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Juanes cuenta cuando le tocó dormir en el piso

En exclusiva, uno de los capítulos del libro 'Persiguiendo el sol', la autobiografía del artista.

Capítulo 3 - Búsqueda
Llegué a Miami con muchas ilusiones y poco dinero, solo mi guitarra y una mochila naranja llena de CD, un par de libros y documentos. Los primeros meses me quedé en casa de Memo, un gran amigo con un gusto por el metal muy similar al mío. Pasaron varios días y yo, mientras tanto, soñaba, componía, caminaba, corría o dormía y a veces lo acompañaba a su trabajo de diseñador gráfico. Solía caminar por las calles como un loco, iba a los conciertos que podía, al cine, a las librerías, a donde pudiera.
Dormía en un tapete y me abrigaba con una cobija que otro amigo me había prestado. El sentido del tiempo no existía para mí; era como si me hubiera congelado para no sufrir; vivía el momento y proyectaba el futuro solo con mi fe en Dios.
Todos los días corría media hora o cuarenta minutos y, al mismo tiempo, rezaba, oraba y meditaba. Dibujaba en mi mente cómo me quería ver en el futuro: en un escenario cantando, grabando, con un contrato disquero. Solo viví tres meses en Miami porque sentí que el momento musical de la ciudad estaba lejos de lo que yo buscaba. Mi sueño fue siempre trabajar con Gustavo Santaolalla, y él estaba en Los Ángeles; así que ese era mi objetivo. Miami sonaba diferente para ese entonces.
Me fui para Nueva York, donde tenía un amigo músico que me prestó un apartamento. Ahí pasé dos meses caminando. Salía por la mañana y regresaba por la noche tan cansado que sólo dormía.
La sensación de despertar por la mañana y no tener ni idea de qué sería de mi vida me llenaba de terror y miedo, pero al mismo tiempo me conectaba con mi papá y con Dios. Oraba y descansaba. Más de una vez se me escurrieron las lágrimas por la soledad y la desesperación de estar comenzando desde cero en un país desconocido, con una lengua que no sabía hablar.
Nueva York fue mucho para mí en ese entonces, pues no tenía dinero ni conocía a nadie; así que decidí mudarme a Los Ángeles por un par de contactos que me podían ayudar. Al llegar al aeropuerto de Los Ángeles, tomar mis maletas de la banda y salir por la puerta, supe que era mi lugar y que ese aire lo respiraría por varios años más. De inmediato sentí una conexión muy fuerte con esa ciudad. Conté con grandes amigas y amigos, ángeles que me dieron la mano durante esa época de caminatas eternas por las calles de Los Ángeles, recorridos de horas en los buses, composición, lectura en las librerías y envío de demos a quien quisiera escuchar.
Estaba esperando conseguir un contrato disquero. El tiempo pasaba, mi paciencia se agotaba y el dinero también. En un pequeño bolsillo de mi chaqueta de aviador, verde con doble faz naranja, guardaba el dinero; era mi banco ambulante. Cada vez que necesitaba calma, llevaba la mano al bolsillito para asegurarme de que todavía tenía con qué comer.
Los días los pasé entre Downtown, Wilshire, Pasadena, Glendale, Griffith Park, según donde podía dormir o comer. No tenía contrato disquero, pero ya estaba decidido: no regresaba a casa sin conseguir mi sueño.
Los tres años aproximadamente que pasé en Estados Unidos en busca de mi sueño fueron años de mucho aprendizaje, reflexión y, sobre todo, de conexión con Dios y conmigo mismo. Renuncié a todo en Medellín para comenzar de nuevo. Tuve épocas en que solo comía arroz y agua de la canilla, pues el dinero no alcanzaba para más.
En una de mis tantas mudanzas encontré un motel en Wilshire por 200 dólares a la semana. Era curioso estar en esta calle tan prestigiosa, llena de lujosos apartamentos y casas, en un motel de habitaciones pequeñas. Ahí pasaba gran parte del día; solía cerrar las cortinas para concentrarme en componer, practicar la guitarra y el canto y grabar en una Tascam de cuatro canales lo que escribía.
El teléfono de la habitación era rojo, como el de Batman en las películas. Una tarde, cuando llegué de caminar –lo hacía cada día para no enloquecer– el teléfono sonó. Me lancé a contestar, pues nunca nadie me llamaba.
Era la voz de Marusa Reyes y del famoso productor musical Gustavo Santaolalla. ¡No lo podía creer! Quería llorar de la emoción. Hablaron de su interés por que firmara para el sello Surco de Universal, que en ese entonces era la división que manejaba Santaolalla. A partir de ese instante no me importaron todos los trabajos y los momentos difíciles que había pasado hasta entonces. Sólo sentí que el sacrificio había valido la pena, que Dios me escuchaba y mi papá me ayudaba.
Aníbal Kerpel –socio de Gustavo–, Marusa, Gustavo y yo nos conocimos en un café de Sunset Boulevard. Comencé una nueva vida. Dos semanas más tarde, la grabación era lo más agradable del mundo. Salía temprano y pasaba todo el día en La Casa –el estudio de Gustavo y Aníbal– trabajando, grabando, moviendo cosas a un lado y al otro, charlando y aprendiendo. Mi primer álbum como solista, Fíjate bien, lo grabé a finales de 1999 en Los Ángeles, y fue producido por Gustavo Santaolalla y Aníbal y por mí.
Al finalizar la grabación llevaba dos años en Los Ángeles, y mi deseo de ir a Colombia era gigante. Necesitaba regresar a casa, abrazar a mi familia, dormir en la cama con mis cobijas y mi almohada y comer la comida de mi mamá. Tomé el vuelo con escala en Miami y me quedé un par de días. En ese momento me di cuenta de que ya todo estaba cambiando: con mi disco grabado debajo del brazo y mi contrato disquero, ya no sentía la angustia que había sentido unos años atrás al llegar a esa ciudad. Me sentí tranquilo y feliz; sabía que estaba viviendo mi sueño y por nada del mundo me lo iba a dejar arrebatar.
‘Persiguiendo el sol’
Juanes
En el libro, de 286 páginas, Juanes habla de su infancia, el impacto de la violencia a su alrededor, el conflicto en Colombia y detalles muy íntimos de su vida, como la salud de su hermana en coma. Fue publicado por el sello Celebra Books. Disponible en versión digital para Kindle en Amazon.com, por 14,99 dólares, e impreso, en pasta dura y en español, por 20,67 dólares.
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