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El hombre que 'adoptó' una montaña en Providencia (San Andrés)

Un raizal quiere garantizar que haya agua dulce en la Isla. Siembra unos 50 árboles cada día.

El 'Peak', la montaña más alta que hay en Providencia, debe ser el único lugar en todo el Archipiélago de San Andrés y en cientos de kilómetros de agua salada alrededor en donde -como hilitos de oro- brota agua dulce.
Esos pequeños manantiales no son, sin embargo, el tesoro más preciado de esas islas en donde el pirata Morgan escondía baúles repletos de oro, según la leyenda. La verdadera joya es la fábrica que los produce, dice Orbys Archiboldth Bush McClean, un raizal macizo, potente, grueso.
El hombre, que se define a sí mismo como el guardián de esa montaña, habla de las 50 hectáreas que conforman uno de los últimos bosques secos tropicales en buen estado del Caribe, según el Instituto Alexander von Humboldt.
Orbys, que en lengua créole significa bosque, lo sabe. Se lo ha escuchado decir al propio presidente de la República: "En la región Caribe sólo queda un uno por ciento -¡uno por ciento!- del bosque seco tropical (del país), el resto ha sido tumbado", dijo Santos recientemente, en un acto público, refiriéndose a Providencia, pero también a algunos relictos que quedan en el Parque Tayrona y en los departamentos de Bolívar y Atlántico. Ese ecosistema, precisamente, es el hogar del tití cabeciblanco, una especie endémica de Colombia, que está en vía de extinción y de la que apenas quedan unos 300 ejemplares en esos parches, según la Fundación Tití Cabeciblanco.
Las cifras de pérdida de bosque y deforestación son alarmantes. En Colombia se arrasan más de 330 mil hectáreas al año por tala ilegal para propósitos comerciales, principalmente.
De hecho, el 42 por ciento de toda la madera que se produce y se comercializa proviene de árboles cortados de forma ilegal, según el Banco Mundial. La actividad mueve unos 60 millones de dólares al año.
En la vieja Providencia, sin embargo, la tendencia es otra. En esa Isla, que tiene siete iglesias, una sola vía y un puñado de ostentosas camionetas que valen menos que un carrito de golf (no están matriculadas y no pueden salir del Archipiélago), el cuidado ambiental es uno de los temas con más rating.
De hecho, hace un par de meses, cuando el Gobierno acariciaba la idea de explotar petróleo en inmediaciones de la isla, el típico 'boom' en el que tenderos y comerciantes especulan con los precios y los lugareños sueñan con la 'danza de los millones', no se dio.
En cambio, fueron comunes los letreros pegados en las fachadas rechazando el proyecto e, incluso, 'la chiva' que hace el transporte público en la isla apareció pintada con la leyenda: Old Providence, not oil Providence, algo así como "Vieja providencia, no providencia petrolera". "Tenemos que cuidar este paraíso", dicen, en palabras textuales, muchos de los isleños.
Y cómo no. Providencia tiene 32 kilómetros de barrera arrecifal, la segunda más larga del Caribe después de la de Bélice y la tercera del mundo. La primera está en Australia. Además, en Providencia, no hay industria y tampoco un turismo masivo y arrasador. Y aunque el ecoturismo es todavía muy precario, saben que espectáculos naturales como el desove de los cangrejos, que cada año bajan por millares de la montaña buscando que sus crías nazcan en el mar, podrían convertirse en un verdadero potencial en el futuro.
Providencia y Santa Catalina, la pequeña isla vecina, exhiben bosques muy ricos en especies, según diversos biólogos. "Se les puede considerar un banco genético in situ de especies que alguna vez poblaron las islas antillanas", explica Marcela Cano, directora del Parque Old Providence McBean Lagoon.
La estrella hídrica
El sitio donde nace el agua está unos dos kilómetros montaña arriba, desde el último sector poblado. La isla se siente como un encierro, pero el bosque, desde adentro, parece infinito.
Orbys recorre ese monte (que no está declarado como área protegida salvo un pequeño pedazo) al menos tres veces cada semana, sembrando nuevos árboles y hablándoles a los que ha plantado previamente.
Lo hace con la vitalidad de la que se contagió cuando vivió allí, como ermitaño durante muchos años, inmune al sol y como responsable del tesoro que drena vida para cerca de seis mil almas que viven en ese último fragmento de tierra colombiana.
Camina sin mucho sudor, dotado de un par de cigarrillos de marihuana, un machete y una botella con cuatro litros de agua, que sostiene de un nylon y un palito para que no le maltrate los dedos. En medio del camino ha construido un vivero. "A veces siembro hasta 100 plantas en un solo día. Pero lo normal son 50", dice orgulloso. No en vano, este raizal ha sido elegido por el programa Mosaicos de Conservación, de Patrimonio Natural, como la cabeza visible de la conservación de este lugar y el responsable de replicar el conocimiento ambiental a sus vecinos.
La idea, explica Mónica Orjuela, consultora técnica del programa, es "hacerle frente al problema de la presión antrópica sobre el Bosque Seco del Área de influencia que surge del manejo inadecuado del suelo", explica.
Eso, en otras palabras, es enseñarles a los lugareños a que se apropien de un tesoro que muchos no ven y que han opacado con actividades agropecuarias inadecuadas, senderos y caminos inapropiados y contaminación con basuras.
Y Orjuela no se equivoca. En Providencia no hay alcantarillado y, aunque la alcaldía exige que cada casa tenga pozo séptico, es común ver vertimientos directos al mar. Además, los arroyos se secan en verano y la gente los convierte en basureros.
"Un bosque en buen estado garantiza que haya aves, reptiles, cangrejos, que el manglar esté vivo... todo depende de un bosque en buen estado", dice Orbys sentado sobre una piedra, en la parte más alta, en donde, luego de una bocanada de humo, repite que él es el guardián del tesoro en medio del mar.
'Quedan unos 400 micos tití'
Luchan para que hogar de monos sea área protegida
En límites entre Bolívar y Atlántico, en un relicto de bosque seco tropical, se resguardan unos 400 monos tití 'cabeciblanco', una especie que solo existe en Colombia y que estaría a punto de desaparecer, según explica Rosa Mira Guillén, directora del Proyecto Tití, que lucha por su conservación.
"Estamos en pleno pulso porque el Gobierno declare esa zona como área protegida", explica. Ahí, precisamente, ha empezado a revivir un viejo proyecto de construir un aeropuerto que, coinciden ambientalistas, se podría constituir en una estocada mortal para la especie. "Si los micos que viven ahí no tienen conexión ecológica con otros bosques, la especie está condenada", remata Guillén.
ANDRÉS ROSALES GARCÍA
Redacción Domingo
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