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'Mi papá me tiene miedo': Dalma Maradona

La hija de 'El Diego' estudió en la universidad pública y es licenciada en arte dramático.

En 1999, a los 11 años de edad, Dalma Maradona vio en la calle un auto muy lindo.
–Qué lindo –dijo entonces al pasar, sin siquiera imaginar que el comentario estaba marcando el comienzo de algo grande: algunos meses después, Diego Maradona, su padre, creyó haber interpretado el deseo de Dalma y llegó al cumpleaños número doce de su hija con un regalo especial.
–Pensé que ya tenías muchas Barbies y que esto te iba a sorprender– dijo Diego exultante, señalando un Volkswagen amarillo envuelto en un inmenso moño azul. A un lado, un fotógrafo llevado para la ocasión esperaba el estallido de alegría frenética de Dalma para apretar el obturador.
Pero no hubo estallido.
–Yo... no puedo manejarlo, papá –respondió Dalma con la llave en la mano y los ojos mareados.
Diego la miró.
–Y bueno –alzó los hombros–, que lo maneje un amiguito.
–Pero mis amigos también tienen doce años, genio.
–Pero... –Diego se desconcertó–, ¿me vas a devolver el regalo que te hice, con lo que a mí me costó?
–No sé, papá. No tengo idea; vos vendelo, quedátelo, hacé lo que quieras. Pero yo no te lo pedí –dijo Dalma finalmente y soltó las llaves del auto, y con ese gesto clausuró una escena que parecía una imitación de Los Beverly Ricos, pero que era tan simbólica como real. Dalma Maradona, hija mayor de Diego Armando Maradona, astro futbolístico al que muchos llaman ‘Dios’ –y al que muchos creen Dios–, siempre debió convivir con y sobrevivir a la posibilidad de tenerlo todo.
–Muchos me decían: “Estás loca, cómo vas a devolverle el auto”. Y mi papá al principio se enojó un montón, pero después se dio cuenta de que mi relación con él no pasaba por ahí y entendió muchas cosas mías a partir de ese gesto. Yo sé que desde que le devolví ese auto nuestra relación es distinta, porque él entendió quién soy yo.
Eso dice Dalma Maradona ahora, 14 años después, sentada en el sillón de la habitación de hotel donde se hace la entrevista. En persona, libre de los polvos y los maquillajes gruesos que da la televisión, Dalma Maradona es linda. Tiene esa clase de belleza que no nace de la geometría perfecta dictada por el canon sino de una expresión genuina –acaso fresca– del rostro. Dalma tiene la piel limpia y pálida, viste un short de jean y una camiseta blanca, lleva el cabello castaño cayendo sobre los hombros, y muestra un único guiño a la coquetería en sus pies: usa sandalias con plataforma –“soy muy enana”– para despegar del piso. Pero por fuera de eso luce muy normal. Demasiado normal. Tan normal que es razonable preguntarse qué pasó –cuántas buenas decisiones habrán sido tomadas– para que una hija de Maradona sea, entre tantas cosas que es, un elemento terrestre.
El comienzo
Dalma Maradona nació el 2 de abril de 1987, un año después de que una publicación dijera –con base en un recuento estadístico– que Diego Maradona era más famoso que Jesús. Con ese antecedente llegó Dalma al mundo, y el mundo la recibió como se recibe a una enviada, a la primogénita del mito, a la hija del Hijo. Para su primer cumpleaños Dalma entró al salón de fiestas sentada arriba de una torta gigante. Entrada la pubertad, recibió un auto de colección y logró que su padre no le regalara un delfín (en un paseo Dalma había dicho “qué lindo delfín” y Diego casi le llevó uno de regalo). Y llegada la juventud, Dalma terminó de confirmar que su padre era un caso: empezó a conocer familias donde las dos hijas del matrimonio se llamaban ‘Dalma’ y ‘Giannina’ –incluso hubo dos llamadas ‘Mara’ y ‘Dona’–, conoció hombres que la veían y lloraban de rodillas, comenzó a cruzarse con varones que le mostraban tatuajes con la cara de su padre y supo que incluso había una institución llamada Iglesia Maradoniana que había elaborado diez mandamientos para honrar a Diego. Años después, la iglesia agregaría un número 11: ‘Seguir a Dalma y a Giannina en Twitter’.
