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Cristina Toro, sobre las tablas y el papel

La actriz antioqueña es también poetisa. Audaz en detalles, es protagonista de un escenario erótico.

Cristina Toro llegó al teatro cuando ya escribía. No se decidió por alguna y tampoco eligió ambas. Comprendió con el tiempo que todas las artes consisten y confluyen en una necesidad de expresión de un ser humano común y corriente. (Vea más de la serie Plumas de Antioquia)
No obstante, piensa que ese ser humano –común y corriente– encuentra ecos del pasado y los convierte en lo que desea, sin fines o líneas divisorias.
Nació en Medellín en 1960. Es actriz y poetisa clandestina. Para ella, escribir obedece a una actitud irremediable de tener que dejar un recuerdo tangible de momentos que suceden en su vida. Y en esta conversación habla de una pasión desleída sobre las tablas: el papel.
¿Piensa que la poesía erótica, que es su laberinto, no solo se detiene en la piel o en lo táctil sino que hay algo más? Por ejemplo, en ‘Los sonidos del amor’ usted aborda al otro desde lo más natural.
Aparecen algunas cosas que incluso sin tener la intención terminan entrando en ese territorio. Creo que cuando se ha perdido la urgencia del encuentro, aparecen otras reflexiones y otras aproximaciones a la poesía.
A mi edad uno puede hablar de una manera diferente del erotismo con respecto a lo que podía decir cuando estaba en la adolescencia y todo era tan imprescindible.
Ahora, aun cuando el erotismo es una presencia permanente en la vida del ser humano, la vida misma me ha dado herramientas para hacer un acercamiento al territorio del deseo con cierta serenidad.
Quiero saber si al escribir poesía aparece algo que la arroja a un abismo o algo que le clava alas en la espalda, dicho de otro modo, ¿con qué hay una liberación y con qué una especie de vacío?
Creo que esos son los poderes de la literatura. Está la posibilidad de transformar todo lo que antes era solamente una cosa que se narraba linealmente.
Quiero decir, perdí un amor, por ejemplo, se puede escribir de otra manera. Puede ya no ser ese amor perdido, puede ser otra cosa: empecé a darle alas al olvido o al buen recuerdo, si lo merece, pero ya no es simplemente perdí un amor.
En tanto el teatro necesita de un público, ¿considera que el poema cobra vida cuando es leído?
Yo creo que cuando tiene sentido para uno y uno lo validó en su interior, ya tiene vida. El poema revive cuando alguien lo lee y cuando, además, ese que lo lee lo vuelve a inventar.
¿Considera algún libro, de los seis que ha publicado, más virtuoso que otro?
Creo que todos tienen su momento. A veces los vuelvo a mirar y digo: si fuera a publicar ahora, no publicaría ninguno.
En adelante estaré más rigurosa al momento de que algo salga a la luz, o a lo mejor, me vuelvo tan indulgente que sigo publicando las cosas que se me ocurran.
Creo que Cosas de mujeres (1995) fue muy importante para mí y me validó una condición de escribir. En él se tratan temas que apenas empezaban a nombrarse, cosas como las que aparecen en ‘Los días de sangre’ o ‘Los sonidos del amor’, que dan cuenta de una necesidad de tocar otros fragmentos de la realidad que habitualmente es difícil que se nombren.
Hay mujeres escritoras que construyen su voz a partir de una lectura juiciosa de letras femeninas. Hay otras que, por el contrario, prefieren las masculinas, ¿cuál es su caso?
Aunque digan que la voz literaria es una sola, a mí me atrae muchísimo más leer a mujeres. Siempre procuro estar leyendo a una, intercalo e intercambio, pero son necesarias porque son mis maestras.
¿A quién lee ahora?
A veces son redescubrimientos, porque después de haber hecho un ciclo de lecturas, cualquiera que sea, llega un punto en el que uno siente que no ha leído nada o no ha leído lo suficiente, entonces regresa a un autor.
Pasados ciertos años uno encuentra cosas en la literatura que antes no las percibía, y esto, sumado a los olvidos naturales después de los 50 años de edad, es como volver a empezar.
Ahora estoy en un reencuentro maravilloso con Flannery O’Connor y por supuesto leyendo a Alice Munro, que fue un descubrimiento reciente y creo que para muchos. Me gustan Irene Nemirowsky, Elfriede Jelinek, Herta Müller…
¿A quién tuvo como referente para la poesía?
Wislawa Szymborska es uno muy fuerte. Es una voz maravillosa.
En realidad yo creo que las fuentes femeninas son inagotables y siempre serán un referente para mí.
¿Por qué una voz femenina podría ser una fuente inagotable?
La misma condición, o el haber ocupado ciertos lugares donde aparentemente no siempre el protagonismo fue su lugar, abre un espacio para que se inmiscuyan en otras percepciones o detalles que de pronto pasan de largo ante voces tan fuertes, tan categóricas y tan estructuradas (si acaso podría decirse eso), como pueden ser las masculinas.
