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'Songo le dio a Borondongo...'

El Presidente, que ha buscado ponerle fin a esta tragedia, es castigado en las encuestas.

Rudolf Hommes
Siempre me ha llamado la atención que líderes políticos colombianos han estado dispuestos a tirarse al país para quedarse con el poder. Sucedió a comienzos del siglo pasado, con la Guerra de los Mil Días y la pérdida de Panamá. Después de un breve episodio de armonía, se repitió la historia a partir de los años 30 hasta bien entrados los 60 con la Violencia, una guerra sucia contra la población colombiana promovida por élites en pugna, que cobra cientos de miles de desplazados y otros tantos asesinados, facilita el despojamiento de tierras y la concentración ilegítima de la propiedad, y gesta un movimiento guerrillero con el que todavía se está buscando la paz.
Esta pugna fratricida ha continuado en ciclos de diversa intensidad y, más recientemente, dio lugar a brutales atentados sanguinarios contra la población, al fortalecimiento de organizaciones armadas ilegales y criminales y al mayor desplazamiento de personas y desposesión violenta de tierras de la historia reciente, que ha hecho palidecer los horrores de la primera violencia. El Consejo Noruego de Refugiados informa que Colombia es, después de Siria, el segundo país del mundo con más desplazados internos, lo que ha “llevado al 12 por ciento de la población a dejar sus hogares por la violencia” y a perder sus propiedades y sus vidas.
El Presidente, que ha buscado ponerle fin a esta tragedia y resarcir a sus víctimas, está siendo castigado, por intentarlo, en las encuestas de opinión. Y los que se oponen a que se termine este desangre suben en las ellas como espuma. Alcanzar la paz figura en el séptimo lugar en orden de prioridad en la encuesta Gallup, y la guerrilla, en el último lugar. La mayoría de los encuestados, que son personas urbanas, condenan el esfuerzo que hace este gobierno para obtener la paz. Creen que la única forma de parar a la guerrilla es exterminándola.
El reportero local del Financial Times se asombra también de que la opinión pública no valore lo que ha hecho Santos por la economía, que va muy bien. Le están cobrando el desempleo, cuando este está en su mejor momento después de la crisis del final de siglo. Desconocen los aspectos más positivos de su gestión y están atribuyéndole al Gobierno la culpa de los problemas que son endémicos. Hay corrupción, pero no más que en el gobierno anterior. La salud va mal, pero ya venía así. La delincuencia común sigue muy activa, y la pobreza persiste, pero ha caído en este período presidencial más que en el de su antecesor.
Uribe hace uso de su popularidad para promover un ambiente de conflicto entre la élite, que no desmerece en nada el de la canción de Celia Cruz que se evoca en el título de esta nota. Lo último ha sido distraer la atención que recibió la revelación de que la campaña de Zuluaga espiaba a sus adversarios. Acusó a Santos de haber recibido dinero de la mafia sin aportar pruebas, mamó gallo un rato en la Fiscalía y anunció que va a presentarlas cuando él quiera ante la autoridad que lo favorece. Eso a los colombianos les parece gracioso. En un país que se escandaliza con que los políticos sean agresivos con sus adversarios pero le importa un bledo si roban, matan o coadyuvan a que anden por ahí varios millones de personas desplazadas, es natural que la muchedumbre prefiera al avivato que comete excesos y se pone de gorra la justicia y no al que, con mesura, pretende enmendar entuertos. Las señoras que le escriben cartas a Álvaro Uribe para pedirle que contenga “a ese otro que también lo habita” deberían más bien hacerle caer en cuenta al público que un Putin criollo puede causarle inmenso daño al país poniendo a un lado la paz y reeligiéndose por interpuesta persona.
RUDOLF HOMMES
Rudolf Hommes
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