Seguir a Dalma en Twitter –donde tiene casi 380.000 seguidores– es una experiencia curiosa. Responde todos los mensajes y sostiene diálogos con cada uno de los individuos –reales o inventados– que la critican, convencida de que es posible torcer malas opiniones con argumentos genuinos. Al cierre de esta edición, por ejemplo, y a propósito de un tema menor, Dalma sostenía un breve intercambio con una persona que la agredía y que tenía un (1) seguidor.
–Eso me pasa seguido. Mis amigos me dicen que uso mal Twitter y que no tengo que contestar a todo el mundo. Pero me parece que si la gente se toma el trabajo de escribir yo me lo puedo tomar para contestar. En muchos casos, los que me agreden terminan pidiéndome disculpas.
Dalma es rara. Dalma podría haber sido la Paris Hilton de América del Sur. Dalma podría haber tenido su primer auto a los 12, podría haber sido multada por conducir borracha a los 18, podría vivir enfundada en marcas importadas, podría haber sido una pésima actriz con roles protagónicos en series de televisión financiadas por su padre, y podría dar entrevistas con un perro chihuahua en la cartera. Pero Dalma, contra todo pronóstico, es esto: una chica de sonrisa prudente y dientes perfectos que responde los correos de ignotos y famosos, llega puntual a la entrevista, y que ahora se acomoda tensa y educada como una niña de conductas aprendidas.
–Mis viejos nunca tuvieron que decirme ‘ubícate’, pero sé que si alguna vez hubiera tenido un arranque de divismo ellos me habrían dicho: ‘¿quién te pensás que sos?’. Pero yo conozco los orígenes de mi mamá y mi papá, sé todo lo que les costó tener lo que tienen ellos y lo que tenemos mi hermana y yo, y no se me ocurre ser de otra manera.
Su papá –lo dicho– es Diego Maradona: un personaje complejo del que todos tienen algo para decir y al que muchos tratan como se trata a un mesías, esto es: a un enviado de Dios en la Tierra. Su mamá es Claudia Villafañe: la mujer que sobrevivió al dios pagano y que hizo del perfil bajo una marca de carácter, pero también de amor. Claudia construyó el silencio como se construye una campana de cristal: ahí adentro ella y sus hijas están seguras.
–Mi mamá siempre fue muy reservada; frente a tanta exposición su rol siempre fue más de contrapeso, de ocuparse de que no nos fuera mal en el colegio... Mi mamá siempre fue muy exigente. De hecho, ella siempre quiso que yo fuera abogada, o psicóloga, o alguna de esas cosas... No le cerraba mucho que sea actriz. Me tomó un tiempo demostrar que esto es lo que amo hacer– dice Dalma. Y cuando dice “soy actriz” no se refiere a un capricho de hija de famoso con ganas de estar en pantalla: en el año 2011 egresó del Instituto Universitario Nacional de Arte de Argentina (Iuna) con un título de grado que la declaraba, sí, actriz. Y que le daba al apellido Maradona un lustre impensado: Dalma, con su título, se transformó en la primera universitaria de la familia.
–Fue fuerte. Ya había pasado antes con el secundario. Cuando terminé, mi papá dijo en no sé qué programa que yo era la primera Maradona que terminaba la escuela. Después mi hermana y mis primos terminaron, pero en ese momento para él fue muy conmovedor, a tal punto que cuando me fue a entregar el diploma yo veía que lloraba como un chico y pensaba: ‘bueno, no sé si es para tanto...’, hasta que después entendí todo lo que significaba para él. Y que después de eso yo encima fuera a estudiar actuación a la universidad pública fue todo.
El sueño de la actuación
Dalma quiso ser actriz desde muy chica. A los ocho años les pidió a sus padres que la dejaran participar en Cebollitas, una tira infantil sobre un equipo de fútbol de barrio.
–Los nenes de 8 años no trabajan– le dijeron Claudia y Diego, pero Dalma insistió y logró un trato: seguiría yendo a la escuela doble turno y después, si le quedaban fuerzas, iría a grabar. Así lo hizo. Su primera llegada a Cebollitas fue, recuerda Dalma, su primera aproximación a la vida real. Ahí conoció a niños que dormían en los decorados, que hacían la escuela a las patadas y que generaban sueldos de los que vivía toda una familia.
