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Editorial: Un Nobel de la Paz caliente

EDITORIAL
No figuraba en las boletas de probables ganadores, así que la selección de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) como ganadora del Premio Nobel de la Paz ha sido una sorpresa internacional. Parecían más opcionados la adolescente pakistaní Malala Yousafzai, por su campaña en pro de la educación de la mujer; el obispo mexicano José Raúl Vera o el médico congoleño Denis Mukwege.
La OPAQ es una institución joven y relativamente desconocida que nació en 1997, fruto de la convención contra la fabricación, almacenamiento y empleo de armas químicas. En su corta vida, ya ha realizado cerca de 5.000 inspecciones en 86 países. Es la vigésima ocasión en que Noruega concede el Nobel de Paz a una entidad, frente a 98 reconocimientos personales. La ONG más premiada ha sido la Cruz Roja.
Uno de los momentos históricos de la OPAQ ocurrió en el 2001, cuando la organización expresó sus dudas acerca de las supuestas armas de destrucción masiva que, según Estados Unidos, albergaba en sus arsenales Irak. Cuando el brasileño José Bustani, primer director de esta entidad, no se plegó a las presiones del gobierno de George W. Bush, este gestionó una conspiración que acabó en la destitución del diplomático. La invasión de Irak demostró que las tales armas no existían.
A diferencia de otros premios Nobel que reconocen una obra desarrollada a lo largo del tiempo, el de Paz premia indistintamente trayectorias prolongadas o desempeños episódicos cercanos en el calendario. Este año parece haber sido otorgado al fragor de las noticias sobre la búsqueda y desarme de armas químicas en Siria, producto de un acuerdo de hace pocas semanas, mientras 189 inspectores llegan a ese país con la misión de detectar y desmontar los arsenales. Un Nobel de la Paz concedido en caliente puede acelerar favorablemente una situación que ponga fin a una guerra, pero también se expone a premiar de manera prematura a quien no lo merece. La prueba es que Mahatma Gandhi fue cinco veces candidato al premio y no se le concedió, al paso que Henry Kissinger –de nefando prontuario en Chile, Indochina, Bangladés y Timor Oriental– exhibe orgulloso el diploma de pacifista ganado en 1973.
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