, amplias. Por eso era que me iba al clóset de él, para buscar cosas menos estructuradas y de hecho siento que mi estilo personal sigue siendo así. Nunca nada muy apretado, sino siempre cosas sueltas, algo suelto arriba con algo estructurado abajo.
¿Usted era gordita?
Mi mamá me decía que estaba gordita, pero yo me sentía bien conmigo misma. Era muy segura. Aun así, a los trece años empecé a ponerme en forma y nunca más me volví a engordar ni una libra. Siempre estoy cuidándome; es decir, si almuerzo, no como, pero no me privo de nada ni me arrepiento. La delgadez en sí no es importante. Lo verdaderamente importante es la seguridad, y estar delgado da mucha seguridad. Las mujeres no tienen que ser bonitas, sino sentirse bonitas. Amo las imperfecciones: una nariz con carácter, unos ojos que no son perfectos, una cara con ángulos.
¿Qué ejercicio hace?
Camino. Nada más.
¿Siguió vinculada a la moda en la adolescencia?
Cuando era teenager, recuerdo que mis primas y mis amigas del colegio siempre me buscaban para que les diera consejos de qué se ponían, de cómo combinaban, que si el pintalabios era el de moda. Siempre era su consejera. En esa época hablaban de los trucos Tcherassi [risas].
¿Han cambiado mucho esos trucos desde ese entonces?
En esencia son los mismos. Siempre he pensado que el look debe ser total y todavía estoy convencida de que el vestido no debe ser el protagonista, sino la mujer que lo usa y que debe dejar siempre un recuerdo. Es decir, no acordarme exactamente de lo que tenías puesto. sino de cómo estabas ese día. No creo en el vestido bonito, en la pieza bonita, sino en algo completo, que no solo te da la vestimenta sino lo que irradias.
Usted fue reina del carnaval. ¿Cómo fue esa etapa de su vida?
En Barranquilla, las niñas se mueren por ser reinas del carnaval desde que nacen. De hecho ahora, más que antes, es casi una presión. Pero en mi caso nunca soñé con ser reina del carnaval. Lo que ocurrió fue que, en mi época, el alcalde era el que escogía la reina del carnaval, y un día llamaron a mis padres a decirles que querían que yo fuera la reina y, te podrás imaginar, sin consultarlo conmigo, dijeron que sí. Aunque no tenía esa obsesión, lo disfruté mucho, me sirvió para enfrentarme a un público, para perder la pena. Hoy lo relaciono con la película El rey león, cuando nace Simba, que lo presentan y lo sacan delante de toda la selva y él mira alrededor, asustado. Para mí fue exactamente igual, porque llegar a una tarima donde hay miles de personas esperándote y aplaudiéndote te obliga a perder la timidez.
¿Le sirvió para su carrera?
Mucho. Me dio mucha seguridad en mí misma. Me enseñó a enfrentarme con los periodistas, con la vida. Ahora yo salgo en una pasarela y veo a ese montón de gente aplaudiéndome y me gusta esa sensación. La siento en el corazón y me gusta que la gente vibre con lo que hago.
Hablando de pasarelas, ¿qué siente antes de un desfile? ¿Sufre? ¿Se pone nerviosa? ¿Cree que al final no llegarán esos aplausos?
Hay de todo. Esa es la parte más difícil de mi carrera. No en los momentos antes del desfile, sino desde que empiezo a trabajar la colección. Esos dos o tres meses previos me generan mucho estrés.
¿Por qué?
Yo soy una persona superperfeccionista, que sufre con todo. Dios me dio un ojo que es un privilegio, pero que también me hace sufrir muchísimo, porque estoy sentada aquí y estoy viendo que esa línea no está derecha [señala una línea de la pared que, a mi juicio, está perfectamente recta]. Son detalles que solo los veo yo y que me molestan. Entonces cada look que sale en el desfile tiene que ser una estrella para mí. No hay rellenos. Así que el momento de crear la colección es difícil porque yo no oigo, no veo y no entiendo. No se me pueden acercar los días antes. Estoy disfrutando lo que estoy haciendo, pero concentrada al máximo. Y después les digo a todos los que están al lado mío: “Perdónenme por haber sido tan insoportable”, porque de verdad que en esos momentos no hay otra cosa sino la colección.
