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Lecciones de la crisis de 1999

Miguel Urrutia acaba de publicar un libro sobre la crisis de 1999 que vale la pena leer. El daño fue tan profundo y duradero porque hubo tres crisis en una: una fiscal, una cambiaria y una financiera. Dice Urrutia: "En historia económica no es común que se presenten los tres fenómenos al tiempo, pero, cuando esto ocurre, el efecto sobre la economía puede ser devastador". La historia ha demostrado que -al contrario de lo que pasa con las cumbres- tener tres crisis en una resulta muchísimo más costoso. Pero algunos lectores de Urrutia, al reducir el episodio a una crisis fiscal, no extraen de él todas las lecciones de política que son relevantes para el manejo actual.
Urrutia cita mis Memorias de Ministro de Hacienda de 1995-1996: "El comportamiento de los diferentes agregados no aseguraba un crecimiento económico sostenible a largo plazo. Los desequilibrios que se venían acumulando conducirían a una crisis o llevarían a realizar ajustes traumáticos en términos de estabilidad económica, empleo y actividad productiva. Este Gobierno encontró que los principales riesgos se encontraban en una excesiva revaluación real de la moneda, en una dinámica inconveniente del gasto público y una política monetaria demasiado permisiva". Urrutia dice: "Vale la pena resaltar que de esos tres factores de desequilibrio (...), el más determinante para la crisis fue 'la dinámica inconveniente del gasto público'." Esta observación, sin embargo, no concuerda con el análisis del libro ni con los hechos: lo fiscal jugó un papel determinante, pero no se puede desconocer la contribución igualmente importante de lo financiero y lo cambiario.
De hecho, el libro de Urrutia hace un recuento claro de cómo la política monetaria permisiva entre 1991 y 1994 condujo a tener tasas de interés real negativas y propició un boom excesivo de la construcción de vivienda, que desencadenó después, cuando se revirtió, la crisis financiera del Upac en 1999. Tal y como sucedió con la crisis hipotecaria del 2008 en Estados Unidos, propiciada por la política monetaria y crediticia expansionista de Greenspan. La lección es que los bancos centrales no deben prohijar estos booms insostenibles de crédito. (Aclaro que la situación hoy es muy distinta, pues los hogares están menos endeudados que en 1997.)
Urrutia atribuye la crisis cambiaria al excesivo endeudamiento externo que ocurrió entre 1991 y 1998 y a la crisis asiática. Pero no reconoce el papel que jugó la política cambiaria al permitir una revaluación excesiva del peso, la entrada masiva de capitales de corto plazo (a pesar de la imposición de controles) y la creación de un déficit en cuenta corriente del 5 por ciento del PIB. Acá hay otra lección clara para el Banco hoy: ¡no debe permitir que ocurra lo mismo!
Por último, Urrutia muestra que la reforma tributaria que hice en 1995 no fue suficiente, como lo advertí en su momento ante el Congreso. Por ello creamos una comisión bipartidista del gasto público, con el compromiso de ambas directivas partidarias de apoyar en el Congreso sus recomendaciones. Estas llegaron, desafortunadamente, cuando la crisis política del proceso 8.000 impedía la gobernabilidad del país y por eso mis sucesores pudieron hacer algunas, pero no todas las reformas requeridas. Por ello dice Urrutia: "El hecho de tener clara la situación fiscal y sus posibles consecuencias no fue garantía de una reforma estructural de los gastos derivados de la Constitución". Hasta que Santos, como ministro de Hacienda, ya después de la crisis, pasó la reforma de las transferencias, que logró finalmente frenar el creciente desequilibrio fiscal. La lección es clara: hay que hacer las reformas constitucionales a tiempo, así sean políticamente difíciles.
GUILLERMO PERRY
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