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Cultura popular y falta de identidad

El folklore y la música popular, son patrimonios de la cultura de cada pueblo. Estos elementos son constitutivos de su mayor fuente de riqueza, sin que por ello, sea el pueblo, en su orden, el que mejor explote estos recursos.
Hablar de folklore y música popular, y tratar de buscar sus diferenciaciones específicas, por lo tanto, es un tema que no dice nada a nadie, y es más bien "el retrato fiel de una pesadilla tenebrosa e indescriptible, lo que hoy no despierta la más mínima compasión ni logra abrir en un tercio la mente obtusa de cuantos sienten, piensan y actúan como opresores, consciente o inconscientemente".
Aún  cuando se piense de otro modo, tanto en el desarrollo del folklore, como en el de la música popular, se plantea una lucha social, "En efecto, hay una lucha social en la historia de los partidos políticos, de las instituciones religiosas, de la estratificación profesional, de las relaciones de parentesco y de los contextos culturales". En otros términos, a un cambio de la relación de producción material, corresponde un cambio en la producción intelectual.
Esto es, que a un cambio de ciertas relaciones de la economía en una determinada sociedad, sucede un cambio de las expresiones folklóricas.
En Colombia no ha habido, en este mismo sentido, cambio alguno de la célula social, particularmente, de los medios de trabajo; pero entonces, ha habido una modificación de la estructura en la composición del lenguaje, de la escala rítmica, de las formas poéticas, incluyendo la metáfora y la imagen de la llamada música popular de la Costa Atlántica, desde los géneros más vernáculos como la gaita, pasando por la cumbia, el porro, hasta la propiamente llamada música vallenata.
Más, sin embargo, estas formas tendenciosas han desaparecido en parte, no en razón de una ganancia de la estética del lenguaje, de una evolución de la metáfora, de un renovado ascenso de la imagen, ni de un mayor desarrollo de la escencia poética de la pieza musical.
De ninguna manera se puede concluir en nuestra primera premisa en favor de los porros que ahora arreglan las bandas para el Festival de San Pelayo, en contra de los que otrora, componían deliberadamente sus cultores en esta región de la Costa. Las variables podrían ser múltiples.
Pero una de las falencias podría estarse dando en ocasión a la supresión de algunos instrumentos, a la inmediatez en que estas piezas son sometidas al acetato  o a los nuevos formatos de la tecnología, a la onda crisis económica que afrontan estas bandas, como instituciones, a la desaparición de las fiestas de corralejas de importantes centros urbanos de la región, a la falta de capacitación musical, como a la explotación comercial de las disqueras y la falta de estímulos de los medios culturales oficiales, o la muerte de los mecenas, o la desaparición de los juglares auténticos, así como a la invasión oportunista de los seudoreformadores de la música popular, que con la cohonestación de los medios masivos de comunicación, han creado una babel de confusiones con respecto a la música meramente popular y la llamada propiamente folklórica.
Por lo expresado anteriormente se puede concluir en una segunda premisa que estas bandas o sagradas instituciones de la cultura popular tienden a desaparecer, a pesar de los esfuerzos quijotescos de una iniciativa personal y regional que a cambio de su desaparición, comprometen seriamente la identidad y existencia de esta modalidad musical a través de la exclusividad comercial de los licores, que dopan al pueblo y lo vuelven a la incomprensibilidad de este género músico-cultural que ha sido patrimonio suyo, desde los tiempos prehispánicos.
Un hecho que modifica lo anterior, ha sido el Festival Folklórico de la Música del Pacífico de 2011, que sin comprometer su identidad, no entregó su edición a empresa licorera alguna, ni ha creido necesario que sus asistentes entraran al estadio Pascual Guerrero de Cali, a consumir algún licor, a pesar de una asistencia calculada en  ciento diez mil personas, integradas sólo en una sana alegría.
¿Qué decir de la música folklórica de la Costa Atlántica colombiana, es decir, la de la gaita? ¿Esa música sentida, raizambre  de todos nuestros ancestros, cantada en la poesía de Jorge Artel, Ricardo Vergara Chaves, Edinson Martínez  y otros;  bellamente pintada en los lienzos de Rojas Herazo, Zuluaga, Limberto Tarriba, Wilfrido Ortega, Ángel Lockard y otros, mencionados aquí muy someramente- puesto que este tema podría ser tratado en otro momento?
Deseo agregar en criterio de George List, que, "El determinar los orígenes culturales de los diferentes elementos de una música mestiza es extremadamente difícil y a veces, imposible".
El rescate, la conservación, la difusión y revelación, sí que han sido empresas quiméricas y de titanes. Aunque no se puede pensar todavía de manera alegre en su rescate definitivo, en su conservación genuina y en su difusión profusa y eficaz.
