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Viaje a Nuquí, un paraíso salvaje

Este destino del Pacífico colombiano es ideal para descansar y maravillarse con la naturaleza.

Dos murallas de piedra, donde revientan las olas de un mar color esmeralda, dan la bienvenida a la vereda Guachalito, en Nuquí, en el departamento del Chocó.
El mar se mueve recio. Más tarde lucirá la tranquilidad de un lago y cambiará de color: tal vez a azul claro o gris oscuro. Así es el océano Pacífico que baña esta región del país: impredecible, caprichoso.
Al descender de una lancha que de la cabecera municipal conduce hasta Guachalito, en un recorrido que tarda 40 minutos, lo recibirá una playa de arena morena y suave –muy distinta a la típica postal de la playa caribeña– con un imponente paisaje de fondo: la selva.
Elizabeth Mena es una nativa amable y sonriente que tiene la piel del color del arroz con coco frito. Es la propietaria del hotel La Joviseña, cinco cabañas rodeadas de jardines y huertas sembradas –en canoas viejas– con flores y hierbas de varios tipos y colores.
Es medio día, y el almuerzo es un manjar: filete de atún a la plancha adobado a las finas hierbas y torticas de yuca con queso costeño, y jugo de carambolo.
Elizabeth cultiva y produce casi todos los alimentos para sus huéspedes, mientras su esposo, Augusto, es el encargado de pescar.
El primer plan, por el que viene la mayoría de viajeros –de Colombia y de diferentes países– es salir a perseguir a las ilustres visitantes que navegan miles de kilómetros: las ballenas yubartas que llegan de la Antártida a aparearse o a parir a sus crías, entre los meses de julio y noviembre.
“Allá hay varias ballenas”, grita el lanchero y señala hacia el norte. A lo lejos se ve, apenas, cómo resoplan. Nos acercamos. El motor se apaga, para no espantarlas. En medio de la emoción guardamos silencio, hasta que una de ellas deja ver el lomo, y luego, la cola.
“Es un espectáculo maravilloso ver a estas criaturas. Si tenemos suerte, las vemos saltando”, dice Rocío Ceballos, una jubilada antioqueña que ha viajado ocho veces a Nuquí, de vacaciones, con sus amigas. Pero no. En esta ocasión no saltaron, pero al menos las vimos, y fue muy emocionante. Las ballenas también son impredecibles.
Desembarcamos en la vereda de Termales, llamada así porque allí brotan varios de estos nacimientos de agua mineral. Y 200 metros adentro lo que uno se encuentra es con un spa en medio de la selva: jacuzzis de agua termal, canoas convertidas en tinas y zonas de masajes. El lugar ideal para relajarse y dejarse consentir. Los termales, al igual que la mayoría de atractivos de la zona, son el resultado de un esfuerzo comunitario. (Vea imágenes de Nuquí, en el Pacífico colombiano)
“Somos una comunidad organizada que quiere su tierra, la cuida, y que busca que los turistas pasen una estadía agradable”, dice Daiton González, líder de la región, quien cuenta que allí hay otros planes como salir a ver ranas o pájaros.
Adaptarse a la naturaleza
Cae la tarde en Nuquí y volvemos al hotel. Valga decir que en La Joviseña –al igual que en la mayoría de hoteles del lugar– no hay aire acondicionado. Tampoco hay televisores ni conexión a Internet, y la señal de celular casi no funciona. Tampoco hay música ni fiestas.
“Pero esto no quiere decir que haya incomodidad. Es un destino que invita y obliga a conectarse con la naturaleza, a adaptarse a ella, a descubrir el encanto de la vida sencilla de un santuario natural, y eso es lo que más valoran los viajeros”, dice Gabriel Jaime González, gerente de los hoteles Nautilos, ubicados en el casco urbano de Nuquí y en Guachalito.
“Aquí no hay rumba ni hordas de turistas. Este es un turismo diferente, de vivir la biodiversidad, de descanso total”, sigue González.
Después de dormir arrullado por el canto de las cientos de criaturas de la selva, incluido el de las ballenas –que se escucha como un lamento agudo–, salimos rumbo al corregimiento de Joví, no sin antes desayunar patacones con queso costeño, arepas y huevos revueltos.
La caminata dura una hora y es toda una aventura. Se recomienda llevar zapatos plásticos porque hay que trepar monte y atravesar pantanos, manglares y esteros, esos brazos del río que se funden con el mar.
El plan en Joví es recorrer el río, del mismo nombre, en canoas que son impulsadas en contra de la corriente por nativos con músculos de acero. El río es tranquilo y está cubierto por túneles de árboles de Pichindé, que sueltan aroma a sándalo; es pando y sus colores van del azul celeste al verde oscuro. El ascenso, que tarda 40 minutos, termina en la cascada La Chontadura. El agua es fría y refrescante, ideal para apaciguar el calor.
Otro plan es tomar un curso de surf o ver el espectáculo de los surfistas, que vienen de todo el mundo a perseguir las crestas de las olas del océano Pacífico. En el hotel Nautilos hay un instructor nativo llamado Rubén Mosquera, que se inició en esta práctica con una tabla de su cama.
“Nuquí es un lugar que todo colombiano debe conocer”, dice Sandra Ramírez, profesional en turismo que lleva 14 años trabajando con las comunidades de esta zona del país y que se conoce la región como la palma de su mano.
“Es un paraíso salvaje: tenemos un mar maravilloso, la selva, las ballenas, las tortugas; la gente puede simplemente descansar contemplando el paisaje, o disfrutar conociendo lugares naturales increíbles”, sigue Sandra, y destaca otro atractivo del destino: la calidez de los nativos.
Cammeo Medici es una estadounidense que está de intercambio en Medellín. Contempla el atardecer, abrazada a su prometido –que viajó desde Chicago a visitarla–, sobre una de las murallas de piedra (o longos) a la orilla de la playa.
“Vinimos por las ballenas y por la selva; nos habían dicho que las playas no eran muy bonitas, pero eso no es cierto. Estas playas son preciosas”, dice la mujer mirando el sol anaranjado que cae sobre el océano, que a esta hora se mueve plácido sobre Nuquí. Y añade: “Este lugar es único en el mundo”.
Si usted va...
-La agencia Selvatika ofrece un plan de tres noches y cuatro días, que incluye tiquetes aéreos desde la ciudad de origen (cuatro vuelos en total), alojamiento, traslados en lancha, alimentación, avistamiento de ballenas y visitas guiadas, desde 1’495.000 pesos. Si se quiere quedar una noche más, esta es gratis.
Tel.: 3134005094. aselvatika@gmail.com
-En la página www.nuquinautilos.com/ puede consultar información sobre los hoteles Nautilos. -Para contactarse con el hotel La Joviseña, llame al 3146838847.
-No hay cajeros electrónicos, lleve efectivo.
-Debe regresar con la basura que produzca.
-Debe usar repelente de insectos.
JOSÉ ALBERTO MOJICA PATIÑO
ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO
INVITACIÓN DE AGENCIA SELVATIKA Y LOS HOTELES NAUTILOS Y LA JUVISEÑA
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