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Historia de la tradicional avenida Sexta, leyenda de la rumba en Cali

La Zona Rosa no pasa por sus mejores días. Rumberos piden que no la dejen morir.

La ‘clave’ de los salseros, la brisa que acaricia la piel de las mujeres, el bullicio y los bailarines de pintas y zapatos coloridos hicieron de la avenida Sexta una leyenda de Cali, con la que se ganó la fama de ser el hervidero de la rumba.
Bajo el fogoneo de las luces desde antes del anochecer, hay cambios que generan nostalgia en más de uno de esos caleños que recuerdan las caminatas de Héctor Lavoe, de melena, camisa suelta y gafotas, durante esos cuatro meses que vivió en el centro caleño, a comienzos de 1984; o aquellas cabalgatas señoriales, sin implantes ni ‘traquetos’ con escoltas, que abrían la Feria decembrina en esos 80.
O el deambular de Andrés Caicedo, también de gafas gigantes, el escritor de cuentos inmortales que se suicidó a los 25 años porque no quería ser viejo, quien salía a la avenida en busca de sus amigos del parque Versalles. El mismo que en un apartamento de la Sexta paladeó más de una rumba de rock y bugalú hasta el 77.
“... Ardía el suelo. A la avenida Sexta llegamos entre aroma y porciones de sombra de carboneros. Vivía, pues, yo, en el sector más representativo del bullanguero Nortecito, aquél que comprende el triángulo Squibb-parque Versalles-Dari Frost, el primer Norte, el de los suicidas”, dice en su libro Que viva la música.
El hotel Don Jaime es uno de los íconos de la avenida.
El año pasado los productores de una película bajo el título de esa novela tuvieron más de un tropiezo para encontrar esos espacios de la Sexta y una ciudad a la que, según urbanistas críticos, no solo se le fueron borrando las fachadas de estilos europeos, sino que el narcotráfico le metió mano a ese sector donde coincidían los amigos y las parejas de todas partes o los turistas enamorados de esas noches.
Fue la magia de la Sexta la que enamoró a Luis Eduardo Hernández, quien lleva 17 años trabajando en la zona, donde fue portero, mesero, administrador y ahora es dueño de Zanza, un local. Él ha visto, con duelo, cómo los negocios tienen que cerrar, producto de los vientos en contra. “La Alcaldía dejó llenar esto de ladrones, las fachadas están horribles y uno no sabe ya qué hacer para que la gente entre a su sitio”, se lamenta.
Este es el norte de Cali, donde el viento que baja de los cerros desde el oeste, conecta con la llamada Zona Rosa, cerca de la antigua plazoleta de Avianca y del Centro Administrativo Municipal. Los residentes y comerciantes no quieren que desaparezca esa Sexta que, al lado de la iglesia La Ermita, es un ícono caleño.
La ciudad nació recostada al otro lado del río Cali, cerca del histórico sector de La Merced. Solo hasta 1917 se levantó en la orilla el antiguo Batallón Pichincha (hoy en el sur), y luego, en 1936, el puente España sobre el río, lo que abrió senda a la avenida. Era un camino de herradura hasta los talleres de Chipichape y Yumbo. Fue naciendo el barrio Granada, de clases altas, y luego, se empezó a construir la Alcaldía.
El pavimento entró así a la avenida Sexta, donde desde los años 70 se anidó el sitio para los días de fiesta y hacia los 80 llegó el cine, con los teatros Calima y Bolívar, hoy desaparecidos. El “¿querés helado o crema, ve?”, no faltaba en el paseo sabatino o matinal.
“Muchos residentes de Granada prefirieron emigrar ante la cantidad de visitantes y de vehículos en la vía. Aparecieron bares, cines, comidas rápidas, restaurantes y artesanos”, cuenta Pedro José Monte, un vendedor ambulante que lleva 30 años por aquí.
Patricia Largo Higuera, gerente del Hotel Don Jaime, al lado de El Viejo Barril, cuenta que la zona siempre fue movida. “Puedo dar fe de que en ninguna otra parte se sentía respirar Cali como en este lugar”, asegura. Allí se alojaban cantantes y toreros de la Feria.
