Apropiarse del MamBo
¿Qué tan dueña de esas salas se siente la ciudadanía? ¿Con qué recursos debe mantenerse ese espacio?
En días pasados, los bogotanos se sintieron desconcertados, desolados incluso, ante el enorme cartel de ‘Se arrienda’, que fue pegado en una de las paredes del Museo de Arte Moderno de Bogotá (MamBo). En un principio se asumió que era el fin de aquella institución de vital importancia que Gloria Zea, su directora hasta hace poco, mantuvo a salvo durante medio siglo moviendo cielo y tierra: el fin de una era.
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Pronto, luego de las especulaciones y los réquiems, se supo que se trataba de un nuevo llamado de atención para concientizar a la ciudadanía del legado y de la importancia del museo, y para abrirles sus puertas de nuevo a los curadores, los artistas, los investigadores y los espectadores.
Esto de recordarle al público la importancia del MamBo –a fin de cuentas, el lugar que imaginó la crítica argentina Marta Traba, una de las más completas colecciones del país, el bello edificio de ladrillo diseñado por Salmona, donde se encuentran algunas de las más importantes obras de los grandes artistas colombianos– no es un ejercicio nuevo: por no ser un museo público, sino una organización privada que sin embargo en varias ocasiones ha contado con el apoyo del Estado, no ha sido un espacio fácil de sostener ni de popularizar, pero tanto su directora de tanto tiempo como su reemplazo –la experta Claudia Hakim– han sido ingeniosas para mantenerlo.
Colgar aquel letrero gigantesco en su fachada ha sido una buena idea. Suena desesperado, pero sin duda es hora de preguntarse qué tan dueña de esas salas se siente la ciudadanía, con qué recursos debe mantenerse ese espacio que forma parte de nuestra cultura, hasta qué punto deben asumir el Distrito o la Nación su financiación. Sería triste que, ahora que Barranquilla, Cali y Medellín han conseguido fortalecer sus museos de arte moderno, el MamBo no encontrara la fórmula para seguir siendo una propuesta relevante. Consultar a los interesados, como poniendo un clasificado, es una jugada de fondo.
editorial@eltiempo.com
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