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El adiós de doña Érika

La mujer que se ganó el cariño del público, con sus personajes de solteras y tías antipáticas.

La última oportunidad en que Érika Krum desfiló por ese bosque de cables, luces y utilería que es la televisión, tuvo lugar hace meses, a finales de 2012, durante las grabaciones de Casa de reinas, la polémica miniserie de RCN Televisión desprendida de Chepe Fortuna. Aquella vez representó a una carismática viejecita, algo achacosa, concursante en un reinado geriátrico de belleza. Al concluir, la anciana era coronada como soberana del certamen. La historia terminaba con un infarto mortal, ocasionado por la alegría de la victoria. Difícil imaginar que esa sería su muy personal despedida de un oficio al que esta leyenda de nuestra cultura popular consagró 70 de sus 80 años.
Carmen Érika Krumsieg Palacios, única descendiente de Henry Krumsieg Schmitt –inmigrante germano que llegó con su abuelo Friedrich a Colombia al comenzar el siglo XX– y Ana Beatriz Palacios –agraciada y emprendedora tolimense– nació en Bogotá, en junio 14 de 1933. Con ella aún pequeña, Henry tuvo que regresar a suelo alemán para pelear la Segunda Guerra. Cayó en combate.
Su vocación empezó a revelársele cuando, ya huérfana de padre, ingresó al Conservatorio Nacional como aprendiz de piano, sin tener 10 años. El interés perduró hasta que el baile se cruzó en su camino. Decidió entonces estudiar ballet clásico y folclórico. La ubicación del Conservatorio, en la carrera octava con calle octava, frente al Teatro Municipal, le resultaba estratégica, pues ya era seguidora fiel de sus espectáculos.
Por esta época, caminando frente a los estudios de La Voz de La Víctor, en el edificio Liévano de la carrera séptima con 11, la niña Érika persuadió a su madre para que la acompañara a pedir trabajo.
Al salir ya había sido admitida en el colectivo infantil de la radioestación, dirigido por Efraín Arce Aragón, actividad que alternó con su trabajo para compañías teatrales, entre ellas las de Luis Enrique Osorio, ‘Campitos’, Pepe Montoya y el mago Richardini, de quien fue asistente.
Poco antes de dejarnos, Érika evocó ante los micrófonos de la Radio Nacional: “Muchos parientes no volvieron a hablarme. No se explicaban cómo mi mamá había permitido una ‘cómica’ en la familia”.
Su falta de timidez le confirió el temprano honor de figurar en la película Sendero de luz, de 1943, dirigida por Emilio Álvarez Correa. Aunque su aparición no dio para incluirla en los créditos del film, el registro del talento de la jovencita quedó ahí para la eternidad.
Durante los años iniciales de la Televisora Nacional, Érika fue una de las pioneras en este nuevo medio. Montó teleteatros –dirigidos por Bernardo Romero Lozano– y animó programas, entre estos ‘Pielroja Variedades’, con Ángel Alberto Moreno (‘Don Eloy’). Su vanidad le hizo teñirse el pelo de rubio, lo que le valió honrosas comparaciones con Marilyn Monroe.
En los 50, Érika Krum se hizo madre de dos hijos, Gloria y Jaime, nacidos de su unión con el humorista antioqueño Guillermo Zuluaga, ‘Montecristo’, al que conoció en sus correrías y quien, según reza la leyenda, la conquistó llevándole serenatas en las que incluía, invariablemente, los boleros La gloria eres tú y Sin ti, de Los Panchos. La relación duró poco. Nunca vivieron juntos.
Jaime, el menor, recuerda esos días de austeridad tecnológica en los años inaugurales de la televisión colombiana así: “Debido a que los dramatizados y demás programas se emitían en directo, los ensayos duraban 10 o hasta 15 días seguidos. Para una sola hora al aire era necesario que técnicos y actores estuvieran absolutamente preparados. Había mucho profesionalismo. No era posible equivocarse y repetir”.
Lucy Colombia, una de sus compañeras actrices en los días de Todelar, la rememora con nostalgia: “No tenía un solo destello de vanidad, a pesar de su fama. La actual sede del Cica fue gestión suya”.
Sin abandonar sus apariciones televisivas, a partir de los 60 Érika se vinculó al grupo de actores de planta de la cadena Todelar, junto con figuras como Luis Chiappe, Mélida de Higuera, Alicia de Rojas, Flor Vargas, Gilberto Puentes, Manuel Currea o Gabriel Vanegas. Desde 1963, la versatilidad de Érika le permitió encarnar a Solín, el pequeño amigo de Kalimán, que representaba Gaspar Ospina.
Las dificultades técnicas eran suplidas con ingenio. Ernesto Ramírez Vanegas y ‘Kike’ Aguilar, grabadores de Todelar, se las arreglaban para simular sonidos o para incluir audios pregrabados en discos de 78 r. p. m., en los que era más fácil oír el scratch que el efecto.
Muchos albergan por ella justificada gratitud. Raúl Gutiérrez, reconocido locutor y uno de los más prestigiosos actores de voz del país, la responsabiliza de su vinculación a la radio: “Yo ya había presentado una prueba para Todelar, en la que el nerviosismo me traicionó. Días después le pedí a Hernando Madrid (director) que me dejara intentarlo de nuevo. Él se negó. Érika le suplicó que me permitiera volver a hacerlo, me dio un beso maternal en la mejilla y consejos. Incluso me sostuvo el libreto, que ya estaba casi deshecho por el sudor”.
