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El eterno enigma de Maquiavelo

La intención de 'El Príncipe', del que se conmemoran 500 años.

Maquiavelo ha pasado a la historia como el inventor de la más grande perversión moderna: el maquiavelismo. Pero Maquiavelo padece el maquiavelismo tanto como Edipo padece el complejo edípico y Sade disfrutó su vida de sadismo. Su leyenda negra se basa en haber desencadenado un escándalo: desacralizar el poder y convertirlo en asunto mundano. Desde su dedicatoria a un Médicis demuestra su intención: "... para conocer la naturaleza de los pueblos es necesario ser príncipe, y para conocer bien la de los príncipes es necesario ser del pueblo". No se trata de buscar un príncipe popular. Lo que quiere creer y crear nace de una doble óptica: hablar de un príncipe que se haga pueblo y de un pueblo que pueda verse desde una óptica principesca. El maquiavelismo se ha entendido como un código inmoral o amoral. Pero ganaría mejor comprensión su obra si se entendiera desde quien y para quién ha sido escrita. El libro de Maquiavelo trata del príncipe, no del hombre.
Dice así que fundar un Estado nuevo precisa "estar solo" en procura de crear "buenas leyes y buenas armas" para sentar y asegurar nuevo "cimiento". Situaciones extraordinarias reclaman una voluntad extraordinaria con una sola justificación: crear un Estado que pueda durar y engrandecerse. Pues solo existe un bien supremo: un Estado –Stato– capaz de soportar los embates de la fortuna y las encontradas pasiones de los hombres. De ese estado de necesidad surge la necesidad del Estado bajo una voluntad concentrada e implacable que trasvalore los valores por medio de un tipo de superhombre.
De modo que a la religión de los blandos no les permite la entrada y les opone una religión de los fuertes. Ello explica su odio a los diletantes "que hacen las cosas a medias, con semicrueldades y semivirtudes". Esta ética civil es la primera que juzga las acciones no por sí mismas sino por sus consecuencias. Demanda un príncipe que gane el favor popular capaz de estabilizar y engrandecer una república. Solo esa combinación feliz de virtud y fortuna crea un nuevo orden y un nuevo modo de gobernar cuya duración se sostiene por un pueblo de virtud republicana.
Este método de ir a la "verdad efectiva de las cosas" fue tachado como patológico por atenerse a la pura apariencia de las cosas. Intenta solo dejar de imaginar repúblicas imaginarias "para superar la distancia de cómo se vive a cómo se debe vivir". Tratar a los hombres como son y no como debieran ser implica acomodarse a su naturaleza ambigua. El príncipe no debe ser un centauro, medio hombre, medio animal sino una mezcla de dos animales: el león y la zorra, la fuerza y el fraude (...) "Hay dos maneras de combatir: una con leyes y otra con la fuerza: la primera es propia del hombre, la segunda lo es de los animales; pero como muchas veces la primera no basta, conviene recurrir a la segunda".
Este enigma y su perennidad consisten en haber pensado la constitución de un Estado nacional. Como ‘Manifiesto’ de la modernidad supera invicta su condena –esa sí maquiavélica– "la piadosa astucia de quienes dirigen sus ojos y los nuestros hacia el cielo de los principios para que los apartemos de lo que hacen". Este libro se lee con humor, como pedía Nietzsche, pero también con el antiguo valor del corazón según el citado dicho de Petrarca.
POR CIRO ROLDÁN JARAMILLO
Profesor Universidad Nacional.
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