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Carlsen, Stradivarius del ajedrez

La diosa Caissa, caprichosa y coqueta, ‘ningunió’ al país que inventó el ajedrez y le dio un anticipado regalo de cumpleaños al retador, Magnus Carlsen, flamante campeón mundial.
El nuevo Stradivarius (= perfección) del ajedrez cumple 23 abriles el 30 de noviembre. Es el segundo campeón mundial más joven, después del ruso Kasparov, su exmaestro.
Si el alumno no supera al maestro, el maestro no sirvió, decía don Mario Latorre. Pues bien, Carlsen tiene un elo superior al que tuvo Kasparov. El elo es el ego de los trebejistas y está dado por los puntos conseguidos en múltiples competencias. Como en el tenis.
El ajedrez, esa ciencia que parece un juego (lo dijo el cubano Capablanca), nos deparó el primer conejo de que se tenga noticia: Balhit, el rey que debía recompensar al creador del ajedrez, no tuvo con qué pagar la cuenta. Cuando se la pasaron, dice la ¿leyenda?, soltó una carcajada estilo Otto Morales Benítez. Fue a ver y no tenía los 9223372036854775808 granos de maíz que había pedido el sabio inventor.
Como en el caso de la reelección del presidente Santos, apenas seis personas veíamos venir el triunfo del escandinavo: yo, tú, él, nosotros, vosotros y ellos. Pero nadie imaginó la contundencia con la que pulverizó al cinco veces campeón, Vishy Anand, de 43 años, bajo de forma. Por deferencia con el país que inventó el ajedrez, el match se jugó en Chennai, antigua Madrás (India), tierra del defenestrado campeón.
Anand es casi otra deidad en su país. Se entrenó en Alemania. Magnus, con pinta del nerd que nunca tuvo niñez, se entrenó en Noruega y el sultanato de Omán.
Anand, remoto aire de gurú. Nunca pierde la compostura. Ni siquiera después de la novena partida, que casi gana. Ni de las dramáticas tablas de la décima y última.
Carlsen sonríe avaramente. Responde con anoréxicas frases. Ni siquiera los 900.000 euros que se embolsilló sacan a la computadora escandinava de carne y sueños de su frialdad nórdica. No ríe ni por negocio. Y eso que promociona ropa de marca.
Anand rebajó 6 kilos en la fase preparatoria. Es un perfeccionista en su oficio. Magnus, su nombre nada modesto, practicó esquí y jugó tenis, bádminton, fútbol, voleibol, natación, para estar en forma.
El indio sorprendió divulgando los nombres de su equipo. Carlsen calló. Pero Henrik, padre del genio, estuvo en todas. Meses antes del inicio del duelo, los Carlsen inspeccionaron detalles como silla, humedad, medioambiente, ruido, tamaño de las piezas, tablero.
El pobre azar –uno de los alias que los ateos le dan a Dios– nada tiene hacer en la vida de Carlsen. Todo está fríamente calculado. “Norueguez” obliga.
Anand disfruta la comida de su país. Carlsen llevó su propio cocinero para evitar sorpresas. También llevó su médico, Brede Kvidkiv, quien después de cada partida lo monitoreaba con lupa para supervisar el desgaste.
Anand ve las jugadas definitivas en centésimas de segundo. “Si pienso, me equivoco”, dijo irónicamente alguna vez. Carlsen piensa con el Eclesiastés que todo tiene su tiempo bajo el sol. Como otro excampeón, Tigran Petrosian, apodado la ‘Boa’, abraza al rival hasta triturarlo.
Ambos jugadores siguieron con el rabillo del ojo otra competencia: la que libran Kasparov y Kirsan Ilyumzhinov por la presidencia de la Fide. Ilyumzhinov aspira a la reelección. Kasparov quiere tener acceso a 178 ministros de educación, número de países afiliados a la Federación, para ensanchar el mundo del ajedrez. Para cerrar, una rigurosa frase de cajón: ‘Habemus’ campeón para rato.
Óscar Domínguez Giraldo
(www.oscardominguezgiraldo.com)
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