Yo creo que hay algo, y que no podría explicar, que solamente habita en el ser mujer.
¿Qué autores de Antioquia rescata?
Menciono algunos: Tomás Carrasquilla, León De Greiff, Manuel Mejía Vallejo, Juan Manuel Roca.
Ahora que lo menciona, ¿qué ha significado Roca en su ejercicio literario?
Juan Manuel es un poeta imprescindible para la literatura universal. Es enorme, y eso lo sabemos muy pocos, yo creo que los que lo conocen por fuera saben de su importancia.
Es un ser humano maravilloso, con quien compartir cualquier momento es un privilegio, sobre todo por su sentido del humor y esa capacidad verbal de estar transformando el idioma todo el tiempo. Para mí ha sido un honor que él me haya incluido en su antología de poesía erótica (Boca que busca la boca. Antología de la poesía erótica colombiana del siglo XX. Juan Manuel Roca. Taller de Edición. Bogotá, 2006).
Él tiene un ojo impresionante para señalar, apreciar, dar pautas para entender a dónde la poesía se escapó y es un maestro realmente.
También es un aval para mí. Cuando escribí el último libro de poemas, fue él quien extrajo de uno de ellos el título: Los pasos del olvido. Y era el preciso.
¿Qué piensa del ejercicio editorial en Antioquia?
Yo he ido haciendo una especie de burbuja que me aísla de todo lo que es el mundo editorial en Antioquia, ignoro realmente mucha parte, pues mi oficio de actriz me impide asistir a festivales y a todas las actividades que hay alrededor de la literatura.
Para que alguien decida algún día leerse un libro o tan solo un poema, vale la pena que existan quienes quieran publicarlos. Por eso, mi respeto y mi admiración a quienes se dedican a esto.
El ejercicio editorial es bonito aún con los unos que se odian con los otros, porque esa es la constante en estos gremios artísticos; pintor que quiera a otro pintor, de pronto no es pintor. Desafortunadamente.
Lo que hacen las editoriales es lo mejor que pueden hacer porque, definitivamente, arriesgarse a publicar un libro en este país es muy complicado.
Obras, reconocimientos y antologías
1995: En esta fecha publicó su primer libro Cosas de mujeres con Ediciones La Pluma del Águila. Luego vendrían cinco libros más: Telón de fondo, en 1999; Apuntes de errancia, en el 2000; La humedad del fuego, en 2000; Obsesiones nocturnas, en 2005 y Los pasos del olvido, en 2012.
2000: A la fecha sus poemas aparecen en revistas colombianas como el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República y la revista Casa Silva. También en la revista mexicanaAlforja.
2008: Es incluida en cinco antologías. De Panidas y poetas, selección de Omar Castillo, Medellín, 1995; La mujer y el amor, compilación de Marta Inés Palacio, Manizales, 1996; Boca que busca la boca, poesía erótica colombiana del siglo XX, selección de Juan Manuel Roca, Bogotá, 2006; Ellas escriben en Medellín, colección Madremonte, Medellín, 2007 y La mujer rota, por Literalia Editores en Guadalajara, México, 2008.
2013: Es invitada al Instituto Cervantes de Nueva York para presentar su obra poética.
2014: En la Fiesta del Libro de Bogotá presentarán Poesía colombiana del siglo XX escrita por mujeres, selección de Guiomar Cuesta y Alfredo Ocampo Zamorano, en la que está incluida en el tomo II.
Algunos poemas
Geografía
El mapa de mis bordes lo sabes en tus dedos.
No lo olvides. Podría perderme.
Oración lujuriosa
Lava de Pompeya, báñame; ceniza del Vesubio, cúbreme;
tierra volcánica, sepúltame; fuerzas del centro de la tierra
regrésenme a las paredes donde fui alguna vez hetaira complaciente,
llévenme a las termas donde flotó mi lujuria en tiempos de temblores,
devuélvanme a la celda del lupanar donde un mancebo se jugó la vida por besarme,
hagan de mí un silencio que no grite este deseo de habitar en ti.
Certidumbre
El hilo de la costumbre teje el pasado personal, intransferible;
que llega despacio a la frente, justo a donde la infancia no regresa.
La vejez —ese espejo que nos espera con nuestro propio rostro
calcado de la foto de algún antepasado—
nos concede a cambio de todo aquello que arrebata,
el escepticismo: instancia máxima de la experiencia.
Sutileza
En la tierra conviven el grano y el lodo.
¡La gallina no los confunde!
Desconfía
El sueño del acantilado era una premonición.
Las rocas firmes son de veras más feroces que el mar revuelto.
Manuela Saldarriaga H.
Para EL TIEMPO
Medellín
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