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La nueva cara del emblemático edificio del CAD en Bogotá

40 años después de su construcción, el CAD, el corazón que administra a Bogotá, resurge.

Era impensable que un edificio tan lleno de vida por dentro, tuviera el aspecto sombrío de los que están abandonados bajo la lluvia inclemente que resbala por las paredes desnudas y grises.
Pero así se veía el Centro Administrativo Distrital (CAD) hace menos de un año, justo antes de que las manos de 37 hombres, comenzaran a reparar, afanosas, la fachada maltrecha por los sismos y los años.
Ahora está cerca de verse como en 1976, cuando fue inaugurado: 237 nuevos páneles cubren sus muros de ladrillo y cemento para devolverle el color hueso de sus primeros días.
“Se habían debilitado en el sismo de 1995, porque los páneles de la fachada eran demasiado pesados. Se lograron reemplazar con unos muy parecidos a los originales, pero con una mezcla de fibra de vidrio, que los hace 70 por ciento más livianos”, explicó Ricardo Bonilla, secretario de Hacienda.
Se invirtieron más de 4.800 millones de pesos para hacerle reforzamiento estructural y para devolverle el encanto que le hizo merecer un premio en la Bienal de Sao Paulo (Brasil) en 1974, por su diseño arquitectónico.
Su creador, Gabriel Largacha Manrique era socio fundador de la firma Serrano Gómez, Ltda., que también diseñó el Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada, y el Centro Internacional, entre otros.
En sus primeros tiempos, cuando los potreros y edificaciones bajas aún dominaban el paisaje, el CAD se erigía como una expresión tardía del modernismo arquitectónico, similar al que copó cada bloque de edificios en Brasilia, cuando se construyó una ciudad entera para reemplazar a Río de Janeiro como la capital brasileña, en 1956.
Con sus paredes anguladas, el CAD parece una navaja que corta como mantequilla el cielo de la sabana de Bogotá.
Desde su techo, a 62,9 metros de altura se ve toda la ciudad: al oriente, la torre Colpatria y los cerros; al occidente, el aeropuerto; hacia el sur, los lugares desde donde saldrán las primeras líneas de cable de la ciudad y hacia el norte, hasta se ve la calle 127.
“Al Instituto de Patrimonio le vamos proponer que nos permita hacer ahí un piso verde con una cafetería para funcionarios”, agregó Bonilla.
Protestas y sismos
Las ventanas de esta mole de 16 pisos han visto cómo nacen las protestas de educadores, estudiantes y sindicatos en la ciudad.
No es un invento reciente. Uno de ellos fue el de noviembre de 1990, cuando doce maestros se encadenaron a una de las columnas de la Tesorería Distrital, para pedir que se nombrara en propiedad a 400 maestros que habían quedado por concurso en 1986.
El edificio fue cerrado para evitar problemas de orden público y al Distrito no le quedó más remedio que buscar las vacantes disponibles para darles un lugar. Al final, nadie entendió cómo los maestros entraron con una cadena de 20 metros sin ser notados.
También son famosos los sismos que han espantado a sus visitantes. Eran las 10:05 de la mañana del 20 de enero de 1995. De repente, comenzaron a vibrar las paredes y las puertas y, en segundos, del edificio salió una horda de ciudadanos despavoridos. Una grieta se incrustó en uno de los muros y dio la señal para hacerle su primer reforzamiento estructural, en ese entonces.
El alfil de la ciudad
La obra es, en todo caso, un arreglo justo para una construcción de concreto en la que más de 3.000 funcionarios van de un lado al otro, como la sustancia vital de la administración de Bogotá.
También lo es para las 1.500 personas que acuden todos los días a pagar impuestos, radicar quejas ciudadanas, solicitar certificados de tradición y libertad y pedir asesoría. Toda una meca de formularios y hogar de un espécimen raro en la era digital: hombres con máquinas de escribir a cuestas que ofrecen sus servicios tal y como lo hacen desde hace más de 30 años.
Todo esto, en el apéndice cúbico de tres pisos que queda justo al lado, pero que es parte fundamental de la vida del CAD: el Supercade de servicio al ciudadano.
En los 30.000 metros cuadrados de este edificio funcionan 10 entidades del Distrito: una para planear la ciudad (Secretaría de Planeación), otra que lleva el censo de cada edificio y su valor (Catastro), otra para controlar las finanzas (Secretaría de Hacienda) y una más para defender el espacio público.
También está la que ayuda a crear bogotanos emprendedores (Secretaría de Desarrollo Económico), la que debe tapar los huecos en las calles de los barrios (Unidad de Mantenimiento Vial), la que fomenta la participación (Instituto para la Participación y la Acción Comunal) y la que atiende a los ciudadanos para sus pagos de impuestos y reclamos (Supercade).
Incluso, en uno de los pisos hay una parte del Concejo de Bogotá, el órgano legislativo de la ciudad donde se aprueban o se niegan los proyectos que transforman la capital. Esto es solo temporal, mientras se remodela el edificio del cabildo, al otro lado de la calle 26.
“Somos tantas entidades, tanta gente, que ya no cabemos todos juntos ahí”, agregó el Secretario.
Parece un edificio vivo, y sus oficinas son los órganos que necesita la ciudad para funcionar sin parar, como un cuerpo sano. El CAD es, en resumen el alfil de la ciudad.
Natalia Gómez Carvajal
natgom@eltiempo.com
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