El esplendor de la radionovela persistió hasta comienzos de los 80 y perduró, ya agonizante, hasta inicios de los 90. Entretanto, Érika hizo parte de producciones como Dialogando, La estrella de las Baum y Pero sigo siendo el rey.
Cada personaje marcó una era: la señora Guaquetá, en Yo y tú. Clarisa Gutiérrez, una de Las señoritas Gutiérrez. La cachaquísima tía Loli de Dejémonos de vainas (otra soltera) arribista, íntima de la misteriosa y aristocrática Pepita Mendieta.
“Érika ejercía el rol de la tía Loli dentro y fuera del set”, resalta Benjamín Herrera (Ramoncito, en la comedia). “Era excepcionalmente cariñosa”, añade.
“Tenía una versatilidad impresionante –complementa Gutiérrez–. En un mismo día podía hacer para radio un personaje de bruja, mujer de sociedad, niño, niña o adolescente. Incluso, a pesar de ser bastante mayor que yo, fue mi novia varias veces en algunas radionovelas”.
La actriz Deisy Lemus trabajó con ella en la obra infantil El tío conejo zapatero. “Nos ganaba en vigor a quienes éramos más jóvenes. Ahí era una cucaracha bailarina. Ni siquiera el bastón que usaba le impidió danzar”, dijo.
En el mismo sentido se expresa Claudia Bernal, quien fue directora asistente de Bernardo Romero Pereiro (hijo de Romero Lozano): “Una vez hicimos un capítulo de Dejémonos de vainas en Cali. Había que improvisar una escena en la que la tía Loli visitaba unos viñedos de las Caicedo (obviamente, amiguísimas de Pepita Mendieta). En la escena ella probaba varios vinos. Fue muy chistoso porque cuando cortamos estaba ‘entonada’ ”.
El 23 de junio de 2004, Érika estuvo entre los invitados a la celebración de los 50 años de la televisión colombiana. Se le vio contenta, según ella misma confesó, por haberse reunido con todos sus colegas veteranos “en una celebración y no en un funeral”, cosa que casi nunca ocurría. Meses antes había sufrido un aneurisma, del que se recuperó pronto. Quince días después ya estaba incorporándose a las grabaciones del dramatizado Séptima puerta.
No obstante, en agosto de ese mismo año, fue atacada por una trombosis, al parecer provocada por una involuntaria confusión suya en el consumo de un medicamento.
Dora Brausin, coordinadora de Señal Memoria, antigua Fonoteca de la Radio Nacional, quien mantuvo estrecha cercanía con ella en tiempos recientes, la describe así: “Aunque su estado le dificultaba participar en todas las actividades, se emocionaba muchísimo cuando veía a los demás actuando”.
Ese año, mientras sus hijos planeaban una gran celebración a propósito de sus 80 años, la salud volvió a fallarle. Pese al diagnóstico que hace cuatro años dictaminó su estado de diabética no-insulinodependiente, su condición seguía siendo, hasta entonces, aceptable.
De hecho se mostró vigorosa en eventos recientes, como el cercano encuentro de glorias de la radio organizado por Rtvc, empresa en la que tuve el privilegio de hablar con ella por única vez en mi vida, el primero de febrero de 2010, cuando la ex- Radiodifusora Nacional celebraba siete décadas al aire.
A comienzos de junio, su organismo experimentó una subida anormal de azúcar. Después de ser valorada por doctores fue dada de alta, decisión que no bastó para tranquilizar a Jaime, quien la llevó al Hospital Universitario San José. Una radiografía de tórax evidenció una neumonía, razón por la que la gran Érika Krum falleció el sábado 22 de junio de 2013 a las 5:55 p.m.
Su tiempo lo repartía entre la casa que compartía con Gloria (en el vecindario de Nueva Marsella) y la de Jaime (en Modelia). Poco antes de su partida, ambos la habían invitado a un helado. En tal ocasión, sonriendo bajo el sol bogotano, doña Érika pronunció unas palabras que entonces parecieron absurdas. “Qué bonito día. Apenas para un adiós”.
Ya interna en el centro médico, esta figura inobjetable de nuestras artes escénicas, convertida al cristianismo desde hace 28 años, le susurró a Jaime, muy serena: “Creo que la voluntad de Jesús es que no llegue a mis 80”. Se equivocó por días.
De conformidad con su deseo, las cenizas de aquella mujer querendona –entre cuyas aficiones estaban jugar parqués con sus bisnietos, tomar changua en cazuela de barro y sacudir la nariz como lo hacía Elizabeth Montgomery en Hechizada– serán esparcidas en el mar samario.
Desde siempre –cuando el firmamento estaba claro– su costumbre era decir que debajo del cielo azul había un mar, también azul. Ilusiona creer que ahora su alma halló aquella paz del mar. Ese mismo mar que atravesaron los Krumsieg cuando vinieron de Alemania, sin imaginarse que alguien con su apellido, abreviado, habría de convertirse en todo un tesoro nacional.
Agradecimientos a Señal Memoria (antigua Fonoteca de la Radio Nacional de Colombia).
Andrés Ospina
Especial para EL TIEMPO
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