¿Pero después de tener los vestidos listos descansa?, ¿respira?
No. Las dos horas antes del desfile y el día del casting son particularmente difíciles. Porque si bien yo estoy segura con mi colección, una modelo equivocada para un look puede ser un desastre.
¿Qué tienen que tener esas modelos?
Las modelos deben ser casi como un gancho. No extremadamente bellas, sino que tengan elegancia sin esfuerzo ni protagonismo. Debe ser una mujer que camine y diga “ahí estoy yo”, pero que el vestido que lleve diga que él es el protagonista y no ella. Una mujer de piernas largas, delgada, bien formada, con mucha actitud. La medición para mí es fundamental. Cada vestido tiene su mujer. Es como armar piezas de rompecabezas, cada una tiene que cuadrar.
¿Qué modelos famosas han usado sus vestidos?
Claudia Schiffer, Valeria Mazza, Izabel Goulart, Ai Tominaga y Madeleine Bloomberg, entre otras. Pero te puedo contar que Elettra Wiedemann, la hija de Isabella Rossellini, debutó como modelo de pasarela en mi segunda presentación en Milán y hoy se ha convertido en toda una personalidad, incluso siguiendo los pasos de su madre en Lancôme.
Volvamos al momento del desfile. ¿Qué ocurre entonces las dos horas anteriores?
No me gusta delegar. Delego a la gente que ha trabajado conmigo y que sé que conoce mis pensamientos y que, sin hablarles, ya saben lo que quiero. Una vez las modelos se han medido los vestidos y sé qué vestido es para cada una, viene el peinado, el maquillaje, que sea adecuado a lo que estamos presentando, porque ya no solamente es el vestido sino la puesta en escena, el look completo, la mirada. La actitud. Es todo.
¿Qué pasa cuando ya sale?
Cuando salgo, y ya se acaba, es como si un peso se me hubiera quitado de encima. Pienso: “Descansé. Misión cumplida. Esto era lo que me soñaba”. Eso fue lo que me pasó en mi última colección, primavera-verano 2014. Yo estaba en el monitor atrás viendo cada vestido, y pasaban y pasaban, y yo pensaba: “Mejor de lo que me imaginaba”. Y ese día dije: “Todo esto valió la pena”. Porque durante esos meses a veces uno piensa: “Para qué tanto estrés. Para qué me mortifico más la vida”. Pero cuando pasa, me digo que lo volvería a hacer tal cual y que valió la pena todo ese esfuerzo.
¿Y después se toma unas vacaciones?
Esta carrera nunca tiene descanso. Todos los días hay algo nuevo. Algo que definir. En el verano me voy de viaje con mi familia y mis hijos, supuestamente a descansar, pero no ocurre porque siempre estoy viendo las telas, las colecciones nuevas, lo que está en las vitrinas. No puedes dejar de trabajar, porque además no es un trabajo, es una forma de ver la vida. Y además yo ahora estoy en el mundo de la moda, de la decoración, estoy viendo muebles, estoy viendo vestidos… No hay un descanso.
Su carrera ha sido meteórica. Ha tenido éxito tras éxito. ¿Ha tenido momentos duros?
Todos los días son un sacrificio. Sacrifico la cotidianidad, el diario vivir. Me he perdido de momentos de mis hijos como cumpleaños o reuniones importantes en sus colegios. A veces me da un poco de ternura con ellos. Un poco de ternura de ver cómo lo entienden y cómo aceptan y disfrutan este mundo, porque crecieron en él, nunca vieron otra cosa. Pero ha habido situaciones duras, como la que ocurrió el año pasado, en la presentación de mi colección. Mi abuela se murió el día antes, y no pude estar con mi mamá porque tenía mi desfile en Medellín, era un compromiso adquirido al que no podía dejar de asistir. Yo me fui a vivir a Miami hace diez años. Entonces hace diez años es mucho más difícil en el sentido de que ya no solo estoy en Colombia, ya no solo saco dos colecciones, sino que me involucré con los hoteles, con el home collection, con los proyectos de colaboración.
