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Los 75 años del guardián de nuestra historia

El edificio de la Biblioteca Nacional, monumento nacional, conserva libros valiosos para el país.

JOSÉ DARÍO PUENTES RAMOS
“Lo importante por ahora es ir afianzando las conquistas, como queda esta noche afianzada la primera con vuestra presencia aquí para garantizar a la biblioteca la perpetua posesión de su edificación”.
Daniel Samper Ortega, 20 de julio de 1938
Cuando Daniel Samper Ortega fue nombrado como director de la Biblioteca Nacional ésta estaba en mal estado. Era primero de febrero de 1931, ese día se realizaba la elección de gobernadores y diputados en el país. La tarde del día anterior, el jefe indígena Quintín Lame y sus seguidores atacaron e hirieron a miembros del Partido Liberal que cruzaban frente a su casa en Ortega (Tolima), hecho que consternó a los adeptos de la colectividad. Además, la película El Beso, dirigida por George Fitzmaurice, iba a ser exhibida 7 veces en el Teatro Apolo de Bogotá.
Las Aulas, el edificio que sirvió durante 115 años como sede de la Biblioteca Nacional, era muy pequeño para los más de 85.000 libros custodiados por la biblioteca patrimonial, pues en la misma construcción, convertida momentáneamente en cárcel en 1854, se encontraba el Museo Nacional y algunos salones de clase de la Universidad Nacional.
Junto al problema del reducido espacio para guardar volúmenes, éstos no tenían el cuidado adecuado para su protección y conservación. Samper Ortega y sus colaboradores dieron fe de ello al ver centenares de libros en el piso, o con las hojas rotas, o con los estragos que deja el agua cuando cae sobre el papel, a pesar de los cuidados a las obras por parte de bibliotecarios como Vicente Nariño – hijo de Antonio Nariño- y Miguel Antonio Caro. Lo atestiguado dio pie a su férrea lucha para conseguirle un edificio propio al guardián de gran parte de la historia de Colombia.
‘El restaurador’, apodo otorgado a Samper Ortega por el crucial papel jugado en la revitalización de la Biblioteca Nacional, comenzó a buscar el apoyo de los ciudadanos de la época a través de la radio. Por eso en 1933 era común escuchar en la radiodifusora H.J.N. este pregón con su voz: “La Biblioteca Nacional necesita edificio, ¡ayúdenos!”. También invitó varias veces a ministros y congresistas a visitar la construcción para que se convencieran “por sus propios ojos de que en el actual edificio de la Biblioteca no cabe ya un solo volumen más”. El trabajo de Samper Ortega quedó documentado con lujo de detalles en el libro ‘Historia de la Biblioteca Nacional de Colombia’ (1977), de Guillermo Hernández de Alba y Juan Carrasquilla Botero.
Tras alcanzar el apoyo popular y del Gobierno – el más importante -, Samper Ortega empezó a armar el refugio ideal para apasionados por la lectura, la escritura y la investigación. Lo primero que hizo fue solicitar a los consulados de Colombia en el exterior datos precisos sobre las más importantes bibliotecas del mundo. Con esa información en su poder y la lista de necesidades de la Biblioteca Nacional, el paso siguiente fue encontrar al arquitecto capaz de seguir sus directrices y caprichos.
El elegido fue Alberto Wills Ferro, precursor de la arquitectura moderna en Colombia, quien con su tesis doctoral convenció a Samper Ortega de que la biblioteca fundada el 9 de enero de 1777 por Francisco Antonio Moreno y Escandón, fiscal de la Real Audiencia del Nuevo Reino de Granada, en el seminario del arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero – hoy Palacio de San Carlos – iba a entrar al siglo XX.
Wills comenzó la construcción de la nueva sede la Biblioteca Nacional en la esquina de la calle 24 con carrera 5ª, cerca de los parques Independencia y San Diego, este último hoy desaparecido. Dos sótanos, cuatro pisos, dos entradas – una por la calle 24 y otra por la calle 26 - y un vitral como techo inspirado en la Biblioteca del Congreso de la Estados Unidos componen la joya arquitectónica declarada monumento nacional en 1976.
Su inauguración fue el 20 de julio de 1938, hace 75 años, y desde ese momento no ha cerrado sus puertas a las letras, las artes plásticas, el cine, el periodismo y a todo aquel que quiera aprender.
“Aquí llegué por una casualidad del destino. Venía a la biblioteca a consultar libros cuando estaba realizando un preuniversitario en Enfermería”, rememora Leonilde Chirva, la bibliotecaria más antigua de la Biblioteca Nacional. Comenzó a trabajar entre libros y estantes en abril de 1978 y han pasado 35 años desde ese momento. Dice que de los textos que ha enumerado, organizado, guardado, consultado y prestado ha aprendido mucho, pues por sus manos pasaron el ‘Summa contra gentiles’ (1480), de Santo Tomás de Aquino; la ‘Biblia del Oso’ (1569), la primera traducción completa de la Biblia al español, y el manuscrito de ‘La Vorágine’ (1922) a puño y letra de José Eustasio Rivera. (Conozca los 10 libros más valiosos de la Biblioteca Nacional).
Todo visitante nuevo o de vieja data debe hablar con ella si necesita revisar los archivos de la Hemeroteca, consultar el catálogo general o hallar un libro raro o curioso.
***
En las salas que componen las dos primeras plantas del edificio han estado sentadas grandes plumas nacionales. Los años universitarios de Gabriel García Márquez transcurrieron en la de Lectura General, antes ubicada en el vestíbulo y hoy llamada Daniel Samper Ortega; Germán Arciniegas creó sus revistas de historia literaria colombiana gracias a las obras expuestas en el Fondo Antiguo, y Enrique Santos Molano aún escudriña noticas entre los primeros diarios que circularon en el país en la Hemeroteca.
Pero en los silenciosos recintos de la biblioteca se pueden encontrar a profesores y uno que otro estudiante, como es el caso de Tobías López, uno de los usuarios más recurrentes. Él cruzó por primera vez la entrada norte del amarrillo e imponente edificio en 1981, momento en el que todavía estaba en el colegio. Esa vez revisó las fichas con información de libros según tema, autor y año de publicación guardadas en los pequeños cajones con manijas de metal de un mueble de madera y leyó las portadas de algunos diarios de hace 50 años buscando qué sucedió el día en que nació, como lo hacen quienes curiosamente llegan a una de las construcciones más valiosas del barrio Las Nieves, en el centro de Bogotá.
Años más tarde, exactamente en 1990, se reencontró con la edificación de 11.340 metros cuadrados cuando cursaba la Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Distrital. Su regreso se debió a dos razones: al cambio de domicilio – a unas pocas cuadras de allí, algo beneficiosos para sus pies pues estudiaba en la sede La Macarena - y a la falta de libros para ese entonces en la institución donde hacía su carrera. “En mi universidad habían más tesis que libros. Eran contados los buenos textos”, recuerda Tobías. Desde ese momento entabló una relación con la Biblioteca Nacional que hoy lleva, con interrupciones, solo en el periodo de vacaciones del colegio del que es profesor, 23 años.
Así como sucedía antes de 1938, en la actual sede ya no hay espacio para más libros. Por ley a la Biblioteca Nacional llegan dos copias de cada libro que se imprima en el país. Sin embargo, el futuro del edificio ya está escrito: seguir protegiendo del polvo y el olvido al pensamiento, la historia y la producción intelectual del país.
JOSÉ DARÍO PUENTES RAMOS
Periodista nuevos medios
JOSÉ DARÍO PUENTES RAMOS
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