A este respecto, todo está por hacerse, puesto que esta modalidad había caído en el olvido, en virtud del escaso mercado comercial que el género reproduce en materia económica a partir de la hibridación o mezcla en que las casas comerciales sin ningún respeto, ni conocimiento, han incurrido a través de grabaciones bastardas de mal gusto  y llenas de exceso y showinismo.
El Festival Nacional de Gaitas de Ovejas sólo se origina a partir de 1985, cuando ya todos los juglares de esta música habían practicamente desaparecido. En los carnavales de Barranquilla, incluso ya eran piezas de museos. Con la prevalencia innegable del pito atravesado. Es de agregar que desde 1977, nosotros desde las aulas del INEM de Cartagena, ya habíamos iniciado este rescate, bajo el apoyo del Ballet Folclórico de la Universidad del Atlántico, el cual desarrolló una serie de talleres en nuestro centro educativo, cuyas enseñanzas fueron asimiladas de inmediato.
Pues, la investigación que adelantamos con el maestro Jaime Castellar Ferrer, en San Jacinto, Barranquilla, Cartagena, en este mismo sentido, sobre la vigencia del tambor y las gaitas, arrojó resultados desconsoladores, pues ya estos, marcaban su ocaso. Toño Fernández había sufrido una isquemia cerebral, y los famosos gaiteros de San Jacinto, sin él no volvieron a salir a la escena; el grupo Malibú danzaba sus piezas ancestrales bajo el influjo del acordeón, luego desaparecería con la extinción del bar La Piragua; la folclorista de Olaya, Estefanía Caicedo, hacía danzar a sus bailarines con música grabada.
Los carnavales de Barranquilla, de aquel año, esperamos hasta el final del desfile de la Batalla de Flores y de la Gran Parada, y no pudimos registrar la presencia de las gaitas largas, en particular. Nuestra conclusión inmediata era que la gaita tradicional había colapsado. De otro modo al Festival de Gaitas de Ovejas, ocho años después, en 1985, sólo se presentaron cinco grupos incompletos.
También, por cuanto que el colombiano de clase alta y media, repudia los valores auténticos de la cultura Nacional. Amén de otros injertos o variables que siempre le habían restado esteticidad y jerarquía a este género, digo, casi desaparecido del panorama melódico de la Costa Atlántica.
Hasta hoy, pues, ya se han hecho 26 ediciones ininterrumpidas de un Festival Nacional de Gaitas en Ovejas (Sucre), otros en San Jacinto, (Bolívar) y algunos en distintos lugares de la Costa, en la modalidad de gaita larga: macho y hembra y de gaita corta. Ante lo cual, puede decirse con amplia satisfacción que la música de gaitas se volvió in en los escenarios de las instituciones escolares, en los templos universitarios y tablados internacionales, con ocasión a la puesta en escena del Certamen Nacional de Gaitas de Ovejas en 1985.
Para Castillo Ferreras, la protesta no sólo se manifiesta a través de la denuncia expresa. La simple mención de un hecho cultural tradicional puede ser una forma de protesta. Así cuando el pueblo describe sus padecimientos, está protestando y no manifestando un complejo de inferioridad, como dicen algunos estudiosos.
Para Castillo Ferreras, no hay tal 'complejo de inferioridad' en el pueblo, puesto que lo que existe de veras "es una inferioridad real", contra la cual, el pueblo nada puede hacer. Por esto mismo, "una de las manifestaciones más puras de la opinión pública la constituye el folklore y demás expresiones terrígenas".
"El folklore sirve también para poner en evidencia la miseria, la desesperación, y la importancia en que el pueblo se debate". Así mismo, también se puede pensar que la causa económica¿y no sólo la tradición¿es también la determinante del hecho folklórico.
No es abortado ni hacemos descubrimiento alguno, cuando decimos que el folklore de las gaitas está sembrado de amores, desamores, angustias, humor, picaresca, fiesta, alegría, pasiones, santería, penas, pobreza, gracia, verano, primavera, machura, animales, heridas y toda suerte de estragos que van desde el guayabo hasta la muerte, y todo esto, precisamente, es lo que narra la música de los gaiteros, así lo configura el antropólogo cubano español Fernando ortiz.
Ellos en sí no sólo son un capítulo del folklore costeño. La gaita es la matriz de toda la música de este litoral. Pues la gaita está en la génesis de todos los ritmos de nuestra música costeña o Caribe. Y es al mismo tiempo, una enciclopedia de vida y de muerte, de amor y desamor."Quien sea cantor del pueblo debe cantar opinando".
Uno de los aspectos más trascendentes de la música de gaitas, es que no deja reservas. A ella todo el pueblo le cree sus historias, así sea una fábula, una simple canción. Lo cierto es que, en la mayor parte de estas composiciones, el oyente es quien completa la historia o la anécdota, con una sonrisa de aprobación, por considerar que él también es protagonista de esa historia igual o ingenua.