¿Con quién ha hecho estos proyectos?
Los proyectos de colaboración son una oportunidad para salirte del espacio de tu marca y explorar otras categorías y otros mercados. He realizado proyectos de colaboración con Arkitect en Colombia y con Payless a nivel internacional. En este momento estoy trabajando con la marca de calzado española Castañer y este proyecto de colaboración es el punto de partida de una relación mucho más grande y tiene un potencial enorme.
¿Ha tenido fracasos laborales? ¿Colecciones que hayan sido criticadas?
Gracias a Dios, no he tenido fracasos. Yo soy una mujer positiva y soñadora, pero con los pies en la tierra. Les trabajo a los sueños. Pero ha habido momentos más altos y más bajos y momentos de incertidumbre.
Así como fue abrir en Miami…
Nosotros hemos sido muy intuitivos. Cuando abrí en Miami no había ni un estudio sobre cómo nos iba a ir. Pero yo dije: “Aquí tiene que ser”. Fue un salto al vacío, porque si un negocio en Estados Unidos no le va bien, a los tres meses tiene que cerrarse. Los servicios, la renta, todo es costosísimo.
Tengo que reconocer que sí hubo un bajón muy grande, un momento muy difícil, que fue después de las torres gemelas. Estaba out salir de shopping, pero nosotros teníamos que seguir pagando arriendo. En ese momento me di cuenta de que las únicas que seguían comprando y que no paraban sus proyectos eran las novias, entonces decidí poner las vitrinas de novias y empezamos con ese mercado. Y ahí fue cuando decidí abrir mi atelier de novias, un espacio de 450 metros, donde tenía las salas de exhibición, mi propio estudio, y donde yo trabajaba mis colecciones. Con esto ves que las cosas malas te pueden abrir las puertas a otros proyectos. Siempre he tenido confianza en lo que hago, en mi producto y en mi familia, que me rodea y que trabaja a mi lado, porque esto es una empresa familiar.
¿Cuál es el papel de Sofía?
Sofía tiene dieciséis años, pero está involucrada desde siempre. Cuando me gané el premio de moda de la revista Semana, salí en la pasarela de ocho meses y medio de embarazo. Ella ya estaba ahí. Ahora se ha convertido en la mirada joven de la marca.
¿Y Vera, su mamá, qué papel desempeña en esto?
Las tres, mi mamá, Sofía y yo, trabajamos juntas. Vamos a las ferias juntas, pedimos telas juntas. Yo estoy encargada cien por ciento del mercado latinoamericano en Miami. Mi mamá, en cambio, va y viene, porque mi papá tiene alzhéimer y ella tiene que estar en Colombia. Las decisiones y la última palabra la tengo yo, pero estamos involucradas las tres en todo.
¿Usted fue la que tomó entonces la decisión de expandirse hacia los hoteles?
Vimos la casa divina en Cartagena. Lo consultamos entre nosotros. Sabíamos que debíamos expandirnos. Acabábamos de llegar de París de mostrar una colección y nos preguntábamos hacia dónde iba mi carrera, porque estábamos convencidos de que debía llegar a otro punto. Afortunadamente, a los tres meses de haber abierto, el hotel salió en todas las revistas internacionales como uno de los hoteles pequeños más chic del mundo. Fue exitoso desde el primer momento y fue el primer hotel pequeño en Cartagena en tener un restaurante, que además se volviera de moda. Porque hasta ese momento los hoteles pequeños eran prácticamente un bed and breakfast. Nosotros queríamos que hubiera vida, que fuera un lugar para ver y ser visto, que pudieras lucir una vestimenta espectacular y que fuera el sitio de moda, y lo logramos.
Como lo dijo, el suyo es uno de los mejores hoteles del mundo. ¿Qué personajes importantes se han quedado ahí?
Hemos recibido un grupo de personas tanto en el hotel como en Vera (el restaurante), que se han convertido en su verdadera alma y son los responsables de que hoy sea reconocido como un destino por derecho propio. Te podría mencionar a Angela Missoni, Martha Stewart, Lauren Santodomingo, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y David Mayer de Rothschild, entre otros.