Las fuentes de soda evocaban canciones de La Sonora Matancera, El Gran Combo y de soneros como Daniel Santos, Lavoe e Ismael Rivera. Cerca han estado Los Turcos y Balocco. Los hippies eran parte del cuadro frente a la Casona de La Felisa, de la que solo queda la fachada. Por aquí pasaron los bailarines Jimmy Boogaloo, Evelio Carabalí y Amparo Arrebato, “esa negra que tiene fama de Colombia a Panamá”.
Monte asegura que el movimiento llegó a tal punto, que era imposible transitar desde las 3 de la tarde, en medio de vehículos y turistas en busca de ese ambiente adornado por bellas caleñas que caminaban coqueteando con el viento y el imponente sol, preludio de las noches para azotar baldosa.
Quienes movían el narcotráfico no querían estar lejos de ese embrujo; primero como clientes, y luego con el afán de quedarse con algunos de los negocios, aunque los más tradicionales no cambiaron de dueño. “Era mucha plata la que se movía, ahora ya no hay nada”, cuenta un comerciante.
Pero los ‘mágicos’, como se les decía a los mafiosos, estaban en esos comienzos en otros lares como el barrio San Nicolás o la calle Quinta, porque tenían a un mecenas, Jaime Caicedo, el ‘Grillo’, considerado entre los primeros narcotraficantes colombianos, quien montó varios griles; y en el patio de uno de ellos, en 1976, un subteniente de Policía pasó de amigo a verdugo.
Claudio Borrero, reconocido como ‘memoria de Cali’, cuenta que a la Sexta también la tocó “mucha cultura de lo fácil. Vinieron los problemas, porque imagínese que hasta alguna vez practicaron tiro al blanco con los transeúntes; duele, pero es cierto”.
Así esta la Av. Sexta ahora.
Ayer y hoy
Alejandro Vásquez, presidente de la Asociación de Establecimientos Nocturnos de Diversión (Asonod), advierte que “la situación actual de la Sexta es el ejemplo perfecto del descuido de la Administración Pública”. Lo repite mientras contempla el corredor lleno de música y una noche de pocos clientes. De acuerdo con Vásquez, la ley seca y la ‘ley zanahoria’, entre otras medidas, los han golpeado. “La violencia en Cali sucede en otros sitios, menos en los rumbeaderos”, dice.
La avenida es el sitio tradicional de los festejos como en los recientes triunfos de la Selección Colombia en el Mundial de Brasil, y la Policía admite que no es un escenario de sicariato recurrente. Hace dos años se reportó el último caso de sicariato en un restaurante de comidas rápidas. Y en mayo del 2013 fue detenido el ‘negro Orlando’, cabecilla de ‘los Urabeños’, cuando circulaba por el sector.
Con todo, la ronda la sombra de la inseguridad y la prostitución, femenina y masculina. Bajo la penumbra, cruzan o esperan las mujeres y una que otra niña de minifalda, mientras que en esquinas se apostan travestis. “Los habitantes de Granada, Juanambú, Santa Mónica, Versalles y San Vicente son los que más se quejan por ruido. No podemos olvidar que, a pesar de ser una Zona Rosa, hay cinco barrios”, según el subsecretario de Convivencia y Seguridad, Luis Alfredo Gómez.
Negocios ‘golondrina’
La avenida Sexta se dividía en dos: una, desde la calle 12N hasta la 19N; y la otra, desde la 24N hasta la 28N. Es la comuna 2 de Cali, donde se contaban más de 60 establecimientos nocturnos, algunos quebraron y otros prefirieron cerrar. Hoy funcionan menos de 20 rumbeaderos, aparte de restaurantes, tres hoteles, más de 10 estancos y los 25 puestos de comidas rápidas.
Muchos inversionistas con dinero de dudosa procedencia se han llevado la rumba a las esquinas de los barrios, y otros lo han hecho en el área de influencia de la Sexta. Algunas de esas discotecas y bares han sido ‘golondrinas’, porque abren por unos meses y luego desaparecen o cambian de nombre en otro sitio. “Ha sido una manera de lavar dinero”, dice un investigador judicial.
Comerciantes de la Sexta aseguran que los ha afectado la ‘feria’ de años atrás en Planeación Municipal para entregar usos de suelo ilegales, de modo que aparecieron bares y barras, hasta en los barrios y la periferia. El golpe ha tocado negocios tradicionales de la Sexta y también de Juanchito, como a la famosa discoteca Agapito.
