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'Hay que vivir con la conciencia de que todo se acaba'

Martín Caparrós reflexiona sobre el hambre de los pueblos, tema de su próximo libro.

SOLEDAD VALLEJO
Es más probable encontrarlo en el pueblo más ignoto del mundo que aquí, en su propio lugar de residencia. Viajero infatigable, sus recorridos suelen estar signados por los climas calientes. A Martín Caparrós (55) no le gustan los lugares fríos. Será por eso, tal vez, que Buenos Aires le sienta mejor en verano. Y la charla transcurre al aire libre bajo la sombrilla de un restaurante de Belgrano.
Luego de ganar el premio Herralde Novela por su libro ‘Los Living’, este fue el año de las publicaciones "marginales", como él mismo las define. Escribió ‘Pequeña historia de Boca Juniors’, un texto para niños en el que trabajó junto con su hijo, Juan, y acaba de presentar ‘Pali Pali’ (Planeta), su primer libro de fotografía, donde explora la moderna y tecnológica Corea a través de imágenes acompañadas por pequeños textos. O al revés, ya que sus breves intervenciones narrativas son tan vivas como sus instantáneas.
Entró al diario ‘Noticias’ con la intención de ser fotógrafo, pero terminaste escribiendo. ¿Qué significa este libro después de casi 40 años?
Me dio mucho gusto hacerlo. De hecho, estaba particularmente nervioso. La verdad es que la salida de los libros suele ser decepcionante, porque es algo en lo que se ha puesto mucho trabajo, mucho interés, y ese libro sale cuando uno ya está dedicado a otra cosa. Además, lo que sale, en definitiva, es lo mismo que estaba en la pantalla de la computadora. En cambio, el hecho de que las fotos estén en ese lugar les da una identidad diferente. Hasta hice una presentación, algo que yo no hago nunca.
¿Es verdad que le gusta más sacar fotos que escribir?
Me resulta más placentero, más agradable en la medida en que es algo que hago sin ambiciones. Mis fotos son correctas, publicables. Pero no tengo talento. Lo que yo hago en la vida es escribir, y ahí sí tengo una ambición. En este caso quería probar una manera distinta de contar un recorrido. Sacar fotos es para mí un trabajo marginal, me juego menos y lo hago más cómodo.
¿Es el año de los trabajos marginales después de haber ganado el premio Herralde?
Es un año de libros raros. También salió otro que se llama ‘Ida y Vuelta’, una correspondencia sobre fútbol que mantuve con el periodista Juan Villoro y que se publicaba en la página web de una revista mexicana. Fue como una correspondencia al viejo estilo, un arte que el siglo XX pareció olvidar y que el XXI está recuperando.
¿Quiere decir que el género epistolar está hoy vigente?
Sí, el correo electrónico, los mensajes de texto son distintas formas de correspondencia. Hace 20 años nadie mandaba una carta. Se llamaba por teléfono. Ahora, de alguna manera, nos estamos mandando cartas todo el tiempo. Y me falta el último libro marginal, ‘Entre dientes’, de la editorial Almadía, que son crónicas y reflexiones sobre la gastronomía.
Hace tiempo también dirigió la revista ‘Cuisine & Vins’. ¿De dónde viene su pasión por la gastronomía?
Cuando era chico nunca le prestaba demasiada atención. Mi madre empezó a cocinar bien después de que yo me fui de casa, no sé si por un espíritu vengativo (risas). Creo que fue uno de los pocos efectos benéficos que tuvo en mi entorno la dictadura militar, porque mi madre, que tenía una vida pública muy activa, se guardó mucho y empezó a cocinar muy bien.
También influyeron esos años que me pasé en Francia, donde la gente se toma la comida de otra forma. Allí la gastronomía es mucho más democrática. En Argentina, aunque tal vez menos, todavía lo gastronómico está ligado a una idea de clase, de aparentar que uno disfruta de cosas que le parecen elegantes.