¿Es cierto que va a abrir otro hotel en Cartagena?
Sí, pero ya el segundo tiene una escala mucho más grande, con 42 habitaciones, y estamos trabajando en el tercero que también será en el Caribe.
Todo lo que usted toca funciona perfectamente, es un éxito. ¿Es cuestión de estrella? ¿De suerte?
Gracias a Dios he estado en el momento correcto, pero también la he luchado. Sí hay suerte, pero nada es por casualidad.
¿Así pasó con la pasarela de Milán?
Yo me encontraba en el matrimonio de Lina Botero en Venecia y ahí estaba Fabio Valencia Cossio, que era el embajador de Colombia, y me dijo que quería que yo desfilara en la embajada. Yo le respondí que yo no quería eso, que había desfilado en muchas embajadas, que lo que quería era desfilar en la Semana de la Moda en Italia. Me preguntó cómo era eso, qué tenía que hacer para lograrlo, y yo le dije que sencillamente yo le mandaría mi trabajo, mi resumen y videos de mis colecciones. Él tenía que ser como una paloma mensajera, hacer que eso le llegara a Mario Boselli, el director de la Cámara Nacional de la Moda en Italia. Y dicho y hecho, él lo hizo exactamente al pie de la letra. Y me dijo que ya había mandado mi trabajo. Yo sencillamente quería que ellos lo vieran, pero a los dos meses me estaban llamando a decirme que la Cámara de la Moda se había reunido y había visto mi trabajo y había decidido que yo fuera la invitada a la Semana de la Moda en Milán. Esto fue en septiembre y el desfile era en febrero. Qué susto, porque había poco tiempo, pero si no era en ese momento, de pronto la oportunidad no se presentaba.
¿Fue decisivo para su carrera?
Claro. Fue un salto cuántico, pero no solo para mí. Esto abrió las puertas al diseño colombiano, a las modelos colombianas. Era la primera vez que un latinoamericano era invitado a esa pasarela. Y no solo fue importante para Colombia sino para América Latina. Gracias a eso tuve la portada de la revista Vanidades continental, que fue increíble porque en las portadas de las revistas salen modelos, pero no diseñadores. Y ya en ese momento tenía mi tienda en Miami, entonces mis ventas se incrementaron a toda América Latina y Miami era un lugar estratégico para los artistas, pero no solo para los latinoamericanos y los europeos.
Usted ha recibido muchos reconocimientos. ¿Qué es lo más hermoso que le han dicho sobre sus diseños o su carrera?
Por venir de quien viene y por lo que significó, podría decir que cuando Giorgio Armani dijo que quedó impresionado con mis diseños sofisticados y elegantes.
¿A quién le gustaría vestir?
A Cara Delevingne (modelo y actriz inglesa) y Bianca Brandolini (modelo y aristócrata italiana).
Después de tanto camino recorrido, ¿aún recuerda cuál fue el primer diseño que hizo?
Una camiseta que compré y empecé a embellecer. Le pegué lentejuelas, pedazos de cuero, la rompí, la empecé a desestructurar. Fue una obra de arte. Yo me la puse, y sin querer, porque yo no soñaba con ser diseñadora de modas, todo fue llegando. Una amiga me dijo que por qué no las vendía y yo le respondí que no, que eso lo hacía para mí. Entonces ella me dijo que le hiciera una. Y luego le hice otra a una amiga de mi amiga, y así empezó lo que es hoy Silvia Tcherassi. Yo era la modelo de mis propias cosas y siempre ha sido así. Pienso si me lo pondría y para cuándo, dónde y cómo. Porque hay cosas bonitas que uno piensa: “No tendría ocasión para ponérmelo”. Yo soy artista, ante todo, pero también soy comercial. El artista tiene que ser aterrizado y saber que las cosas tienen que tener su uso.
Hablemos de esa faceta artística. ¿Cómo empieza a crear una colección?
