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Los extremos se juntan

Guillermo Perry
Los comentaristas se han sorprendido con las crecientes coincidencias entre el uribismo y la izquierda. Ambas corrientes estimulan los paros, legítimos o ilegítimos, proponen una nueva constituyente y prefieren que el Estado mantenga la propiedad de Isagén en lugar de construir las carreteras que el país necesita.
Pero, ¿sí hay de qué sorprenderse? Acaso no ha sido esta una constante de la historia? ¿Qué tan diferentes fueron en realidad Stalin y Hitler, Pol Pot y Sihanouk, Ahmadinejad y el Sha, Castro y Batista, Chávez y Vicente Gómez? Todos ellos –unos de izquierda, otros de derecha– concentraron el poder en sus manos (nada de cortes o congresos independientes) y bajo su mando campearon la represión, la violación de derechos humanos, la censura y la total falta de respeto por la opinión ajena.
En nuestro terruño: qué diferencia real ha habido entre las Farc y los paramilitares? ¿Acaso unos y otros no cometieron masacres de civiles, violaron mujeres y niñas, se aliaron con narcotraficantes y políticos corruptos y se robaron las regalías y las tierras de campesinos hoy desplazados? ¿Y qué diferencia real hay entre las actitudes de Uribe y Robledo (o Petro)? ¿No son, acaso, igualmente dogmáticos, autistas, impulsivos y autoritarios? ¿Por qué sorprenderse, entonces, de que acaben coincidiendo en sus posiciones?
La verdad es que los demócratas vivimos siempre bajo los fuegos cruzados o unidos de los extremos en política. Y por ello debemos apoyar a los gobernantes con talante democrático. Lo malo es que estos, a veces, no se ayudan mucho. Es lo que le está pasando a Santos. Sin duda, ha gobernado como demócrata: respetuoso de los otros poderes y de las opiniones contrarias (mientras no sean las de su antecesor), preocupado por las inequidades extremas y por los derechos de las víctimas del conflicto. Pero cuando insiste en que todo va bien, y en que hay una gran transformación del país bajo su gobierno, parece desconectado de la realidad y provoca una reacción muy negativa entre sus oyentes.
Es cierto que la economía no va mal y que ello se debe, en parte, a las políticas de gobierno. Pero hay que reconocer que hemos tenido vientos de cola muy favorables: buenos precios de nuestros productos de exportación y entradas importantes de capitales, que no encuentran oportunidades ni rentabilidades suficientes en el primer mundo. Y también que no todo es color de rosa: la industria está postrada y la agricultura crece poco, porque acumulamos una revaluación muy fuerte del peso desde el 2003 hasta el presente.
¿Y qué sucedió con el Plan de Desarrollo? Solamente en dos de las cinco ‘locomotoras’ hay algo para mostrar. La construcción de vivienda se ha recuperado algo con los programas y estímulos del Gobierno. Y la infraestructura de transporte recién ahora comienza a arrancar, después de tres años invertidos en ‘poner la casa en orden’. Pero la agricultura no crece, en parte por la ausencia de políticas de desarrollo agrícola (la acción del Gobierno se ha concentrado solo en el tema de restitución de tierras). Y no despega la innovación, porque los recursos destinados a ella se repartieron milimétricamente en el Congreso y no se ha apoyado ni se ha reformado a Colciencias. Peor aún, la locomotora que iba a pleno vapor a inicios del Gobierno, la minería, se ha frenado en seco por falta de políticas claras que armonicen el desarrollo minero con la protección ambiental y el proceso de consultas comunitarias. En otros frentes (como salud y educación) también hay luces y sombras.
A Santos le queda un año para enmendar el rumbo en lo que no está funcionando. Si lo hace, lo reelegiremos con entusiasmo. De lo contrario, lo haremos con algún desgano.
Guillermo Perry
Guillermo Perry
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