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Fernando Gómez
Todos –o creo que todos en algún momento de la infancia– hemos tenido la misma visión: ir en una carretera y, de pronto, en medio de un paisaje abrumador, ver un castillo. Yo vi uno durante muchos años –prácticamente durante toda mi niñez– en una iglesia sin terminar; sus rejas de hierro oxidado y el ladrillo a la vista me llevaban de inmediato a la Edad Media, pero en Colombia –salvo en Cartagena de Indias o en construcciones fuera de tiempo, como el castillo Marroquín– no hay torres encantadas ni princesas dormidas en salones secretos. Sin embargo, cómo no, cada tanto aparecen construcciones que despiertan la imaginación de un niño o que sacuden los ojos de un fotógrafo. Fernando Cruz encontró sus castillos en la frontera entre Boyacá y Cundinamarca.
En las afueras de Guachetá y Tausa, en medio de un paisaje portentosamente verde y por encima de las copas de los árboles, Cruz vio la punta de torres imposibles. Y decidió explorar. Y encontró chimeneas y murallas de ladrillo. Y se topó con una industria desconocida para él: el coque. Se trata de carbón común y corriente que pasa por hornos que elevan su temperatura por encima de los 1.000 grados centígrados; el proceso dura 72 horas y el resultado es una piedra liviana, gris, carbón en estado puro, que luego es usado en varias industrias y soporta temperaturas de 9.000 grados centígrados.
Cruz decidió registrar la riqueza (o la pobreza) arquitectónica de los hornos y las fantásticas chimeneas de varios metros de altura; en sus fotografías decidió eliminar a las personas y dejó de lado la “denuncia social”. Y el resultado es una serie notable. Recorrer su exposición en la Galería Sextante (carrera 14 No. 75-29) es pasear por un universo desconocido y perturbador. Hay fotos que presentan lo que podrían ser unas ruinas gloriosas, y otras que dejan ver trozos de tierra erosionada; otras muestran el poder de la industria y la magia del fuego. Hay un par de videos en los que las llamaradas son las principales protagonistas.
Y, paso a paso, la muestra genera una serie de preguntas sin respuesta: ¿quiénes hicieron esas torres?, ¿qué clase de hombres trabajan ahí?, ¿qué hacen?, ¿el humo que sale de las chimeneas qué tanto daño les hace al medio ambiente y a los pulmones de sus trabajadores? Y… ¿los dueños de las torres merecen el título de príncipes? Los ojos de los niños, tarde o temprano, terminan desencantados.
Fernando Gómez
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