Es un acierto feliz cantar como lo hacía Toño Fernández en San Jacinto, o en el resto del mundo, como asevera Numas Armando Gil, en el volumen I, de Mochuelos Cantores; o como lo hace Juan de Dios Narvaez, quien recoge la herencia de su padre gaitero, y el fervor del tamborero Pacho Llirene, en Ovejas, en un lenguaje que siente y habla todo un pueblo.
El fracaso de la difusión de esta música en la actualidad, sin embargo, es precisamente, por la falta de identidad de los colombianos. Es decir, la falta de identidad nuestra, pues, a los jóvenes no los convence esta música cargada de amores ingenuos. Los atrae más bien la música foránea, las telenovelas trasnochadas que inventan los nuevos libretistas de la "tele novelística actual nacional".
Ante lo cual, habría que decir a este respecto, como protesta para siempre, que, se han tirado de plano la idiosincrasia musical de la Costa Caribe, así mismo, la música más representativa del pueblo creador, ¿incluyendo a los intelectuales¿ toda vez, que el prestigio de la propia novela, y la poesía de la vida profunda, han pasado a un segundo plano, pues, se sabe por estadísticas confirmadas, que los colombianos sólo consumen casi dos libros por año.
Estos aires sencillos, evocadores, llenos de pueblo, de noches mágicas, enmarcadas en el goce pleno de sus historias sentidas, de una poesía vital, nacida de la memoria de los juglares auténticos  de estos pueblos, es recordada cada día menos, dentro del mundo de la poesía picaresca, de una música ancestral, que hizo exclamar a Gabriel García Márquez, una vez: "El acordeón ha sido siempre como la gaita nuestra, un instrumento proletario".
Al igual que, el poeta cartagenero Jorge Artel, en Tambores de la Noche, cuando expresa: "Compadre Carlos Arturo, no toque más su guitarra, oigamos mejor las gaitas que suenan dentro del alma". Nos toca rechazar todo lo que atenta contra lo nuestro como una exigencia lógica, ante tanta holgazanería musical demodé que inunda los canales de la Televisión Nacional, y las radio-emisoras que contaminan a diario el gusto de una juventud que no ha tenido tiempo para una adecuada formación académica, en las aulas propias de la escuela Primaria y Secundaria y Universitaria, pese a que estos nuevos fantoches de una música que ellos llaman romántica, llenen los estadios y los centros comerciales del país.
Fruto ello de la publicidad o de "lo que puede la edición", como decía Marroquín. Se ha proscrito esta música folklórica de los programas escolares. Después, nos preguntamos: ¿Por qué tanta falta de identidad entre nosotros? No basta con poner el Himno Nacional, todas las tardes en los canales de la TV. El asunto es más de fondo. Está en la forma en que hemos venido asumiendo la vida. Está en las aulas en donde se forman los alumnos, pero también los maestros en las facultades de educación y en la falta de decoro del resto de las profesiones de todo tipo.
Respecto a una música de gaitas que es auténtica encarnación de nuestros propios orígenes, puesto que viene de culturas mesoamericanas, antillanas y suramericanas, desde antes de la llegada de los pueblos hispanos al continente nuestro, hay que tener una respuesta de aceptación permanente.
Mientras la música de gaitas, de un alto grado de desarrollo espiritual y cultural, que ha alcanzado a traspasar nuestras fronteras políticas, que se define como la de mayor rango a partir de su existencia, vitalidad y trascendencia, ha quedado relegada a escucharse en los festivales de gaitas, en los escenarios del carnaval de Barranquilla, y en algunos programas radiales especiales, la música importada, y la otra, inauténtica, satura los oídos de una juventud ahistórica.
Colombia paga caro la actitud escurridiza de su identidad, por el falso gusto musical que inoculan los medios al propio pueblo, que no es otra cosa que el atosigamiento espantoso en que incurren las emisoras del país. Pues, ni en esto somos propios. Nuestra cultura musical la imponen las emisoras analfabetas y la televisión comercial.
Momentos de nuestra historia colosal en contra de esas mismas proclividades, son el Festival de Musica Folklórica del Pacífico, que se verifica cada año en Cali, y el Festival Nacional de Gaitas que se hace todos los años en Ovejas (Sucre), el cual, ha salido al rescate de esta música raizal, casi desaparecida del panorama pedagógico y cultural del país.
Desde el mismo momento en que se fundó el Festival de Gaitas de Ovejas en octubre 4 de 1985, la gaita ha vuelto a surgir con legítimo derecho, en la construcción de nación.  Es ya algo aprobado en la praxis por la propia vocación gaitera del pueblo. Pero esto mismo es ya, a su vez, harina de otro costal. Es decir, otra historia.
Algo que tendrán que escribir otras personas que amen lo esencial de esta cultura raizal para la preservación de lo nuestro y lo propio de un país que se debate todavía en la dicotomía de sus identidades nacionales, a pesar de su ingreso al Siglo XXI
 Por José Ramón Mercado
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