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Oda a las motos

Gabriel Silva Luján
A pesar de toda la inquina y animadversión que despiertan las motos entre las señoras bogotanas y los privilegiados con carro, llegó la hora de reconocer que la motocicleta está cambiando a la sociedad colombiana. El impacto de la masificación en el uso de este vehículo -prepárense; hasta ahora está empezando- es tan importante y fundamental para la movilidad social como desafiante para la movilidad urbana.
Un reciente estudio de la industria revela algo sorprendente. Los que están comprando motos, efectivamente, son los colombianos de menores ingresos. En el 2005, la mitad de los nuevos motociclistas ganaban menos de dos salarios mínimos. Hoy, ese grupo social representa cerca del 80 por ciento de las ventas de motocicletas en el país. Y los pobres están adquiriendo estos vehículos no precisamente para 'pantallear'.
La motocicleta es una solución real para los problemas de transporte de los trabajadores del campo y la ciudad. Tiene bajo precio, la mecánica es sencilla y su consumo de combustible y de otros insumos es ínfimo. Además es un vehículo familiar. No es extraño observar a padre, madre y dos niños acomodados peligrosamente en su moto rumbo a un paseo dominical.
Arranquemos por el campo. La tarifa por kilómetro recorrido del transporte público en las veredas de Colombia es una de las más altas del mundo. Y ni hablar de la calidad o frecuencia del servicio. La primera insurrección contra ese oprobio fue la bicicleta. El golpe de Estado definitivo a los monopolistas del transporte rural lo está dando la hermana mayor, la motocicleta.
Mucho me temo que la repugnancia hacia las motos que reiteradamente expresan muchos empresarios del campo tenga que ver con el hecho de que la mano de obra sin movilidad es más barata, más sometida, más dependiente. La moto ha empoderado a los trabajadores rurales y les ha permitido escapar del yugo de la insularidad y de las distancias típicas de la vida en el campo. La motocicleta se ha convertido en un instrumento de libertad y de equidad.
Pasemos a las ciudades. Los más pobres son los que viven más lejos. En Bogotá, por ejemplo, el tiempo promedio de desplazamiento al trabajo -según la ONU- es de noventa minutos. Para los sectores de menores ingresos puede ser el doble. Las debilidades e ineficiencias de los sistemas de transporte masivo en Colombia tienen un inmenso costo en calidad de vida y productividad, en particular para estos segmentos de la población. No nos debemos sorprender entonces al observar que por las calles y avenidas transiten cada día más personas en moto. Los de la moto se ahorran en promedio 20 horas al mes en desplazamientos en comparación con los que van en carro.
Las motos traen otras bendiciones, además de la evidente disminución en costos y tiempos de transporte. Para los más pobres, pagar la moto representa una forma de ahorrar, una de las pocas alternativas que tienen para construir un capital. Además, es la vía para que se les abran las puertas a la bancarización. Para la inmensa mayoría de los nuevos motociclistas, el crédito para adquirir este vehículo es su primera experiencia financiera formal.
En vez de mirar con enojo al motociclista cuando pasa raudo entre los carros mientras estamos sembrados en un trancón, deberíamos alegrarnos. En ese vehículo de dos ruedas va cabalgando la esperanza de una Colombia más moderna y equitativa.
Dictum. La minería ilegal deja cicatrices indelebles en la tierra, además de heridas incurables de odio y derroche en el alma de los colombianos. No más excusas.
Gabriel Silva Luján
Gabriel Silva Luján
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