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Una sopa muy espesa

    Versátil y prolífico, el director inglés Michael Winterbottom resiste cualquier intento de definición. Sus marcas autorales se borran en medio de una obra fílmica heterogénea, donde hay igual espacio para el drama, el documental, la comedia, la música, el erotismo, la ciencia ficción y la denuncia política (Bosnia, Afganistán, Guantánamo), sin olvidar su gusto por las novelas de Thomas Hardy. Consagrado por los festivales de cine de Berlín y San Sebastián, Winterbottom parece impulsado a reinventarse en cada nueva película, a retarse, a cambiar de piel: un comienzo fresco donde no hay certezas ni ideas preconcebidas. La sorpresa es su sello.
    Y tremenda sorpresa nos llevamos sus seguidores al ver El asesino dentro de mí (The Killer Inside Me, 2010), su versión de una novela homónima de Jim Thompson escrita en 1952 y de la que Stanley Kubrick afirmó que era "probablemente la más escalofriante y creíble historia en primera persona que jamás he encontrado acerca de una mente criminalmente pervertida".
    Kubrick conocía bien la valía de Thompson: fue a él a quien le encomendó los diálogos de The Killing (1956) y el guion de Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957). Además, otras novelas suyas han dado origen a películas de Sam Peckinpah, Alain Corneau, Stephen Frears y Bertrand Tavernier. Es literatura pulp, popular, barata, violenta, pero tremendamente efectiva.
    Con ese material, Winterbottom hace un espeso homenaje al cine negro. Nos lleva a Central City (Texas), un pueblo de los años 50 donde aparentemente no pasa nada. Sin embargo, hay ahí un hombre, Lou Ford (interpretado por Casey Affleck), que tiene un volcán mental cuya inminente erupción nadie ha detectado. Es un psicópata enfundado en piel de oveja, digno heredero de una tradición de mentes enfermas como las que Alfred Hitchcock (al maestro siempre hay que recurrir) nos mostró encarnadas en seres aparentemente intachables, como los protagonistas de La sombra de una duda (1943), Psicosis (1960) y Frenesí (1972).
    Cuando el asesino que habita dentro de Lou Ford se manifiesta, una estremecedora violencia misógina y sexual inunda la pantalla, dejándonos con una sensación de profunda incomodidad. Ese es el propósito de Winterbottom, llevarnos al límite de lo que podemos tolerar, mientras nos contagia de su fascinación por los incomprensibles motivos de la sed de un hombre tan inteligente y calculador, como a la vez enfermo y sanguinario. Lo logró, pero no le estamos necesariamente agradecidos por ello.
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