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La estrategia secreta de las Farc

Según Plinio Apuleyo, el 'plan Renacer' tiene como última táctica: las zonas de reserva campesina.

No habría, en principio, motivo para alarmarse. Las zonas de reserva campesina tienen la bendición de una ley, la 160 de 1994, que les confirió toda legalidad, así como los mejores propósitos. Se buscaba, en efecto, un ejercicio de asociación campesina que permitiera mayor productividad agrícola.
El tema, sin embargo, ha encendido duras y enconadas controversias, desde el momento en que en la mesa de diálogo de La Habana las Farc han propuesto la creación de 59 zonas de reserva campesina, que tendrían una extensión de 9 millones de hectáreas y gozarían de la misma autonomía política, económica y cultural de los resguardos indígenas o los territorios de los afrodescendientes.
“¡Es un disparate!”, exclamó en su momento el ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo. “Las Farc –afirmó– quieren dividir y convertir al país en un mosaico de republiquetas independientes, y eso es algo que va contra la ley, contra la Constitución. Este gobierno no lo va a hacer.”
Analistas y calificados voceros de la izquierda saltaron de inmediato para rebatir esta interpretación del ministro Restrepo. Alfredo Molano, entusiasta defensor de las ZRC, que ha recorrido las regiones donde se han establecido las primeras de ellas, afirma que la propuesta de las Farc no tiene nada de revolucionario e insurreccional. “Simplemente es una idea que en una democracia liberal no tendría mayor relevancia.” De su lado, el expresidente Ernesto Samper sostiene que estas zonas, si se ciñen a la ley, serían la fórmula que permitiría la restitución de tierras de manera colectiva a muchos campesinos y evitaría “que los terratenientes los sigan cazando como palomas para ampliar sus propiedades”.
Propósitos encomiables, desde luego, ¿pero se reflejan ellos en la realidad de las zonas de reserva campesina constituidas? No sería la primera vez que entre nosotros una ley sufre graves distorsiones en su aplicación.
Primer rasgo evidente e inquietante: las ZRC se encuentran ubicadas en territorios donde los campesinos están ocupados esencialmente en el cultivo de coca. Lo han comprobado los funcionarios de la Unidad de Consolidación Territorial que se ocupan de la erradicación de cultivos ilícitos. Su sorpresa –nos lo han dicho– suele ser muy grande cuando los propios campesinos les confiesan con zozobra: “Cada vez que ustedes asperjen, erradican y se van, nos meten en problemas con las Farc”. “‘Vuelvan a sembrar’, nos dicen”.
Realidad inquietante. Todas, o casi todas las zonas de reserva campesina, se encuentran establecidas en la proximidad de frentes o bloques de las Farc. Es el caso de Pato-Balsilla, al norte del Caguán, que sirve de refugio y campamento principal a la columna móvil Teófilo Forero. De su lado, la ZRC del Retorno Calamar, en el Guaviare, principal zona cocalera de la región, alberga campamentos del bloque Oriental de las Farc. Y la que se encuentra en los municipios de Arenal y Morales, en el sur de Bolívar, cuenta con la presencia del bloque del Magdalena medio, de la misma guerrilla.
Dos zonas llaman especialmente la atención. La de Cabrera, en Cundinamarca, por hallarse en la provincia de Sumapaz. De su lado, la del valle del río Cimitarra, tiene la dominante presencia de la asociación campesina que lleva su nombre y la sigla ACVC. Recordemos que, luego de denuncias hechas por campesinos de la región, fueron allanadas sus sedes y detenidos varios de sus más reconocidos líderes por sus estrechos vínculos con las Farc.
Pero nada de esto es casual. Si uno revisa los correos incautados de Tirofijo a los miembros del secretariado de las Farc, en marzo del año 2005, descubre que las primeras ZRC eran vistas por él como territorios de apoyo y protección, en la medida que habían sido conformadas por familias cercanas a los guerrilleros. Estas zonas debían servir, en efecto, para conseguir abastecimientos y medicinas y servir de punto de encuentro de sus agentes urbanos con los dirigentes de los bloques.
El nuevo poder de las Farc
Pero quien le dio un real viraje a la acción de las Farc fue Alfonso Cano. Tras los severos golpes recibidos en el campo militar, se le hizo a él evidente que la lucha armada no era definitivamente la vía para llegar al poder. Y si observamos de cerca su famoso plan Renacer, descubrimos que su nueva estrategia comprende instrumentos políticos, económicos y sociales de peligroso alcance.