–Ahí entendí que mi situación era distinta a la de mis amigos en la tele. Aunque la burbuja realmente se terminó de romper cuando entré al Iuna. Eso me partió la cabeza. Ver compañeros que venían de diferentes provincias del interior, que trabajaban de lo que fuera para poder pagarse los estudios y que encima eran buenísimos aunque no los conociera nadie porque no hacían tele... eso me mató.
El Iuna es la escuela (pública) de arte más importante y prestigiosa de Argentina y es conocida por su calidad académica y su examen de ingreso riguroso. De mil personas que se inscriben suelen entrar doscientas, filtradas con un criterio para el que es difícil prepararse: no hay que tener demasiada experiencia (porque buscan alumnos sin vicios actorales), ni hay que tener poca experiencia (porque deben ser alumnos capaces de seguir una consigna). Ante ese panorama, Dalma hizo lo único que le pareció útil: fue a la foniatra. Educó su voz. Y entró.
–Un profesor me preguntó qué hacía ahí. Y de a poco fui demostrando qué hacía. Yo lo único que pido para que me juzguen es que me conozcan. Pido tiempo– dice Dalma, y lo dice con una voz apenas áspera: empeñada.
El esfuerzo que hace Dalma al momento de hablar –como si estuviera levemente disfónica– podría ser una metáfora de todas las otras cosas. Dalma trabaja, incluso físicamente, para tener una voz propia. Y lo va logrando a fuerza de tiempo y de cuidado en la elección de sus trabajos, a los que accede principalmente por casting. Dalma participó en La rabia, la película de una cineasta argentina de culto llamada Albertina Carri; en marzo estrenará otra película junto a Héctor Alterio; participó en cinco obras de teatro, y en el 2012 llevó a las tablas Hija de Dios, un unipersonal autobiográfico que no la inquietaba tanto por lo que fuera a ser contado –al fin y al cabo, toda la vida de Dalma sucedió en cámaras– como por el hecho de que tendría que pararse sola en un escenario, y actuar.
En la obra –al igual que en el libro Hija de Dios, publicado el año pasado por la editorial Random House– Dalma cuenta algunos de los tramos más insólitos de la vida junto a su padre. Uno de ellos es el de los Backstreet Boys: durante el paso de la banda por Argentina, Dalma le dijo a su papá que los quería conocer y acto seguido Diego Maradona se subió a la camioneta y empezó a perseguirlos.
–No es que él levantó el teléfono y dijo ‘mi hija quiere conocerlos’. Éramos fans corriendo detrás de un microbús, hasta que llegamos al hotel y él dijo en la entrada algo como: ‘te pido un favor, mi hija quiere conocer a...’. Y ahí justo uno de los Backstreet Boys se moría por conocer a mi papá y todo fue más fácil.
–¿Qué otra cosa le pediste? –pregunto–. A la hora de las anécdotas, el ‘mundo Maradona’ es una fuente de relatos perfectos.
–No soy de pedir mucho porque sé que si pido mi papá me lo consigue... Entonces soy muy cuidadosa. Solo tengo registro de una vez en la que sí le pedí algo de nena caprichosa. Resulta que Colin Farrell venía a Argentina y yo lo quería conocer. Justo mi papá estaba haciendo La noche del diez, un programa en Canal 13, y le dije: ‘Mirá, Colin Farrell va a estar en tal lugar a tal hora, así que después del programa te das una ducha y lo vamos a conocer’. Mi viejo decía: ‘No, Dalma... ¿de qué juega?’. O sea: creía que era futbolista, cero idea. Pero igual fue, llegamos y empecé a hablar con Colin Farrell y él empieza: ‘Bueno, ¿vamos?’. ‘¡Ningún vamos! –le dije–. Hablá con quien sea, entretenéte con algo porque yo de acá no me voy’. Ese es uno de los pocos momentos en los que me aproveché de él. Lo normal es que yo no pida nada. Es más: más que pedir, yo en muchas cosas soy la que le pone límites a mi papá. De hecho, yo en la obra digo, un poco con humor pero también en serio, que mi papá a mí me tiene miedo. No porque yo sea un monstruo, sino porque sabe que yo lo amo profundamente y que le hablo con la verdad.
