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El experimento Petro (parte I)

Natalia Springer
Habría que dejar de lado la ingenuidad y aceptar un ejercicio analítico franco y no partidista para entender el impacto de lo que Gustavo Petro está haciendo con Bogotá.
Aunque hasta el más cercano de sus aliados está harto de la improvisación permanente, lo cierto es que enderezar el rumbo de esta ciudad no necesita de un administrador sino de un político capaz de emprender una lucha a brazo partido contra la mafia que se apoderó, literalmente, de la ciudad.
Empecemos por recordar que Bogotá estuvo hasta hace muy poco gobernada por un personaje acusado de múltilpes crímenes graves relacionados con corrupción. Un señor muy bien entendido con todos los partidos, los medios y el Gobierno, que desde la posesión le entregó la ciudad al hampa: el transporte, la infraestructura, los hospitales, las escuelas, las empresas públicas. Hasta el servicio de ambulancias resultó adjudicado, con la complicidad del Concejo, a una “unión temporal”, que, a cambio de un soborno equivalente al 9 por ciento del valor total del contrato, puso en marcha una flota fantasma, porque la mitad de las ambulancias contratadas no existe, y la otra mitad carece de equipos médicos, suministra medicamentos vencidos y no está disponible las 24 horas.
Samuel Moreno está, entre otros muchos delitos, acusado de ser la cabeza de una organización delictiva cuyas actividades atentaron contra la seguridad pública, que es la definición exacta del “concierto para delinquir”. Pero ahí nadie dijo nada, ni se habló de revocarle el mandato, pese a lo que, más allá de los indicios criminales, era una evidente y escandalosa ineptitud. Ni siquiera su propio partido, el Polo Democrático, fue capaz de aplicarle los mismos estándares de control político que les aplica a sus opositores, y aún guarda, para su vergüenza, silencio sobre estos hechos.
La corrupción avanza. Según el Índice Global de Corrupción 2012, publicado por Transparencia Internacional, Colombia desciende y se raja con un puntaje de 36/100 y un diagnóstico aún más sombrío en voz de su directora, Elisabeth Ungar: “La corrupción en Colombia ha alcanzado un carácter estructural.
Está asociada con el pago de sobornos en la contratación, compensaciones por favores para concretar un negocio o acceder a un servicio público, pero también se manifiesta en la captura del Estado en sus diferentes niveles, el nepotismo, legislar en beneficio propio, entre otros.
“Superar la corrupción requiere esfuerzos de todo el Estado, no solo de la voluntad o responsabilidades aisladas del gobierno. El problema viene escalando de tiempo atrás y no tiene color político".
“El Ejecutivo, el Legislativo, la Rama Judicial y los órganos de control deben coordinarse si queremos resultados efectivos (…). Pero, además, el sector privado, como corresponsable de muchos hechos de corrupción, debe asumir compromisos y emprender acciones para prevenirla y combatirla”.
Nadie va a arrebatarle el negocio a la mafia por medios pacíficos, ni ella lo va a entregar de buena fe, especialmente cuando un sector de esa mafia está bajo el control de los grandes señores de la guerra, la paraeconomía, que hasta ahora se mantiene incólume, amparada por la más absoluta impunidad y la certeza de que ningún reclamo se tramitará con éxito por la vía de una justicia arruinada, que no funciona.
En tal sentido, devolverles Bogotá a los bogotanos exige músculo político, un músculo que le sobra a Petro. Paradójicamente, ahí yace también el mayor de los inconvenientes: el alcalde Petro esta sobrado de sí mismo y no ha entendido que ni es Adán, ni podrá librar esta batalla solo.
Natalia Springer
@nataliaspringer
Natalia Springer
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