Los primeros, aparecen con la creación del PC3 (Partido Comunista Colombiano Clandestino), de las Milicias Bolivarianas y últimamente de la llamada Marcha Patriótica, capaz de movilizar huestes desde la Guajira hasta los confines amazónicos. A estos sustentos políticos se suman hoy, como lo hemos visto en el Cauca y otras amplias zonas del Pacífico, los resguardos indígenas y las comunidades afrodescendientes bajo su influencia y control. De esta manera, donde antes se encontraban frentes guerrilleros con el único poder intimidatorio de las armas, hoy, gracias a estos brazos políticos, que se mueven con mayor amplitud y penetración, se dominan municipios y regiones enteras, que se extienden no solo en el Pacífico, sino en el Putumayo, Caquetá, Vichada, Arauca y Catatumbo.
Tal poder político se consolida con los millonarios recursos que a las Farc les suministra el narcotráfico y ahora la minería ilegal. El dinero permite pagarles a los campesinos en vastísimas regiones del país los cultivos de coca, comprar fincas, pagar juntas de acción comunal e, incluso, financiar campañas electorales de sus más cercanos aliados.
Pero el más inesperado de los instrumentos de poder que hoy tienen las Farc lo acabamos de ver en el Catatumbo. Consiste en la captura de la protesta social. Lo han conseguido gracias a su penetración en toda suerte de sindicatos y organizaciones agrarias. Desde luego, se aprovechan de la real penuria que viven hoy en día millares de campesinos desplazados. Y aunque muchos de estos sean ajenos a la violencia que bloquea carreteras e incendia tractomulas, no pueden evitar que esta labor la cumplan milicianos organizados por las Farc. Al hacer explotar estos movimientos de manera casi simultánea en las más diversas regiones del país, Iván Márquez y sus compañeros muestran en La Habana su propósito de hacerse sentir como una contraparte de igual poder y fuerza que el propio Estado.
Sin duda ha sido un grave error considerar que se adelanta un diálogo con una guerrilla derrotada. Si bien militarmente nunca antes había recibido golpes tan rotundos, su nueva estrategia de lucha le permite considerar que está en camino de cumplir lo que se ha propuesto.
No es algo tan delirante como parece. A su favor juega hoy el descrédito de nuestro mundo político por obra del clientelismo y la corrupción; la debilidad del Estado; la ausencia de partidos fuertes y la irremediable bronca entre partidarios de Uribe y partidarios de Santos, que divide a las corrientes democráticas del país. Pero el arma más inquietante de las Farc es hoy su infiltración en la justicia gracias a abogados, jueces o fiscales cercanos a su ideología, a la compra de falsos testigos y otras maniobras con las cuales han conseguido crear una aguda zozobra en las Fuerzas Armadas. Por si fuera poco, el nuevo contexto continental les resulta favorable con la presencia de gobiernos promotores del llamado socialismo del siglo XXI, interesados en conseguir su penetración en Colombia.
En aras de su nueva estrategia, no es descartable que las Farc busquen el cese del conflicto armado, pero a condición de venderlo como quien quiere salir de un carro viejo, tratando de lograr por él el mejor precio posible. Este carro viejo –la lucha armada– ya no le sirve para la toma del poder. El Gobierno, por su parte, intenta no pagar un precio muy alto por esa compra y ganar con ello la vistosa lotería política de un acuerdo de paz. El mundo, de su lado, puede recibirlo de una manera muy positiva. Pero el riesgo de este desenlace es el de encontrarnos con unas Farc dueñas de amplias zonas del territorio, con un partido político de insospechada fuerza (la Marcha Patriótica) y la posibilidad de que, como ocurrió en Venezuela, Bolivia y Ecuador, aparezca en el panorama electoral un outsider, aparentemente inofensivo, capaz de abrirles las puertas del poder. Tal es el riesgo que debemos ver de frente, sin olvidar que las Farc están moviendo nuevas y peligrosas fichas en su tablero para alcanzar, sin pausa y sin prisa, su supremo objetivo.
PLINIO APULEYO MENDOZA
Especial para EL TIEMPO
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