Los líos de familia
Es probable que algunos de los mayores desencuentros entre Dalma y Diego Maradona se vinculen a los problemas filiatorios de Diego. Desde hace años, cada tanto una mujer le atribuye un hijo, y esas noticias –sumadas a las que aluden a las últimas parejas que tuvo el futbolista– hicieron de los Maradona, una vez más, un caldo rico para la prensa amarilla. Todos, desde hace unos meses –o acaso desde siempre–, creen que tienen algo que decir sobre Diego Maradona. Y desde los 15 años –cuando salió a desmentir en un programa de televisión que su papá hubiera muerto– es Dalma quien asume la voz ante los medios cuando hay un problema importante.
–Ojo, también yo encima elegí un trabajo que viene de la mano de hablar, dar notas y contar cosas que... uno no puede decir: ‘Voy a hablar de mi trabajo, pero no de mi vida’. Porque a veces ni les importa lo que estás haciendo, solo les importa tu vida. Entonces hablo, pero trato de medirme porque no lo disfruto. La gente dice: ‘Quiere cámara’ y para nada: me llaman de mil medios, podría estar en Cadena Nacional si quisiera, pero no me parece que ese sea mi lugar.
–¿Cómo te caen los reclamos de paternidad que le llegan a tu papá?
–A ver... Tengo una posición tomada y es que si él se hace un análisis para confirmar o descartar su paternidad, como hizo hace un tiempo con un hijo que le adjudicaban y que se probó que no era suyo, entonces se tiene que hacer todos los análisis que le vienen pidiendo. Es un tema muy delicado. Y a la vez es injusto, porque mucha gente ve a mi papá diciendo: ‘Mis únicas hijas son Dalma y Giannina’ y nosotras quedamos bajo una presión muy fuerte, porque no le pedimos que diga esas cosas.
–Ustedes no se instalan como las únicas.
–No, es él el que hace eso. Esa posición tiene más que ver con él que con nosotras. Entonces hay que empezar a separar. Qué sé yo, cuando pasan estas cosas yo tengo un panorama más claro de lo que quiero yo para mi vida y mi familia. Yo quiero otra cosa.
Hoy, por primera vez, Dalma dice la palabra ‘familia’ y no piensa solo en la familia de origen sino en una familia futura. Después de nueve años de novia que terminaron en separación, está nuevamente en pareja y aunque todavía no quiere un embarazo –quiere viajar y trabajar por un buen tiempo–, hay ciertas ideas que de a poco entran en el mapa. Más aún desde que su hermana Giannina tuvo un hijo, Benjamín, y le mostró a Dalma otra forma de vida.
–Igual, la veo a mi hermana y prefiero esperar un poco más– dice Dalma y sonríe, como si en realidad resoplara.
Dalma y Giannina se ven todas las semanas. Desde hace algún tiempo se juntan los viernes con unas amigas a jugar al, sorpresa, fútbol. Dalma y Giannina sí juegan al fútbol, y hasta contaron con Diego Maradona como director técnico de uno de los equipos.
–Con mi hermana nos matamos: terminamos de jugar y si perdemos nos queda un mal humor horrible, por no hablar de mi viejo. A él le encanta vernos y nos grita y nos da indicaciones como si en el momento pudiéramos escuchar la indicación y hacer algo... O sea, papá: somos todas minas corriendo atrás de una pelota, no tenemos técnica, entendelo: solo queremos divertirnos –dice Dalma, y ríe a sabiendas de que Diego, como todo padre, probablemente nunca va a entender.
JOSEFINA LICITRA*
PARA EL TIEMPO
BUENOS AIRES
*Periodista y narradora argentina. Actualmente publica en medios nacionales e internacionales, entre ellos ‘Orsai’, ‘Rolling Stone’, ‘El Mercurio’, ‘Piauí’ y ‘Letras Libres’. Es autora de los libros de no ficción ‘Los imprudentes’ y ‘Los otros’. En el 2004 ganó el premio a mejor texto de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano.
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