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La misteriosa mujer que le lleva rosas amarillas a Gabo

Desde hace más de un mes, una polaca se aposta todas las tardes a unos pocos metros de la casa.

Con un ramo de rosas amarillas en la mano, una mujer menuda de ojos azules y cabellos rubios desordenados se detiene a contemplar, todas las tardes y desde hace más de un mes, la casa de uno de los ciudadanos más ilustres de Cartagena: el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.
Carga con un morral del que saca una cámara fotográfica que tiene lista por si ocurre alguna eventualidad –como que el autor de Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera se asome a la puerta– y una libreta de apuntes que medio se asoma por la boca del maletín.
Las flores amarillas son su señal, su guiño para el escritor –Gabo las usó en Cien años de soledad: cuando murió José Arcadio Buendía cayó una llovizna de minúsculas flores amarillas, y las ve, en el plano personal, como un amuleto–. Pero nadie sabe a ciencia cierta qué persigue la paciente mujer. Ni siquiera Mercedes Barcha, la esposa de Gabo. Para ella, la ‘Polaca’, como la llama, se ha convertido en un dolor de cabeza.
Hay vecinos y trabajadores que creen que la extranjera está tras un trabajo periodístico o algo por el estilo, pues la han visto sin falta, y puntual, cerca de la puerta de la casa de Gabo o en un costado del hotel Santa Clara (que queda al frente). Pero eso ella no se lo ha negado ni confirmado a ninguno de ellos.
Cuando los reporteros de EL TIEMPO llegaron al lugar –donde se aposta todos los días a las cinco de la tarde– fue muy hermética. El español lo conoce muy poco –dice–, a duras penas para darse a entender.
De lo poco que se le logró sacar fue el nombre. Dijo que se llamaba Olga, que había venido de Polonia y que no era escritora, como alguien erróneamente había hecho circular por los alrededores del barrio San Diego. Dejó saber que era abogada y enfermera, y que le gustaba mucho la obra de García Márquez y que se había leído sus libros, pero no todos. Reveló que estaba alojada en un hotel del barrio Bocagrande, pero no dio más señas.
De ahí en adelante, la conversación fue un tira y afloje para que le concediera una entrevista a este diario y explicara cuál era, en realidad, el motivo de sus visitas vespertinas cerca de la casa del escritor. Pero la insistencia no tuvo efecto.
“En mi país una persona debe dar una autorización por escrito para que le hagan una entrevista, y cómo yo no sé casi español no puedo darla porque no sé si van a transmitir realmente lo que les cuente”, decía en un fluido inglés.
También aseguró que no confiaba en los periodistas, que no era de muchos amigos y que le sorprendía que la gente de la calle se hubiera fijado en su ritual. “Ustedes ya conocen mucho”, dijo algo preocupada.
Mercedes, que estalla
La presencia diaria de la ‘Polaca’ tiene al borde de un ataque de nervios a la esposa del Nobel, quien tampoco se explica qué es lo que hace la europea llevándole todos los días flores amarillas a su esposo.
“No sé qué hacer con la ‘Polaca’. Hasta la Policía ha estado preguntándole sobre su motivación para estar tan cerca de la casa, pero no responde nada en concreto”, le contó Mercedes Barcha a este diario.
La impaciencia de Mercedes, sin embargo, no se debe únicamente a lo que está ocurriendo en Cartagena desde que llegó Gabo, el pasado el 3 de abril. Esta mujer, de unos 35 años, y quien viste siempre de jean y camiseta, estuvo durante varias semanas rondando con sus flores la casa de los García-Barcha en Ciudad de México.
“La sorpresa de nosotros fue muy grande cuando la vimos frente a la casa a los pocos días de haber llegado. ¡Casi estallo!”, confiesa Mercedes, a quien la extranjera le ha dejado flores en cuatro oportunidades, pero rojas. A Mercedes aún no le cabe en la cabeza la travesía Polonia-México-Colombia, sin que diga qué es lo que busca.
Lo que más desesperación le ha causado a la familia es la actitud impávida de la menuda mujer, quien se limita a entregarles las flores a los empleados que salen a hacer cualquier cosa a la puerta.
Y como la vida de Gabo tiene que girar sobre su propio vértice, es decir Macondo, ya las flores llevadas por una desconocida que parece haber salido de una de sus novelas adornan la sala de recibo donde se sienta todas las tardes el Nobel. “Hasta nos harían falta el día que no las trajera”, afirma una de las trabajadoras.
Cuando EL TIEMPO le preguntó al Nobel su opinión sobre el comportamiento de la ‘Polaca’, soltó una frase de las suyas, que cerró con una sonrisa: “¡A mí nunca me han consultado nada!”.
La fan número uno
Lo cierto es que Olga se ha convertido en un verdadero personaje para quienes residen o trabajan cerca de la casa de Gabo.
Katherine, trabajadora de la pizzería Verona, dice que al principio algunos vecinos pensaban que la rubia estaba desquiciada. “No habla casi con nadie y se queda muchas horas esperando; a veces hasta las 10 de la noche”, señala la joven.
El policía Eduard Maldonado, quien trabaja en el cuadrante del sector, cuenta que, incluso, la ha visto desde temprano en la mañana rondando por la zona. Y el vigilante Luis Fernando Barrios, que lleva tres años cuidando una casa vecina, contó que nunca antes había presenciado algo así en los alrededores de la vivienda del escritor en la Heroica, una casona ocre que colinda con el hotel Santa Clara por un costado y con el cordón amurallado de la ciudad, por el otro.
Cuando empieza su turno, a las 5:00 p.m., ya encuentra a la silenciosa mujer en los alrededores. “Nunca se ha acercado a preguntar nada”, dice Barrios, quien también la ha visto sosteniendo flores blancas y rojas. “Llevo más de un mes viéndola por aquí todos los días; no hay un día en que esa mujer no venga con las flores. ¡Esa es la fan número uno de Gabriel García Márquez!”, comentó.
Lo que no tiene claro la joven de la pizzería es el porqué no se le ha acercado al Nobel cuando ha podido, como el sábado 18 de mayo, día en el que tuvo una oportunidad de oro.
Gabo y Mercedes asistieron esa noche a una monumental parranda vallenata con Leandro Díaz, Jorge Oñate e Iván Villazón, tres reyes a bordo, y más de cincuenta personas. Antes de salir para Bocagrande, donde iba a tener lugar la celebración, Gabo salió a la puerta. “El maestro demoró un buen rato esperando a que llegara un coche para dar un paseo por las calles de Cartagena. La ‘Polaca’, en lugar de acercarse, se alejó”, recuerda Katherine.
Se dice por ahí que Gabo tiene pensado durar dos meses más en Cartagena. Así que se esperan cientos de flores más en su puerta.
El escritor, entre tanto, continúa sus días de descanso en la Heroica, recibiendo desde expresidentes, compadres, ahijados, gobernadores y cantantes vallenatos, mientras que una mujer persistente –con la que quizá nunca se dirigirá una sola palabra– ronda a diario su nido, como lo hacía el Gavilán cebado de su compadre Rafael Escalona cuando estaba tras una presa.
Juan Carlos Díaz M. y Alberto Mario Suárez D.
Corresponsales de EL TIEMPO
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