¿Le gusta gusta cocinar?
Fui aprendiendo de a poco. Me gusta. Yo siempre digo que en la cocina soy más parecido una mujer.
¿Y cuál es la diferencia?
Que el hombre cocina en ocasiones extraordinarias, cuando vienen los amigos, o el asado. Pero la mujer es la que cocina todos los días. En casa, el que cocina siempre soy yo.
¿Y a quiénes les cocina en su casa todos los días?
Bueno, ahora vivo solo (carcajadas). Pero lo hice durante los últimos ocho años. Ahora podría dejar de hacerlo y sigo cocinando.
¿En los viajes invierte mucho tiempo buscando un lugar para comer?
Sí, y a veces me odio por eso. Doy vueltas y vueltas, pierdo horas buscando un lugar. Pero todo este año que estuve viajando fue para escribir un libro muy serio sobre el hambre, donde la comida es realmente central. Estuve en Bangladesh, dos veces en India, Egipto, Sudán del Sur, Níger, Nigeria, Kenia, Madagascar... Y fue muy duro. Una parte del trabajo consistió en entrevistar a gente que tiene hambre, que pasa hambre todos los días. Fue un año yendo a lugares muy oscuros, sitios donde sólo pude entrar gracias a la ayuda de Médicos Sin Fronteras.
¿Qué fue lo más duro que vivió?
Seguro vi cosas que me golpearon más de lo que hubiera imaginado. Pero lo primero que recuerdo cuando me lo pregunta fue un hospital de Madaura, en Níger, donde había mucha desnutrición y morían chicos todos los días. Una tarde vi a una madre que agarraba a su chiquito muerto de un colchón y se lo ataba en la espalda, como hacen habitualmente las mujeres para cargar a sus hijos, y se lo llevaba caminando como cuando estaba vivo. Me quebré.
¿Hay algún capítulo sobre Argentina?
Sí, claro. También hay hambre en Argentina. Basta recordar el reciente caso de Misiones, donde finalmente absolvieron a una madre que había sido acusada por la muerte por desnutrición de su chiquita.
En su blog del diario ‘El País’ escribió sobre los saqueos de la semana pasada, y sobre los dichos del jefe de Gabinete nacional, Abal Medina: "Llevarse plasmas no es hambre, es vandalismo".
Lo que yo digo es que eso es una idea preeconómica. Porque si uno tiene la posibilidad de robar por necesidad un pan o un vale por un mes de pan, va a robar el vale. O también puede ser que estén tratando de cumplir con el mandato que la sociedad les impone y que, al mismo tiempo, les niega la forma de acceder, de cumplir. Más allá de que esté bien o mal, creo que vale la pena analizarlo. El Gobierno ve golpes por todos lados, conspiraciones donde debería ver síntomas, problemas que resolver.
La muerte siempre fue uno de sus temas literarios recurrentes. Incluso en ‘Pali Pali’aparecen reflexiones. ¿Cambió su mirada con el paso de los años?
‘No velas a tus muertos’ fue mi primera novela. Siempre me fascinó ver cuál es el lugar de la muerte en nuestra sociedad. ‘Un día en la vida de Dios’, ‘La Historia’, también son libros donde abordo el tema. Pero una cosa es la visión de antropólogo, sociólogo o ‘vouyer’, y otra es la de que ahora estoy más cerca que hace 25 años. Es evidente que no voy a rejuvenecer mucho y es un tema que empieza a preocuparme de una manera menos teórica, y más personal.
¿Hay que vivir más ‘pali pali’, rápido rápido, según esa expresión coreana?
No necesariamente. Pero sí con la conciencia de que todo se acaba, que puede ser un poco angustiosa, pero es un gran aliciente que te ayuda a disfrutar de todo lo que hay, porque sabes que eso es todo... A involucrarse y hacer las cosas en serio.
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LA NACIÓN (ARGENTINA)/ GDA
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