María Virginia Borrero, subdirectora de Planeación Municipal, advierte que en los últimos 10 años esos locales se incrementaron en un 300 por ciento; mientras que entre el 2012 y el 2013, se expandieron un 400 por ciento y en lo que va de este año, solo un 40.
Los costos de alquiler también complican la estabilidad de los negocios. Los medianos y pequeños llegan al millón y medio de pesos, mientras que los de dos pisos pagan entre 4 y 5 millones. Y eso que ya escasean los fines de semanas donde las ventas subían hasta los 20 millones de pesos.
Gómez menciona que “desde nuestro trabajo, hemos notado que se sacan permisos de uso del suelo de restaurantes y resulta que funcionan como estancos”. En lo que va del año, la mesa conjunta entre la Policía, el Departamento de Gestión Ambiental (Dagma) y la Secretaría de Convivencia y Seguridad han clausurado tres locales.
“Si los caleños dejamos perder a Emcali, todo puede pasar, incluso a la Sexta”, comenta Silvio Contreras, administrador de El Viejo Barril, uno de los establecimientos más reconocidos al lado de Las Brisas y Las Cascadas. El Oasis, un comedero sin puertas, no aguantó más la crisis. “La presencia policial es nula desde hace muchos años. Es un sector que amerita un plan de recuperación, porque es un imán del turismo”, asegura Vásquez.
El historiador Borrero comenta que levantarse temprano para muchos residentes se volvió cuestión de valentía, ya que por los andenes, personas en condición de indigencia o drogadictos tomaron el control, “como si fuera un hotel para ellos”.
En la esquina de la 17N hubo un local desocupado dos años, allí se refugiaban habitantes de la calle y los vendedores de alucinógenos. Hasta enero, cuando se inició la construcción de un centro comercial y fue necesaria la Policía para que los ‘inquilinos’ se fueran. “Falta más seguridad para que uno pueda venir tranquilo”, dice Carlos Alberto Álvarez, un cliente.
La música también ha tenido sus cambios. Hoy, a la salsa le compiten otros géneros como el reguetón. “Si no pones ritmos variados, perdés clientela. La gente no te aguanta tres salsas seguidas”, comenta Germán Álvarez, disc jockey de Tropicali.
Charlee Quintero evoca con nostalgia los días de los discos de acetato, el sonido de los boleros, “el ritmo de los enamorados”. Recuerda que en 1975 empezó a trabajar en un bar que dejó de existir hace rato. “Así no me guste el género, debo atender los gustos. Me encanta cuando por aquí se aparecen parejas veteranas, de inmediato, sé que puedo ser yo de nuevo”, cuenta este discómano, de 51 años.
Umberto Valverde, escritor de la rumba, teme que en la última década se ha estado perdiendo un patrimonio. “Es cierto que las ciudades mutan, pero que esto no sea excusa para dejar que la zona desaparezca entre ruinas”. Él sigue viviendo por ese sector y cree que es un deber rescatar su esencia.
Miguel Meléndez, secretario de Infraestructura de Cali, dijo que desde la Empresa Municipal de Renovación Urbanística (Emru) se adelantan unos procesos de renovación de la avenida. “Por ahora existe el plan, pero falta concretarlo”. La nueva plazoleta de La Caleñidad Jairo Varela es un paso.
“Al extranjero que viene a Cali lo primero que le preguntan es si conoció la Sexta o no. Es hora de recuperar ese orgullo”, dice Frankie Acosta, mesero de Brisas de la Sexta. Hasta hace poco sonó por aquí un restaurante salsero de los hermanos Lebrón, de Puerto Rico, los mismos de Salsa y control, o esa letra de Diez lágrimas o la de La pelea y el bochinche.
Los viernes y fines de semana son la salvación para una economía de la que dependen 470 empleos directos y más de 800 informales. Los meseros y los administradores no le fallan a su tarea, ni los bailarines profesionales, que piden recobrar la rumba de la Sexta antes de que sea demasiado tarde.
MIGUEL ÁNGEL ESPINOSA Y JOSÉ LUIS VALENCIA
Redacción Cali 
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