La moda está en el aire. Y la inspiración también. Mientras hablo contigo estoy mirando a través de la ventana aquellas flores rojas que se ven allá, y de pronto las incluyo, no sé si en mi próxima colección, pero se me quedan en la cabeza y algún día vuelven a salir. Nunca presento una colección con treinta vestidos bonitos y ya. Siempre hay una historia detrás de eso. Siempre tiene que haber un sentido, una razón de ser, un concepto, un momento de inspiración.
¿Me puede dar un ejemplo?
Una colección que recuerdo muchísimo se llamaba Fusión. Y esa inspiración de esa colección salió de un restaurante en Nueva York, cuando estaba empezando a desarrollarse el concepto de la comida fusión. En ese restaurante probé una mezcla de ingredientes, de colores, de sabores, que me impactó muchísimo, entonces le pregunté al mesero de qué se trataba esto –porque además yo soy muy preguntona– y él llamó al chef, que me explicó lo que era: una fusión entre la comida mediterránea y la caribeña. Entonces decidí que mi próxima colección sería así: una fusión de una mujer latinoamericana. Hice la historia, todo me lo imaginé y fue una colección fantástica. Era el desarrollo del tema con la comida y la moda, y cómo se fue ejecutando y cómo se fue logrando y cómo fue el efecto final, que fue como un plato.
Los diseñadores se alimentan de su entorno. De la situación social, política, económica, de los problemas y los logros. Son como un reflejo de una sociedad en un momento determinado. Entonces a veces uno siente que todas las colecciones tienen cosas en común…
Claro. En los años ochenta, por ejemplo. Yo la llamo la época Armani, donde las mujeres tenían que mostrar que estaban al nivel del hombre y la moda fue de hombreras, pantalones pegados, tacones stilettos que sonaban al caminar.
Una vez logrado ese espacio en la mesa de trabajo, la mujer podía volver a ser más femenina. Ahí empezó la época de las flores, de la delicadeza, de los detalles y las cintas, de toda esta belleza y esta ternura. En el minimalismo, la época era de austeridad. Se usaba prenda sobre prenda, se mostraba poco. Era una moda silenciosa, lánguida, de la época de los grunge, de los soldados, de la guerra. Cada época merece su moda.
¿En qué época está usted –o estamos– ahora?
Ahora la mujer se puede dar el lujo de vestirse como quiera. La mujer quiere ser única, más artista. Una mujer que sabe no se viste con un solo diseñador ni se casa con una marca. Hace su propio look y construye su propia identidad.
¿Por qué es tan importante el blanco para usted?
No te imaginas lo importante que es en mi vida. Mi casa es toda blanca. El hotel es blanco… Yo me pongo blanco y soy otra persona, me visto de negro y tengo que hacer mucho. Siento que el negro es bello en la noche –y entre más edad, menos negro–, pero para usar negro hay que tener el pelo recién lavado, un pintalabios. El blanco me da seguridad. Esa elegancia sin esfuerzo de la que se burlan mis hijos. Es un color sin pretensiones, no te roba. No hay que hacer mucho esfuerzo para salir. Además, como trabajo con tantos colores, llego a mi casa y todo es blanco. Ese es mi color. Es mi volver a ser.
¿Es muy espiritual?
Más que eso, me encantan la gente y los lugares que me dan paz. Hay personas que me ponen a mil. O lugares. Por ejemplo Nueva York me encanta por tres o cuatro días, pero no me da tranquilidad. Ellos (su familia) me critican porque yo entro a la habitación de un hotel y digo “esta no es mi habitación”, eso es porque no me da paz, entonces nos tenemos que ir a otra. Es como encontrar algo en el entorno, que no sé explicarte. Hace más de dos años nos cambiamos de casa y para irnos a este sitio buscamos muchísimo, pero en el mismo edificio donde nos mudamos había dos apartamentos iguales, opuestos completamente, pero no me sentía bien sino de un lado. De pronto también influyó la luz, porque la luz me mueve muchísimo. Yo no duermo con blackout jamás. Me levanto con la luz natural y apenas abro la ventana, miro la luz. Pero en general, lo que ocurre en mi vida es que siento con todo, con todos, esa frase que dice que no hay una segunda oportunidad para una primera impresión.